Hechos 20:18-21
"Vosotros sabéis cómo me he
comportado entre vosotros todo el tiempo, desde el primer día que entré en
Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas lágrimas, y pruebas
que me han venido por las asechanzas de los judíos; y cómo nada que fuese útil
he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas,
testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios, y
de la fe en nuestro Señor Jesucristo".
Estas palabras del apóstol Pablo
a los ancianos de la iglesia en Mileto muestran un carácter humilde y una
entrega total al servicio del Señor a pesar de sufrimientos, lágrimas y pruebas
que le vinieron “por las asechanzas de los judíos”. Sin duda un cambio radical
en la vida de este hombre desde el momento de su encuentro con Jesús en el
camino a Damasco (Hechos 9). A partir de su conversión, la humildad fue una
característica fundamental en la vida de Pablo. Esta fue una de las razones por
las que tuvo éxito como evangelista y apóstol. Nunca se vio a sí mismo como un
autosuficiente o por encima de los demás. Estaba convencido de que sin la
gracia y el poder de Dios en su vida él no podría subsistir ante los ataques
del enemigo y el mensaje del evangelio no podría ser predicado. Esto lo
aprendió Pablo en medio de sus luchas cuando Dios le dijo: “Bástate mi gracia;
porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9).
Pablo no estaba interesado en
fama o posición. Su mayor deseo era servir a Dios. Rara es la ocasión en que el
éxito hace humilde a una persona; generalmente es todo lo contrario: el poder,
la fama y la posición a menudo llevan al hombre al orgullo y la corrupción, y
en última instancia al fracaso. Sin embargo, más tarde o más temprano, la
humildad nos conduce a la verdadera victoria. Así lo expresó Jesús en Mateo
23:12: “Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será
enaltecido”. No hay una posición más importante en esta vida que la de siervo
de Dios. Jesús dijo que él no vino para ser servido, sino para servir y para
dar su vida en rescate por muchos (Mateo 20:28). Durante su vida terrenal,
Jesús puso siempre en primer lugar hacer la voluntad del Padre, y porque él se
humilló y fue obediente hasta el punto de morir en la cruz, fue exaltado a
reinar a la diestra de Dios (Filipenses 2:8-9).
Dios está más interesado en que
nosotros desarrollemos un espíritu humilde, que en todas las grandes cosas que
hagamos para él. Servir a Dios es bueno. Servirlo con humildad es parte
esencial de una vida cristiana victoriosa. Sin humildad no alcanzaremos un
verdadero crecimiento espiritual. Debemos entender que nuestra jornada hacia la
victoria empieza al pie de la cruz del Calvario. Cuando nos llegamos al Señor
en oración y nos sometemos de todo corazón a su voluntad, recibimos la paz y el
gozo que vienen solamente como resultado de la verdadera humildad. Es allí,
postrados, donde abandonamos nuestro natural orgullo, renunciando a nuestra
resistencia humana y aceptando la gracia de Dios como suficiente para nuestra
vida.
En la vida de todo creyente,
existe una lucha constante entre la fortaleza que proviene de Dios y la fuerza
innata o natural. Muchas veces nos preguntamos: “¿Cuál es la parte de Dios y
cuál es la nuestra?” En primer lugar tenemos que entender un principio bíblico
que nos dice que sin el Señor todos nuestros esfuerzos son en vano (Juan 15:5).
Pero para entender esto profundamente se requiere que nos despojemos de nuestra
natural soberbia que nos impulsa a creer que somos autosuficientes para lograr
cualquier cosa que nos propongamos, y cedamos el control a un espíritu de
humildad que sólo puede venir de Dios. En breves palabras Pablo declaró la
fuente de su fortaleza en su carta a los filipenses: “Todo lo puedo en Cristo
que me fortalece” (Filipenses 4:13).
¿Te has entregado tú en absoluta
sumisión a Jesucristo? Ten en cuenta que si no es Cristo quien guía tu vida, en
vano son todos tus esfuerzos. Pero si humildemente reconoces tu incapacidad y
te rindes a la dirección del Señor, él te guiará a la victoria, cualquiera que
sea la situación en la que te encuentras.
ORACIÓN:
Padre santo, te ruego me ayudes a
renunciar a todo espíritu de soberbia y autosuficiencia que haya en mí. Yo
reconozco mi incapacidad y deseo servirte basado en tus fuerzas y en la
dirección de tu Santo Espíritu. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
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