martes, 16 de agosto de 2016

Proverbios 4:5-6


Con la aparición del Internet, en los últimos años, millones de personas, a través de sus computadoras, tienen acceso a una extraordinaria cantidad de información relativa a todas las áreas y materias que existen en este mundo. Y toda esa gran cantidad de información seguramente puede aumentar nuestro conocimiento, pero de ninguna manera garantiza el aumento de nuestra sabiduría. Como lo dijera, hace más de un siglo, el poeta inglés Tennyson: “El conocimiento crece, pero la sabiduría se rezaga”.

La escritura de hoy destaca la importancia de la SABIDURÍA. ¿Quién mejor que el rey Salomón para dar testimonio del extraordinario valor de la sabiduría? Cuando Dios apareció ante él y le dijo: “Pídeme lo que quieras que yo te dé” (2 Crónicas 1:7), Salomón respondió: “Dame ahora sabiduría y ciencia, para presentarme delante de este pueblo...” El primer paso para adquirir sabiduría es acercarnos a Dios con un corazón humilde y receptivo. Dice Proverbios 1:7: “El temor del Señor es el principio de la sabiduría”. No se refiere esta expresión a un sentimiento de miedo que puede provocar el deseo de huir de algo, sino más bien se trata de una actitud de reverencia y devoción, estando conscientes de la Santa Presencia del Dios Todopoderoso. Es un profundo deseo de adorarle y rendirle todo el honor que Él merece, mientras esperamos su revelación. Así sentamos las bases para recibir pleno conocimiento de él y eventualmente la sabiduría de lo alto.

La Santa Palabra de Dios nos enseña que existe una gran diferencia entre un simple conocimiento y la sabiduría. Puede incluso tratarse de conocimiento bíblico. Alguien puede conocer muy bien la Biblia desde Génesis hasta Apocalipsis, y sin embargo no tener la sabiduría que proviene de Dios para entender claramente el poderoso mensaje de su Palabra. El apóstol Pablo oraba por la iglesia de Efeso “para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él” (Efesios 1:17). Pablo no sólo pide por un espíritu de sabiduría sino también por un espíritu de revelación en el conocimiento de nuestro Señor. Claro que para obtener esta revelación, primeramente es necesario tener conocimiento de la Biblia. Tenemos que llenar nuestra mente y nuestro corazón con la Palabra de Dios. De esta manera el Espíritu Santo podrá usar esta palabra para hablarnos en situaciones determinadas y revelarnos la voluntad de Dios. El Espíritu Santo tomará la letra de la Palabra y la transformará en espíritu, pues la Palabra revelada "es espíritu y es vida”, dijo Jesús en Juan 6:63. Así como el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Juan 1:14), de la misma manera la Palabra de Dios, paulatinamente se irá encarnando en nosotros. Es decir, iremos siendo transformados en la misma imagen de nuestro Señor Jesucristo.

Para ello es necesario dedicar tiempo diariamente a la lectura de la Biblia. No de una manera rutinaria o apática, como si fuera una obligación, sino deseando de todo corazón recibir la revelación divina de esa poderosa palabra. Roguemos al Señor que ponga en nuestro corazón un anhelo ferviente de conocerle más cada día, de amarle más, de obedecerle más. Deleitémonos en su presencia, disfrutemos plenamente de la paz de su Santo Espíritu. Y pidamos a Dios sabiduría, como dice el apóstol Santiago: “Y si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada” (Santiago 1:5).

(Lee: Proverbios 4:5-13)
 
ORACIÓN:
Padre santo, te ruego me des la sabiduría y el discernimiento espiritual para entender claramente tu voluntad y actuar siempre conforme a los deseos de tu corazón. En el nombre de Jesús, Amén.

¡Gracia y Paz!


Dios te Habla

2 Corintios 5:17



¡¡¡EN CRISTO SOY UNA NUEVA CRIATURA!!!

2 Corintios 5:17
“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”
En Cristo, somos hechos enteramente una nueva creación, al igual que Dios creó originalmente los cielos y la tierra. Él los creó de la nada, y de igual manera lo hace con nosotros. Él no sólo nos limpia de nuestro antiguo yo, sino que Él hace de nosotros un ser enteramente nuevo, y ciertamente, este nuevo ser es parte de Cristo Mismo. Cuando estamos en Cristo, somos “participantes de la naturaleza divina” (2 Pedro 1:4). Dios Mismo, en la persona de Su Espíritu Santo, hace Su morada en nuestros corazones. Nosotros estamos en Cristo, y Él está en nosotros.

“Gracia y Paz”