lunes, 3 de septiembre de 2012

LA LIBERTAD DE LA RENUNCIA


Mateo 22:24-26
“diciendo: Maestro, Moisés dijo: Si alguno muriere sin hijos, su hermano se casará con su mujer, y levantará descendencia a su hermano. Hubo, pues, entre nosotros siete hermanos; el primero se casó, y murió; y no teniendo descendencia, dejó su mujer a su hermano. De la misma manera también el segundo, y el tercero, hasta el séptimo”.

Nuestro Padre celestial está interesado en cada detalle de nuestra vida. Si queremos que Él trabaje en un aspecto determinado, ya sea en nuestras relaciones interpersonales, finanzas, empleo, hábitos, etc., debemos estar dispuestos a renunciar y a darle a Él todo lo que nos pida.

Podemos pensar que no estamos atados a nada que se interponga entre nosotros y el Señor, pero Él conoce nuestros corazones. Un domingo, cuando estaba a punto de predicar sobre esto, Dios me mostró algo de lo que no me había ocupado. Me di cuenta de que tenía que enfrentarlo, o de lo contrario no podría predicar el sermón. Así que me alegré cuando la canción del coro se prolongó, pues eso me dio tiempo para poder llegar a decir: “Señor, si eso es lo que deseas, quiero dártelo. Tienes el derecho de reclamarlo en cualquier momento, así que es tuyo ahora mismo”.

Es difícil ser completamente obedientes si estamos aferrados a algo. El Señor quiere que nos aferremos exclusivamente a Él, para que no podamos ser influenciados por el mundo. Usted puede tener multitudes de cosas con las que Dios le ha bendecido, pero en el momento que cualquiera de ellas lo posea a usted, el trabajo de Él en su vida se verá obstaculizado. Pero si abre las manos, sin aferrarse a nada, será totalmente libre para que el poder del Espíritu Santo fluya a través de usted.

¿Hay algo que siente que nunca podría dejar? Piense en cualquier cosa que le absorbe, y piense sinceramente si eso le tiene cautivo. Le reto a dejar esa relación o esa situación al Señor ahora mismo, para que Él pueda darle la victoria y la libertad que usted ha estado anhelando.

“Gracia y Paz”
Meditación Diaria

POR QUÉ TRABAJAMOS


Efesios 6:6
“No sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón…”

A finales de la década de 1660, Sir Christopher Wren fue contratado para rediseñar la Catedral de San Pablo, en Londres. Según la leyenda, un día visitó el sitio donde se construía este gran edificio, y los obreros no lo reconocieron. Caminó por el lugar preguntándoles a varios hombres sobre lo que estaban haciendo. Un trabajador respondió: «Estoy cortando una piedra». Otro obrero contestó: «Estoy ganando cinco libras y dos peniques por día». Un tercero, sin embargo, tenía una perspectiva diferente: «Estoy ayudando a Christopher Wren a construir una catedral magnífica para la gloria de Dios». ¡Qué contraste en la motivación y la actitud de aquel hombre!

Lo que motiva nuestras acciones es sumamente importante; en particular, cuando se trata de nuestra vida laboral y profesional. Por eso, Pablo desafió a los efesios a trabajar «no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios; sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres» (Efesios 6:6-7).

Si trabajamos para simplemente ganar un sueldo o satisfacer a un supervisor, estaremos lejos de perseguir la motivación más elevada: hacer las cosas lo mejor posible como una demostración de nuestra devoción a Dios. Entonces, ¿por qué trabajamos? Tal como le dijo aquel obrero a Wren, lo hacemos «para la gloria de Dios».

Independientemente de quién te pague el sueldo, estás trabajando para Dios.

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LEA: Efesios 6:5-9
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Biblia en un año: Lamentaciones 1–5
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“Gracia y Paz”
Nuestro Pan Diario