LA IGLESIA: EL PLAN DE DIOS
Hebreos 10:23-25
“Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”
Cuando usted oye la palabra “iglesia”, ¿imagina un templo lleno de personas elegantes? Por más encantadora que pueda ser esa imagen, el plan de Dios para la iglesia es otro. Él creó a la iglesia para que fuera una comunidad unida de creyentes que se animan unos a otros, y que llevan a cabo la obra de Él en el mundo.
La Biblia define claramente los siguientes ministerios de la iglesia: adorar al Dios viviente; instruir y edificar a los creyentes; hacer discípulos de todas las naciones; y ayudar a los necesitados. Sin embargo, si sus líderes no están vigilantes, estos propósitos pueden desequilibrarse, dejando al cuerpo mal alimentado. Por ejemplo, una iglesia con un énfasis excesivo en la alabanza puede volverse introvertida. Las congregaciones que enfatizan demasiado la enseñanza pueden perder su gozo; y las que evangelizan desatendiendo los otros aspectos, pueden privarse de crecer en la fe.
Debido al pecado y a los defectos humanos, no experimentamos a la iglesia como fue el propósito original. En cambio, hay la tendencia a enfatizar demasiado ciertos ministerios y actividades. Es más, las disputas, muchas de las cuales tienen que ver con cuestiones de poca importancia, como la preferencia en cuanto a música, suelen destruir la unidad. El afán de poder, el orgullo, el egoísmo y el chisme, pueden también destruir a una iglesia.
Por estar compuestas de personas imperfectas, las iglesias serán también imperfectas. Y aunque esperar otra cosa lleva a la frustración, debemos esforzarnos por lograr el plan original de Dios, midiéndonos continuamente por el patrón de la Biblia, y alineándonos de nuevo con el propósito de Dios.
“Gracia, Misericordia y Paz”
(encontacto.org)
Hebreos 10:23-25
“Mantengamos firme, sin fluctuar, la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió. Y considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca”
Cuando usted oye la palabra “iglesia”, ¿imagina un templo lleno de personas elegantes? Por más encantadora que pueda ser esa imagen, el plan de Dios para la iglesia es otro. Él creó a la iglesia para que fuera una comunidad unida de creyentes que se animan unos a otros, y que llevan a cabo la obra de Él en el mundo.
La Biblia define claramente los siguientes ministerios de la iglesia: adorar al Dios viviente; instruir y edificar a los creyentes; hacer discípulos de todas las naciones; y ayudar a los necesitados. Sin embargo, si sus líderes no están vigilantes, estos propósitos pueden desequilibrarse, dejando al cuerpo mal alimentado. Por ejemplo, una iglesia con un énfasis excesivo en la alabanza puede volverse introvertida. Las congregaciones que enfatizan demasiado la enseñanza pueden perder su gozo; y las que evangelizan desatendiendo los otros aspectos, pueden privarse de crecer en la fe.
Debido al pecado y a los defectos humanos, no experimentamos a la iglesia como fue el propósito original. En cambio, hay la tendencia a enfatizar demasiado ciertos ministerios y actividades. Es más, las disputas, muchas de las cuales tienen que ver con cuestiones de poca importancia, como la preferencia en cuanto a música, suelen destruir la unidad. El afán de poder, el orgullo, el egoísmo y el chisme, pueden también destruir a una iglesia.
Por estar compuestas de personas imperfectas, las iglesias serán también imperfectas. Y aunque esperar otra cosa lleva a la frustración, debemos esforzarnos por lograr el plan original de Dios, midiéndonos continuamente por el patrón de la Biblia, y alineándonos de nuevo con el propósito de Dios.
“Gracia, Misericordia y Paz”
(encontacto.org)