Salmo 19:1-4
“Los cielos
cuentan la gloria de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos. Un día
emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría. No hay
lenguaje, ni palabras, Ni es oída su voz. Por toda la tierra salió su voz, y
hasta el extremo del mundo sus palabras”
Cuando el rey
David era un jovencito, su padre le asignó la tarea de cuidar sus ovejas. Día
tras día, noche tras noche, él cumplió sus responsabilidades con mucha
dedicación. Sin duda en muchas ocasiones David se recostaría sobre la hierba y
contemplaba la inmensidad del cielo, el sol, las nubes. Por la noche, la luna y
las estrellas le parecerían tan cercanas que casi podría alcanzarlas, mientras
hablaba al Dios de sus padres y se decía a sí mismo: “Los cielos cuentan la gloria
de Dios, y el firmamento anuncia la obra de sus manos”. La enormidad de la
creación lo cautivaba tanto que el joven David instintivamente sabía que Dios
lo había creado todo y que él podía confiar en el Todopoderoso con toda su
vida.
Buscando una relación
más íntima con su Dios, David se levantaba muy temprano a buscar su rostro. En
el Salmo 63:1 expresó este clamor: “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te
buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela...” Y en el Salmo 42:1,
David dice: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama
por ti, oh Dios, el alma mía”. Esto significa mucho más que simplemente una
rutina regular de oraciones memorizadas. Este clamor del espíritu de David está
fundado en un anhelo muy profundo de caminar lo más cerca posible del Señor.
Por eso él eleva al cielo esta oración: “Enséñame, oh Señor, tu camino;
caminaré yo en tu verdad; afirma mi corazón para que tema tu nombre” (Salmo
86:11). Conocer a Dios implica caminar en su verdad. Esto es, conocer su
palabra y aplicarla en nuestras vidas.
A través de su
propia experiencia, David pudo comprobar el poder infinito de Dios en momentos
muy difíciles de su vida. Por eso, justo antes de enfrentarse al gigante
Goliat, David pudo decirle al rey Saúl: “Tu siervo era pastor de las ovejas de
su padre; y cuando venía un león, o un oso, y tomaba algún cordero de la
manada, salía yo tras él, y lo hería, y lo libraba de su boca; y si se
levantaba contra mí, yo le echaba mano de la quijada, y lo hería y lo mataba.
Fuese león, fuese oso, tu siervo lo mataba; y este filisteo incircunciso será
como uno de ellos, porque ha provocado al ejército del Dios viviente. Añadió
David: Jehová, que me ha librado de las garras del león y de las garras del
oso, él también me librará de la mano de este filisteo” (1 Samuel 17:34-37).
Y cuando el
joven pastor de ovejas, armado sólo con una honda y unas piedras, se acercó a
aquel gigantesco guerrero armado hasta los dientes, simplemente le dijo: “Tú
vienes a mí con espada y lanza y jabalina; mas yo vengo a ti en el nombre de
Jehová de los ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has
provocado” (1 Samuel 17:45). Y a los pocos minutos aquel enorme gigante yacía
en tierra, con una piedra salida de la honda de David clavada en medio de la
frente.
David, como todo
ser humano, cometió pecado. Pero se arrepintió de corazón y clamó a Dios:
“Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado” (Salmo 51:2). El Señor
en su inmensa misericordia escuchó su clamor y lo perdonó. La Biblia nos cuenta que David
“murió en buena vejez, lleno de días, de riquezas y de gloria” (1 Crónicas
29:28).
Con toda
seguridad, la enorme confianza de David en Dios provenía no sólo de su
conocimiento del Creador por medio de las Escrituras, sino también de su propia
experiencia y de su íntima relación con el Señor a través de un trato diario y
constante y una búsqueda incesante de Dios.
¿Quieres tú
conocer más a tu Padre celestial? ¿Quieres cultivar una profunda comunión con
el Señor? ¿Quieres que tu fe se fortalezca? Separa tiempo cada día para leer y
meditar en la palabra de Dios, deléitate al orar y compartir con él, aplica su
palabra a tu vida, obedécele y sírvele y disfruta contemplando la obra de sus
manos. Esto te hará más sensible a su presencia en tu vida, y a medida que le
conozcas más, tu fe se hará más fuerte y disfrutarás más del inefable gozo y la
paz infinita de su Santo Espíritu.
ORACIÓN:
Padre santo,
anhelo conocerte íntimamente y sentir tu presencia en mi vida. Ayúdame a buscarte
diariamente y capacítame para entender las maravillas de tu creación y
experimentar tu grandioso poder. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla