martes, 23 de abril de 2013

EL CUMPLEAÑOS



Isaías 49:8
“Así dijo el Señor: En tiempo aceptable te oí, y en el día de salvación te ayudé”.

Lucas 18:16
Jesús, llamándolos (a los niños), dijo:… de los tales es el reino de Dios”.

Esta historia tuvo lugar en Rusia, en los años 70. Esa noche Liuba festejaba sus cinco años. Su padre estaba en la cárcel a causa de su fe. Desde hacía algunos días su madre pensaba cómo podría orientar ese día para que los niños sintieran menos dolorosamente la ausencia de su papá. Sólo podía ofrecerles patatas con un pedacito de tocino.

Felizmente recibieron una carta de su padre. Antes de empezar la cena, se dirigieron al Señor: «Señor Jesús, oró la pequeña Liuba, cuida de nuestro papá para que vuelva bien de salud. Bendice también a mamá. Cuando papá estaba con nosotros, siempre nos traía chocolate para nuestro cumpleaños. Contamos contigo para que nos lo mandes. Amén».

Los mayores se rieron de su hermanita, pero la mamá mandó que dejasen de reír. De repente se oyó golpear a la puerta. ¿Quién podría llegar a esa hora tardía? Era un viejo amigo. Contó cómo se sintió impulsado sin saber por qué, a ir al almacén para comprar una tableta de chocolate y llevársela. «¡Hurra! –exclamó Liuba–. Jesús contestó a mi oración. ¡Gracias, Señor!». Estupefacto, el amigo escuchó feliz.

Dos semanas más tarde, el papá leía a sus compañeros de prisión una carta de su mujer en la que evocaba el cumpleaños de Liuba. Esta misiva les traía un consuelo y una nueva razón para esperar. Les mostraba el poder de un Dios que vela, hasta en los detalles más pequeños, sobre aquellos que confían en él, y particularmente en los momentos difíciles.


“Gracia y Paz”
La buena Semilla

EL SEÑOR TE LLAMA POR TU NOMBRE




Lucas 19:1-10
“Habiendo entrado Jesús en Jericó, iba pasando por la ciudad. Y sucedió que un varón llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos, y rico, procuraba ver quién era Jesús; pero no podía a causa de la multitud, pues era pequeño de estatura. Y corriendo delante, subió a un árbol sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. Cuando Jesús llegó a aquel lugar, mirando hacia arriba, le vio, y le dijo: Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa. Entonces él descendió aprisa, y le recibió gozoso. Al ver esto, todos murmuraban, diciendo que había entrado a posar con un hombre pecador. Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido”.

La mayoría de la gente conocía a Zaqueo como “el jefe de los publicanos.” Estos eran los encargados de colectar los impuestos del Imperio romano entre los ciudadanos judíos. Quizás los romanos lo identificaban con un número. Era sólo una pieza en la enorme maquinaria que hacía que llegaran ingresos a Roma a montones. Los judíos más radicales decían que era un traidor, porque se había vendido al enemigo. Con seguridad, otros en la comunidad le habían puesto nombres denigrantes con el fin de insultarlo. Pero Jesús, al verlo, lo llamó por su nombre. Mirando hacia el árbol donde se había encaramado, Jesús le dijo: “Zaqueo, date prisa, desciende, porque hoy es necesario que pose yo en tu casa”.

Aunque nunca antes lo había visto, Jesús lo llamó por su nombre. Cuando Zaqueo oyó a Jesús pronunciar su nombre, rápidamente descendió del árbol con el fin de recibir al Señor en su casa. Aquel encuentro con Jesús lo llevó a una transformación extraordinaria. No sólo Zaqueo se arrepintió de todo el mal que había hecho, sino que prometió dar la mitad de todos sus bienes a los pobres y devolver por cuadruplicado lo que había tomado de los demás incorrectamente. La salvación y la verdadera felicidad llegaron a su casa ese día.

Un encuentro genuino con Jesús siempre produce un profundo cambio en la persona. Saulo de Tarso tuvo una experiencia similar cuando se dirigía a la ciudad de Damasco en gestiones para continuar su persecución de los cristianos. Allí en el camino se le apareció Jesús, y lo llamó por su nombre: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9:4) Entonces Saulo cayó rendido de rodillas, y “temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Desde ese instante la vida de Saulo de Tarso cambió radicalmente y para siempre. Aquel que ahora conocemos como el apóstol Pablo, más tarde escribió: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Filipenses 3:7-8). ¡Qué increíble y maravillosa transformación!

Así como llamó a Zaqueo y a Saulo de Tarso, el Señor te está llamando a ti por tu nombre. Dios está interesado en tu vida para hacer cambios profundos que traerán bendiciones y felicidad a ti y tu familia. Pon atención a su llamado, escucha atentamente su voz, y permite que él lleve a cabo sus planes en tu vida.

Si tu, amado lector, aun no has aceptado a Jesucristo como tu salvador personal, ahora mismo eleva una oración al cielo confesando tus pecados y pidiendo al Señor que entre en tu vida y tome control de ella. Si ya lo has hecho, responde al llamado del Señor mejorando tu relación con él. Busca su rostro en oración y medita en su palabra diariamente. Él te dirá lo que debes hacer.

ORACIÓN:
Padre santo, te pido que afines mi oído espiritual para escuchar con claridad tu llamado. Ayúdame a estar siempre rendido a ti y a someterme a tu voluntad para que tus planes de bendición se lleven a cabo en mi vida, en el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te habla

ORACIÓN



Padre santo, te pido que afines mi oído espiritual para escuchar con claridad tu llamado. Ayúdame a estar siempre rendido a ti y a someterme a tu voluntad para que tus planes de bendición se lleven a cabo en mi vida. Lo mismo te pido para todos y cada uno de mis hermanos y hermanas de la Fe, haz resplandecer tu hermoso rostro sobre ellos y pon tu preciosa Paz en sus vidas, en el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”