miércoles, 24 de julio de 2013

LOS ESPOSOS DEBEN SER LOS MEJORES JARDINEROS DE SU AMOR



Los esposos deben ser los mejores jardineros de su amor,
deben aprender a cuidar su jardín cada día.

Dios nos llama cada día a replantar, con entrega, sacrificio, perdón y comprensión; pero antes se deben de arrancar de raíz las malas hierbas, para evitar la asfixia de la semilla buena.

Debemos de cambiar todas las plantas resecas y marchitas por las inclemencias del tiempo. Juntos debemos sembrar un fuerte y bello jardín que resista tanto el exceso de lluvia, como de sequía.

Evitemos toda aspereza, palabras hirientes y sarcasmos. Fertilicemos y abonemos para crear un jardín exitoso.

Trabajando siempre junto a Dios, para no tener tantos problemas en tener el terreno adecuado y mantenerlo hermoso.

La mejor ubicación para cultivar, es en el corazón de nuestro ser amado, pues estará protegido de los vientos extremos.

Recordemos: "A MEDIDA QUE EL JARDÍN CRECE... CRECERÁN LOS JARDINEROS".

Algunos jardineros disfrutan de cuidar el jardín, ese amor que los unió un día en matrimonio y a cambio de ese amor y cuidado tienen un jardín hermoso.

Para muchos otros esto es una pesadilla: cortar el césped, recortar los arbustos, arrancar malas hierbas.

Se puede ser jardinero siguiendo las instrucciones de los libros, pero el mejor y buen jardinero… un jardinero excepcional… solo será bajo los pies y la dirección del Señor.


“Gracia y Paz”
Edificando Matrimonios
conforme al propósito de Dios.


Le invito a que visite la Pagina:


¿PUEDES TÚ VER AL SEÑOR?



Juan 21:1-7
“Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos junto al mar de Tiberias; y se manifestó de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás llamado el Dídimo, Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo, y otros dos de sus discípulos. Simón Pedro les dijo: Voy a pescar. Ellos le dijeron: Vamos nosotros también contigo. Fueron, y entraron en una barca; y aquella noche no pescaron nada. Cuando ya iba amaneciendo, se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús. Y les dijo: Hijitos, ¿tenéis algo de comer? Le respondieron: No. El les dijo: Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis. Entonces la echaron, y ya no la podían sacar, por la gran cantidad de peces. Entonces aquel discípulo a quien Jesús amaba dijo a Pedro: ¡Es el Señor!”

Existe un poema que se canta en la lengua de los indios cherokees de los Estados Unidos y que dice así: “Un hombre susurró: “Dios, habla conmigo”. Y un ruiseñor comenzó a cantar, pero el hombre no oyó. El hombre miró alrededor y dijo: “Dios, déjame verte”. Y una estrella brilló en el cielo. Pero el hombre no la vio. El hombre comenzó a gritar: “Dios, muéstrame un milagro”. Y un niño nació. Pero el hombre no sintió el latir de la vida. Entonces el hombre comenzó a llorar y a desesperarse: “¡Dios, tócame y déjame saber que estás aquí conmigo!” Y una mariposa se posó suavemente en su hombro. El hombre espantó la mariposa con la mano y, desilusionado, continuó su camino, triste, solo y con miedo”. Lamentablemente esta historia se hace realidad en la vida de millones de seres humanos que caminan por este mundo buscando a Dios, pero sin darse cuenta que el Señor está a su lado, en medio de las circunstancias, deseando entablar una relación con ellos.

La Escritura de hoy nos cuenta acerca de una maravillosa experiencia que tuvieron los discípulos de Jesús junto al mar de Tiberias. Después de pasar la noche pescando, estos experimentados pescadores no lograron pescar nada. Ya comenzaba a amanecer cuando “se presentó Jesús en la playa; mas los discípulos no sabían que era Jesús”. Esta era la tercera vez que el Señor se manifestaba ante sus discípulos después de haber resucitado de entre los muertos. Pero ellos no le reconocieron. Entonces Jesús les preguntó si tenían algo de comer y ellos respondieron que no. Seguidamente les dice: “Echad la red a la derecha de la barca, y hallaréis”. Ellos obedecieron inmediatamente, y dice la Biblia que no podían sacarla por la gran cantidad de peces que pescaron. Fue entonces que Juan reconoció a Jesús y le dijo a Pedro: “¡Es el Señor!”

Hay ocasiones en las que se requiere un milagro para que reconozcamos la presencia del Señor entre nosotros, para que podamos “verlo” con nuestros ojos espirituales. Sin embargo, aquellos que hemos aceptado a Jesucristo como salvador, tenemos la promesa que él hizo a estos mismos discípulos después de su resurrección cuando les encomendó que predicaran el evangelio e hicieran discípulos por todo el mundo, y entonces les dijo “He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:19-20). Mientras ellos estuviesen ocupados en seguir sus instrucciones, el Señor estaría con ellos, bendiciéndolos, fortaleciéndolos, protegiéndolos y capacitándolos para llevarla a cabo.

Unos catorce siglos antes, Dios habló a Josué de manera similar diciéndole: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (Josué 1:9). Como nuevo líder del pueblo de Israel, el joven Josué debía llevar a los israelitas hasta la tierra prometida y tomar posesión de ella. Mientras él se esforzara en cumplir el mandato, Dios estaría con él en todo momento.

Desde el momento en que fuimos salvos, y por tanto adoptados como hijos por Dios, podemos estar seguros de su presencia en nuestras vidas por medio de su Espíritu Santo. Pero sólo podremos experimentar su poder y sus bendiciones abundantemente cuando vivimos una vida de obediencia a su Palabra. ¿Quieres tú ver al Señor obrando en tu vida? Busca una comunión íntima con él por medio de la lectura de la Biblia y la oración diariamente; medita en su Palabra y aplícala a tu vida.

ORACIÓN:
Bendito Padre celestial, te ruego me capacites para vivir una vida de íntima comunión contigo. Por favor aumenta mi fe y dame la fuerza y el valor para obedecerte y servirte. Por Cristo Jesús, Amén.


“Gracia y Paz”

Dios te Habla