lunes, 21 de abril de 2014

¿PARA TI, QUÉ SIGNIFICA LA SANGRE DE CRISTO?


¿Para ti, qué significa La sangre de Cristo?

1 Corintios 6:20
“Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios”.

¿Tu, a qué le das más valor? Tal vez sea a tu casa, a tu automóvil, a una reliquia familiar que no solamente es costosa sino que también tiene un valor sentimental; o tal vez a los seres que más amas; o pueden ser tu salvación, la Biblia, o tu familia de la iglesia; pero si tu eres realmente sincero, probablemente la sangre de Jesús no estuvo en esa lista.

La cultura cristiana de hoy necesita una versión más objetiva de la salvación. Hablamos tanto de la gracia y el perdón de Dios, y cantamos de su amor por nosotros, pero (muchos) rara vez mencionamos la sangre de Jesús, derramada en la Cruz. Sin embargo, esa es la única base para nuestra salvación. Porque el Señor es recto y justo, Él no puede amar a los pecadores de modo que alcancen el cielo, o perdonarlos, simplemente porque se lo pidan. Cada pecado cometido tiene que recibir su justo castigo, tal y como lo dice Romanos 6:23 “la paga del pecado es la muerte”.

El Señor tuvo solo dos disyuntivas para ocuparse de la humanidad caída. Podía dejar que la justicia llevara a la condenación a toda la humanidad, o podía proveer un sustituto para que pagara el castigo que nosotros, y solamente nosotros, merecíamos. Pero este sustituto tenía que ser sin defecto (Deuteronomio 17:1). La única manera de salvarnos de la separación eterna en el infierno, fue enviando a su Hijo amado a la Tierra, quien vivió sin cometer pecado y murió en nuestro lugar.

La sangre que manó de las heridas de Cristo compró nuestra salvación. Si quieres valorar realmente lo que Él hizo, piensa en Él colgando en esa cruz solo por ti. Con ese pensamiento en mente, considera cómo deberías vivir. Porque si Él se entregó sin reservas por ti, ¿tu, qué le estás dando a Él?

[Lee 1 Pedro 1:17-19]


“Gracia y Paz”

Meditación Diaria

¿ES CRISTO REALMENTE TU SEÑOR?


¿Es Cristo realmente tu Señor?

Hechos 9:1-9
“Saulo, respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de este Camino, los trajese presos a Jerusalén. Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer. Y los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie. Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió”.

Este pasaje nos describe la que se conoce como la conversión más famosa de la historia de la humanidad. Pero en realidad lo que se llevó a cabo allí en el camino a Damasco no fue solamente una conversión, sino también una rendición instantánea. Normalmente, una conversión genuina debe llevar a una rendición o entrega al Señor, pero primero tiene que haber cambios internos; esto es un proceso más o menos largo. Después resulta la entrega total, ésta es una decisión personal. Cuando se efectuó este encuentro de Saulo de Tarso con Jesús, ya se estaba llevando a cabo en la vida de Saulo un proceso que había comenzado poco tiempo antes.

Leemos en Hechos 7:54-60 que Esteban, uno de los diáconos elegidos por los apóstoles, les estaba diciendo unas cuantas verdades a un grupo de judíos, los cuales se enfurecieron y arremetieron contra él y le apedrearon. Esteban era “varón lleno de fe y del Espíritu Santo”, afirma Hechos 6:5. Y allí, en medio del dolor de las pedradas, puesto de rodillas, clamó a gran voz: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto, durmió” (Hechos 7:60). La presencia y el poder del Espíritu Santo se manifestaron en aquel lugar de manera muy clara. Y Saulo de Tarso fue testigo presencial de todo lo sucedido. Y dice la Biblia que “Saulo consentía en su muerte” (Hechos 8:1). Con toda seguridad, la escena de la muerte de Esteban permanecía en la memoria de Saulo y muchas preguntas venían a su mente. ¿Cómo entender aquella paz inefable reflejada en el rostro de aquel hombre mientras sufría el terrible dolor de las pedradas? ¿Cómo era posible que pidiera perdón para los que le estaban matando? Y una expresión dicha por aquel joven persistía en su mente: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hechos 7:59).

Ahora, cuando Saulo cayó a tierra cegado por el resplandor, oyó la voz de Jesús que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” Y Saulo le dijo: “¿Quién eres, Señor?” Esta es la primera señal de que la batalla estaba llegando a su final. “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”. Finalmente Saulo, “temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Y en ese momento finalizó la batalla y Saulo se rindió a Cristo. “Levántate, y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”, le dijo Jesús. Hasta aquel momento, Saulo había estado haciendo lo que él quería. Desde ese momento en adelante se le diría lo que tenía que hacer. Este es el verdadero discípulo de Cristo, aquel que ha dejado de hacer lo que él deseaba hacer y ha comenzado a hacer lo que el Señor quiere que haga.

Sabemos que aquella fue una genuina y sincera entrega porque conocemos el resto de la vida de aquel que después se convirtió en el apóstol Pablo, y la manera en que sirvió a su Señor hasta que murió. Pero, ¿cómo puede una persona entregarse de tal manera a Cristo que pueda llamarle genuinamente Señor? La Biblia dice que “nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3). Es decir, es el Espíritu Santo quien obra en nosotros redarguyéndonos, exhortándonos, convenciéndonos de pecado y llamándonos a una entrega total al Señor. Pero la decisión final corresponde a cada uno de nosotros. Piensa un momento: ¿Es Cristo realmente tu Señor?

ORACION:
Padre santo, anhelo rendirme a la autoridad y la dirección de tu Hijo Jesucristo. Por favor, ayúdame a ceder mi voluntad a tu voluntad. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”

Dios te Habla