domingo, 15 de septiembre de 2013

UNA EXPERIENCIA MUY CONMOVEDORA SOBRE EL PERDÓN



El 8 de junio de 1972, el reportero gráfico Nick Ut tomó una fotografía que conmovió e impacto al mundo.

Se trata de la fotografía tomada a Kim Phuc, una niña vietnamita de 9 años que  corría desnuda escapando de las bombas incendiarias que, por un mal cálculo, cayeron sobre su aldea en Trang Bang, durante la guerra de Vietnam.

Las bombas de napalm pueden alcanzar los 800 grados de temperatura, es decir, una temperatura aproximadamente ocho veces más elevada que el agua hirviendo.

Después del bombardeo Kim tuvo que enfrentar 14 largos meses de medicamentos y dolorosos tratamientos. Los estudios y los juegos al aire libre fueron sustituidos por largos días de terapias y 17 injertos de piel.

Años después, Kim decidió que quería cumplir su sueño de estudiar medicina y empezó a asistir a una iglesia cristiana. Sin embargo,  a sus 19 años (una década después del bombardeo), el gobierno de su país la reclutó para utilizarla como símbolo a favor de sus intereses políticos internos y externos (algo a lo que ella se oponía).

Después de mucho insistir y orar,  el gobierno de su país la autorizó para seguir con sus estudios y la enviaron a Cuba donde una familia adoptiva la recibió con los brazos abiertos. Ahí conoció a Bui Huy Toi, otro joven vietnamita con el que en 1992 contraería matrimonio y con quien, después de su luna de miel, iniciaría una nueva vida en Canadá.

En 1996, llegó un día crucial en la vida de Kim. La Fundación para la Memoria de los Veteranos de Vietnam la invitó a un acto conmemorativo de la guerra, en Washington. En la ceremonia conoció a John Plummer, uno de los que había participado en el bombardeo con napalm.

“Él me dijo, lo siento mucho, perdóname, entonces nos abrazamos y lloramos”, cuenta Kim.

Kim es un gran ejemplo de que es posible perdonar a quienes nos han lastimado. Ella fue una víctima totalmente inocente. Sufrió quemaduras terribles y perdió familiares durante ese bombardeo pero pudo perdonar a quienes la lastimaron y alcanzó una libertad plena.

El rencor y la falta de perdón son mucho más nocivos que el naplam porque sus quemaduras no se ven pero se sienten, son profundas y no hay medicamento ni ayuda humana que pueda aliviar el dolor que se siente. Su efecto es extenso y daña todas las áreas de nuestra vida.

Perdonar no es una opción, es un mandamiento que más allá del simple perdón. Dios nos manda  a dar un paso más allá, nos ordena amar a nuestros enemigos… ¡Eso sí puede ser muy difícil pero no es imposible!

“Pero yo digo: ¡ama a tus enemigos! ¡Ora por los que te persiguen! De esa manera, estarás actuando como verdadero hijo de tu Padre que está en el cielo. Pues él da la luz de su sol tanto a los malos como a los buenos y envía la lluvia sobre los justos y los injustos por igual” Mateo 5: 44, 45 (NTV)

“Gracias a Dios aprendí a amar a mis enemigos porque tengo la fe en Jesucristo. Todo aquél que sienta odio en su corazón, debe saber que es posible perdonar y amar al enemigo a través de la fe en Dios. Si yo lo hice, todo el mundo puede hacerlo”, asegura.
Perdonar es el primer paso para sanar las heridas del corazón y transformar nuestras vidas. No cambiará  el pasado pero, sin duda, nos permitirá tener un mejor futuro.


“Gracia y Paz”



Ana María Frege Issa