jueves, 19 de septiembre de 2013

EN MANOS DEL CARPINTERO



Hoy quiero compartir una anécdota que nos ayudará a entender la inter-relación que Dios quiere que tengamos como Iglesia. Hace algunos días escuche una predicación acerca de las dos esferas en que un creyente se ve involucrado. La esfera en el Reino de Dios a la que nos da acceso la salvación, y la esfera de la Iglesia la cual se nos da a través de la comunión. De las dos, la más difícil es la segunda; debería de ser la primera, pero no. Lo más difícil es lidiar con seres humanos. Todos somos seres pensantes, emocionales y sensibles. Por allí dicen que cada cabeza es un mundo… Y vaya si lo es. Cada cual tiene su propia personalidad, carácter y temperamento. Esto nos hace tener la individualidad propia de cada uno. Pero a pesar de todo eso, Dios dice a través de Su Palabra que no obstante de ser muchos miembros, somos un solo cuerpo. Gloria sea a su Gran Nombre.

Y sin un solo cuerpo, debemos entonces movernos de tal manera tan coordinadamente que haciendo cada uno su función, coadyuvemos a un bien que nos sea común. De allí la siguiente anécdota:

“Se cuenta que en el taller de carpintería una noche se llevó a cabo una reunión de herramientas para arreglar sus diferencias.  El martillo tomó la iniciativa y procedió a ejercer la presidencia. Empezó a golpear muy fuerte la madera para que todos le prestaran atención, pero la asamblea le notificó que tenia que renunciar. ¿La causa? ¡hacía mucho ruido! y además se pasaba todo el tiempo golpeando. Nadie quería un líder que les golpeara y atentara contra la integridad de todos y cada uno de ellos.

El martillo acepto su culpa, pero pidió que también fuera expulsado el tornillo. El martillo ya se había dado cuenta del gran problema que el tornillo tenía. Él dijo el tornillo le daba muchas vueltas al asunto para hacer algo, ¡y en verdad tenía toda la razón! El tornillo acepto también, pero él a su vez pidió la expulsión de la lija. Hizo ver que la lija era muy áspera en su trato con las demás herramientas y siempre tenia fricciones con todos. La lija estuvo de acuerdo, a condición de que fuera expulsado también el metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás como si él fuera el único perfecto.

El metro para no tener que estar solo argumentó que si él era expulsado entonces que también expulsaran al cepillo, porque sólo servía para desgastar la madera.

En esta discusión acalorada estaban cuando entro el carpintero e inicio su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro, el tornillo y el cepillo. Cada herramienta fue empleada con las hábiles manos del carpintero y todas y cada una de ellas cumplió exactamente la función que le correspondía. En las manos del carpintero sucedió que trabajaron en armonía y finalmente la tosca madera inicial se convirtió en un lindo ajedrez.

Cuando la carpintería quedó completamente sola, la asamblea reanudó la deliberación. El serrucho tomó la palabra y dijo: ¡Señores, ha quedado claro que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos”. Esto terminó con toda discusión y cada uno quedó contento con la conclusión final, aceptándose tal como eran y cumpliendo la función que cada cual podía desarrollar”.


De la misma manera sucede en la Iglesia del Señor. Hay “hermanos martillo”, golpean a los demás con sus palabras, con sus hechos, son toscos en su trato, resultan ser hasta groseros. Hay otros que son “hermanos tornillo”, en las asambleas hay que frenarlos en sus intervenciones pues están va de darle vueltas y vueltas a todo asunto y no aportan nada edificante. Pero todavía éstos podemos soportar. ¡Qué tal los “hermanos lija”! Ásperos siempre, andan de malas todo el tiempo, son de aquellos que se comenta que les dicen: ¡Buenos días!, y ellos responden: ¡Qué tienen de buenos! Son los que siempre ven negativamente todo, los de ver el vaso medio vacío. Luego, los “hermanos metro” los perfectos, los “santos”, los que ya no pecan, los fariseos modernos; quienes creen que todos los demás están mal y sólo ellos no. Y por último los “hermanos cepillo” los que con sus comentarios y su acción misma va encaminada a desgastar, a minar las fuerzas, a desanimar a otros.

Y así cada uno por sí solo no aporta nada bueno a la comunidad eclesial. En las manos del Maestro seremos otra cosa, podemos sufrir tal transformación y cambio que toda historia pasada termine y ahora seamos de bendición y de bien los unos a los otros. Dios puede hacer maravillas con nosotros. Nos puede dar un uso honroso a todos. Para Dios somos valiosos, Él ve en nosotros, lo que ni nosotros mismos sabemos que podemos ser y hacer. Aleluya.

Que este sea el punto final: “¡Hermanos, ha quedado claro que tenemos defectos, pero el Maestro-carpintero trabaja con nuestras cualidades. Eso es lo que nos hace valiosos. Así que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos”. Amén y Amén.

“Gracia y Paz”

Palabras de Miel

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