lunes, 10 de septiembre de 2012

¿QUIERES SER DISCÍPULO DE CRISTO?


Lucas 9:23
"Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame".

Hace muchos años hubo un equilibrista que llegó a tener fama internacional por sus proezas en la cuerda floja. A medida que pasaba el tiempo, sus actuaciones eran cada vez más espectaculares. El solía cruzar de un edificio de varios pisos a otro a través de un cable que se colocaba entre ambos. Lo más impresionante era que no usaba una red protectora, arriesgando su vida en cada actuación. Los edificios escogidos iban siendo más altos en cada ocasión, 30 pisos, 50 pisos, 80 pisos de altura. Cada vez que este hombre actuaba, enormes multitudes acudían a verlo, y sus actuaciones eran transmitidas por la televisión a todo el mundo.

En una ocasión, él anunció que intentaría hacer algo que nadie había hecho antes: cruzar las cataratas del Niágara de la orilla de los Estados Unidos a la orilla de Canadá a través de un cable de acero. Llegado el día, se reunieron en el lugar miles de personas a ambos lados de las cataratas. El equilibrista llegó y subió a una plataforma muy alta. Enseguida recibió una gran ovación de parte de la multitud. Entonces, tomando un micrófono, les pidió silencio y les explicó que intentaría cruzar hasta la orilla opuesta y regresar al punto de partida a través del cable que ya había sido instalado, y no habría ninguna red protectora debajo de él. Seguidamente preguntó: "¿Creen ustedes que puedo hacerlo?" La inmediata respuesta fue un rotundo “SÍ” salido de todas aquellas gargantas.

El hombre se dirigió al inicio del cable, y con sumo cuidado comenzó la caminata. Lentamente avanzó paso a paso, mientras miles de ojos se mantenían fijos en él. Debajo, las rugientes aguas de las cataratas saltaban como tratando de alcanzarlo. Un pequeño traspié y le esperaba una muerte segura. Continuó caminando muy despacio mientras la ansiosa multitud se mantenía en impresionante silencio. Así llegó al lado opuesto, y cuidadosamente dio la vuelta e inició el regreso. Con la misma precaución, muy lentamente comenzó a avanzar hacia la meta. Los minutos parecían interminables mientras una extraordinaria tensión se sentía en medio de aquella muchedumbre. Paso a paso, poco a poco continuó su camino hasta que finalmente llegó al punto de partida. Entonces la multitud prorrumpió en unánime y merecida ovación.

El equilibrista subió de nuevo a la plataforma, pidió silencio y nuevamente se dirigió al público. Les dijo: "He decidido que ahora mismo voy a repetir lo que acabo de hacer. ¿Creen ustedes que puedo hacerlo?" Nuevamente se levantó de la multitud un “SÍ” ensordecedor. "Pero quiero hacer un cambio, – les advirtió – esta vez quisiera llevar a una persona sobre mi espalda. ¿Algún voluntario?" Un sobrecogedor silencio invadió aquella multitud. No hubo una sola mano que se levantara en señal de aceptación al reto. Aquellos que con tanta firmeza creían que él podría repetir la hazaña no se atrevían a acompañarlo en el intento.

En el pasaje de hoy, Jesús expone con toda claridad las condiciones para seguirlo a él, es decir para ser su discípulo. Lo primero que se requiere es que el discípulo se niegue a sí mismo, o sea debe decirle “no” a sus propios deseos. Y debe decir “sí” al mandato de Jesucristo. El verdadero discípulo no vive ya para seguir su propia voluntad, sino para seguir la voluntad del Señor. En aquellos tiempos, decirle a alguien que debía estar dispuesto a tomar una cruz era decirle que debía estar dispuesto a ser considerado como un criminal y a sufrir una horrible muerte. ¿Quién mejor que Jesús para conocer el significado de la cruz, señal de sacrificio, de tortura, de humillación, de sufrimiento? Y él nos pide que cada uno de nosotros tome su cruz, no alguna que otra vez, sino cada día, y que le sigamos confiando en él como el líder perfecto que ya conoce el camino a seguir.

La historia del equilibrista nos enseña que hay una gran diferencia entre creer que alguien puede hacer algo, y confiar la propia vida al unirse en el intento. Muchos dicen que creen en Jesucristo. Pero son pocos los que están dispuestos a seguirlo. ¿Serías tú capaz de aceptar el reto?

ORACIÓN:
Padre santo, te ruego me des la fuerza y el valor que necesito para ser un buen discípulo de tu Hijo Jesucristo. Ayúdame a negarme a mí mismo y a cargar con mi cruz cada día para que tu nombre sea glorificado en mi vida. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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