miércoles, 30 de abril de 2014

¿YA APRENDISTE A SEMBRAR?


¿YA APRENDISTE A Sembrar?

Gálatas 6:7
“No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”.

Sembrar y segar es una ley que se aplica tanto en el mundo material como en el mundo espiritual. De acuerdo con la Biblia, segar es una consecuencia inevitable de sembrar. Como lo dice la escritura de Gálatas 6:7: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. Este texto no dice, «posiblemente» segará o «tal vez» segará sino «eso también segará». Proverbios 22:8 nos advierte: «El que sembrare iniquidad, iniquidad segará». Oseas 8:7 habla de los malhechores que «sembraron viento, y torbellino segarán».

En la actualidad aún existen muchas personas no le dan importancia a este principio. Por ejemplo, algunos padres de familia piensan que pueden vivir vidas pecaminosas sin hacerles daño a sus hijos por su mal ejemplo. Los jóvenes piensan que pueden sembrar a la carne ahora y luego no segar la miseria y la vergüenza. Muchos siembran alcoholismo y piensan que pueden tener un poco de placer mundano hoy, sin preocuparse de las consecuencias del mañana. Proverbios 23:31 dice: “No mires al vino cuando rojea, cuando resplandece su color en la copa. Se entra suavemente; mas al fin como serpiente morderá y como áspid dará dolor”. Otros siembran inmoralidad sexual, sin tomar en cuenta que la fornicación, o sea el sexo fuera del matrimonio, es pecado (Gálatas 5:19). Otros siembran materialismo y a la adquisición de riquezas, mas la Biblia dice que “raíz de todos los males es el amor al dinero” (1 Timoteo 6:10). Es definitivo, el segar es consecuencia inevitable del sembrar.

Segaremos como hayamos sembrado. Génesis 1:11-12 habla del segar «según su género». Oseas 10:13 dice: «habéis arado impiedad, y segasteis iniquidad». Es que, la justicia con frecuencia toma una forma similar a la del crimen. Por ejemplo, Jacobo, el engañador en Génesis capítulos 27 y 37, asimismo fue engañado. David el Rey, manchó a un hogar por su codicia, y sufrió más tarde la mancha de su propia familia. Hoy en día, cuando los padres se divorcian, luego sus hijos tampoco pueden mantener sus matrimonios y también se divorcian. Si los padres no son fieles en la asistencia a los cultos de la iglesia, tampoco lo serán sus hijos. Siempre segaremos como hayamos sembrado.

A veces, incluso, segaremos más de lo que hayamos sembrado. Oseas 8:7 les advirtió al pueblo de Dios desviado que habían sembrado el viento, y que iban a segará el torbellino. De hecho, el pecado —cualquier pecado— no arrepentido siempre es así. Por ejemplo, si pecamos contra nuestros propios cuerpos, pasando pocos momentos en la inmoralidad y del placer carnal, segaremos una vida entera de la vergüenza y el dolor, y posiblemente la eternidad en el castigo eterno. Isaías 57:20-21 dice: «Pero los impíos son como el mar en tempestad, que no puede estarse quieto, y sus aguas arrojan cieno y lodo. No hay paz, dijo mi Dios, para los impíos». Muchas veces la gente habla de los «pecadillos» y los «delitos» como las ofensas ligeras de las cuales Dios no toma en cuenta. Sin embargo, bíblicamente, cualquier pecado que cometemos que no sea perdonado por la sangre de Cristo es suficiente para condenarnos eternamente. El pecado es así. Es una ofensa enorme en los ojos de Dios. Es una ofensa contra la santidad del Soberano del universo, y por ende merece el castigo. Por tanto, debemos de tener cuidado al pensar que, ante los ojos de Dios, no hay en los pecados grandes y pequeños. Todos son igual de graves y ofensivos.  Aunque ciertos pecados pueden producir resultados más graves que otros, en cuanto a las consecuencias para las personas afectadas por nuestras acciones. No obstante cualquier pecado —aún solamente un pecado— que no sea propiciado por la sangre derramada de Cristo es suficiente para condenarnos. Por eso, segaremos más que lo que hemos sembrado. «Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción» dijo el apóstol en Gálatas 6:8.

Siempre segaremos por más tiempo que el que hemos sembrado. Así sucede en el mundo físico también. El agricultor siembra por un día, pero puede cosechar la mies por varias semanas o hasta algunos meses. En el mundo espiritual, si sembramos por algunos días del pecado, y si no recibimos el perdón que solamente puede venir por la sangre de Cristo, segaremos el castigo eterno. Mateo 25 registra la descripción de Cristo de la escena del juicio en el día postrero. Al hacer dos divisiones en toda la humanidad que nunca ha vivido, versículo 41 dice de Juez: «Entonces dirá también a los de la izquierda: apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles». Luego, el versículo 46 agrega: «E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna». La palabra traducida «eterno» en la frase «el castigo eterno» es de la misma palabra en el griego que la palabra «eterna» en la frase «la vida eterna». Por lo tanto, igual el tiempo que durará el premio en los cielos para los justos con Dios y Cristo y el Espíritu Santo y todos los ángeles, así durará el castigo para los impíos que ignoran a Cristo y que rechazan el evangelio.

En Judas 7 se habla de los habitantes que una vez vivieron en Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas que habían fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza. Añade que aún en el tiempo de Judas en el primer siglo después de Cristo, esos pecadores estaban «sufriendo el castigo del fuego eterno». ¡Qué triste! Al pecar por unos cortos días aquí en la tierra, una persona sufrirá por siempre en el fuego del infierno si no es limpiada de su maldad por la sangre de Cristo. Es cierto, segaremos por más tiempo que el que hemos sembrado.

Por lo tanto, hay que sembrar al Espíritu para segar la vida eterna (Gálatas 6:8). Se siembra al Espíritu por la fe y la obediencia al evangelio. Es necesario oír el evangelio y creer en Cristo como su Salvador resucitado de los muertos (Juan 8:24; Romanos 10:9, 10). Además, al creer, uno tiene que obedecer a Cristo por arrepentirse de sus pecados (Lucas 13:3), y por confesar con sus labios el dulce nombre de Jesús como el Hijo de Dios (Romanos 10:9,10), y ser bautizado en agua para perdón de sus pecados (Hechos 2:38; Marcos 16:16). Al ser obedientes así al evangelio de Cristo, Cristo nos añadirá a su iglesia (Hechos 2:47), donde tendremos que servirle fielmente hasta el fin.

“Gracia y Paz”

Phillip Gray

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