2 Corintios
8:1-7
“Asimismo,
hermanos, os hacemos saber la gracia de Dios que se ha dado a las iglesias de
Macedonia; que en grande prueba de tribulación, la abundancia de su gozo y su
profunda pobreza abundaron en riquezas de su generosidad. Pues doy testimonio
de que con agrado han dado conforme a sus fuerzas, y aun más allá de sus
fuerzas, pidiéndonos con muchos ruegos que les concediésemos el privilegio de
participar en este servicio para los santos. Y no como lo esperábamos, sino que
a sí mismos se dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad
de Dios; de manera que exhortamos a Tito para que tal como comenzó antes,
asimismo acabe también entre vosotros esta obra de gracia. Por tanto, como en
todo abundáis, en fe, en palabra, en ciencia, en toda solicitud, y en vuestro
amor para con nosotros, abundad también en esta gracia”.
Uno de los
objetivos que estaba más cerca del corazón del apóstol Pablo al escribir esta
carta a los corintios, era la ofrenda que estaba organizando para la iglesia en
Jerusalén. Esta era la madre de las demás iglesias, pero era pobre, y el deseo
de Pablo era que las iglesias gentiles recordaran y ayudaran a aquella que era
su madre en la fe. De modo que en este pasaje Pablo les insta a ser generosos.
La generosidad
es la virtud que nos hace pensar y actuar a favor de los demás, poniendo el
bienestar de ellos por encima de los intereses personales, aunque requiera
sacrificio. El ser humano, por naturaleza busca su propio beneficio, y por regla
general no existe en él la tendencia a ser generoso. Pero cuando Jesucristo
viene a nuestras vidas, el Espíritu Santo comienza a obrar en nosotros y a
medida que nos entregamos más al Señor, va surgiendo de nuestros corazones el
deseo de darnos a los demás en una genuina actitud de generosidad.
En su carta,
Pablo menciona las iglesias de Macedonia, las cuales aunque eran pobres y
estaban pasando por problemas, habían dado todo lo que tenían, mucho más de lo
que cualquiera hubiera esperado. Los macedonios, dice Pablo, “a sí mismos se
dieron primeramente al Señor, y luego a nosotros por la voluntad de Dios”. Esta
es la base de la generosidad, el amor a Dios. Cuando nos damos nosotros mismos
al Señor, de nuestro corazón nace ser generosos con los demás.
El sacrificio de
Jesús no comenzó en la cruz. Ni siquiera comenzó con su nacimiento. Empezó en
el cielo, cuando dejó de lado su gloria para venir a la Tierra. En su carta a
los filipenses, Pablo escribió: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo
también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser
igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando
forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de
hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte
de cruz” (Filipenses 2:5-8). Ciertamente no es posible entender la inmensa
generosidad de Jesús al despojarse de su divinidad y venir a este mundo a
entregarse a una muerte tan horrible como la crucifixión. Pero debemos
recordarlo y tratar de aplicar su ejemplo en nuestro diario vivir.
¿Y cuánto dinero
tiene que dar una persona para que se le considere generosa? Esto es muy
relativo. En Marcos 12:41-44, la
Biblia nos cuenta que “estando Jesús sentado delante del arca
de la ofrenda, miraba cómo el pueblo echaba dinero en el arca; y muchos ricos
echaban mucho. Y vino una viuda pobre, y echó dos blancas, o sea un cuadrante.
Entonces llamando a sus discípulos, les dijo: De cierto os digo que esta viuda
pobre echó más que todos los que han echado en el arca; porque todos han echado
de lo que les sobra; pero ésta, de su pobreza echó todo lo que tenía, todo su
sustento”. Considerando el valor monetario aquella pobre viuda dio muy poco,
pero demostró mucha más generosidad que los ricos al dar de corazón “todo lo
que tenía”.
El Señor siempre
está atento a la manera en que nosotros mostramos nuestro amor a los demás.
Aprendamos de su ejemplo al entregar su vida por la humanidad. Veamos el
ejemplo de los macedonios, así como el de la pobre viuda. Reflexiona en esta
enseñanza y aplícala a tu vida ante la necesidad de aquellos que te rodean o al
momento de ofrendar.
ORACIÓN:
Padre santo, te
ruego quites de mi corazón todo vestigio de egoísmo que me impida entregarme a ti
de todo corazón y pueda mostrar generosidad con los que me rodean. En el nombre
de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla
No hay comentarios:
Publicar un comentario