martes, 29 de octubre de 2013

¿QUIERES UN MATRIMONIO FELIZ?



Efesios 5:21-27
“Someteos unos a otros en el temor de Dios. Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha”.

Cuando el apóstol Pablo escribió esta carta a los cristianos de Efeso, tanto la comunidad judía como la griega se encontraban llenas de una gran corrupción. El matrimonio había perdido todo valor. La vida familiar estaba en ruinas. Para los judíos la mujer no tenía ningún valor. Era prácticamente un objeto que no tenía derecho siquiera a protestar. Entre los griegos abundaba la prostitución, y la infidelidad y el adulterio eran muy comunes. Es decir, el hogar y la vida familiar estaban próximos a extinguirse. Y es en medio de esta situación que Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, expone dos puntos dirigidos al matrimonio que para nuestros tiempos tienen un valor extraordinario:


1. Las mujeres deben estar sujetas a sus maridos como al Señor.

¿Por qué? “Porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia”.
Al igual que en toda otra entidad o institución, en el matrimonio debe haber una cabeza, es decir un líder a quien seguir. Dios ha establecido que este líder sea el hombre, lo cual indicó claramente cuando lo creó primero y después creó a la mujer. Y al igual que la iglesia debe someterse al liderazgo de Cristo, quien es “cabeza de la iglesia”, la mujer debe someterse a su marido.


2. Los maridos deben amar a sus mujeres como el Señor amó a la iglesia.

Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella. El Señor no amó a la iglesia para que la iglesia hiciera algo por él, sino para él servir a la iglesia, al punto de entregar su vida en la Cruz del Calvario. De esta manera el marido debe amar a su esposa. El esposo debe estar siempre dispuesto a sacrificarse por su mujer. No debe el hombre mirar a su esposa como una especie de sirviente permanente, sino como alguien a quien honrar y amar.

Todo, pues, gira alrededor del amor. Es de esta manera que la Palabra exhorta a las esposas a estar sujetas a sus maridos, tal como deben estar sujetas a Cristo, por medio de un amor verdadero e incondicional. Y de la misma manera el marido debe entregarse a su esposa con el mismo amor que Jesús se entregó por nosotros. Y así como el Señor nos invita a unirnos a él, enyugados como dos bueyes que halan de un arado o de una carreta (Mateo 11:28-30), así deben estar unidos el marido y la mujer.

Cuentan de un muchacho que todos los días iba a la escuela llevando sobre sus hombros a su hermanito más pequeño, el cual era inválido. Un hombre que lo había estado observando por un tiempo, en una ocasión lo detuvo y le preguntó:
--“¿Para donde tú vas, muchacho?”--
--“Para la escuela” – replicó el jovencito.
--“¿Y tú vas todos los días a la escuela cargando este niño?”--
--“Sí señor”, le contestó.
--“¡Pobrecito! Debe ser una carga muy pesada para ti.”, le dijo el hombre.
Y el muchacho le contestó: “No es una carga, señor. Es mi hermanito”
El amor que este muchacho sentía por su hermanito no permitía que él lo considerara una carga.

Para muchos el matrimonio es una pesada carga, que por regla general termina en divorcio. Pero a través del amor de Cristo deja de ser una carga para convertirse en un remanso de paz. Para ello es necesario depender plenamente de Dios. No puede haber paz en una persona si no mantiene una buena relación con su Padre celestial. No puede una esposa estar sujeta a su marido si antes no esta sujeta a Cristo. No puede un marido amar verdaderamente a su mujer si no siente el amor de Cristo en su vida. Ya seas una persona casada o que pienses casarte algún día, haz tuya esta enseñanza y aplícala en tu vida.

ORACIÓN:
Bendito Padre celestial, te ruego me llenes de tu paz y de tu amor para que yo pueda compartirlo en mi hogar, y tu nombre sea glorificado por medio de nuestra entrega y nuestra dependencia de ti. En el nombre de Jesús, Amén.


“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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