martes, 5 de febrero de 2013

¿ERES TÚ UNA PERSONA HONESTA?



Efesios 4:22-25
“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad. Por lo cual, desechando la mentira, hablad verdad cada uno con su prójimo; porque somos miembros los unos de los otros.”

El apóstol Pablo escribe esta carta a los recién convertidos creyentes que formaban la iglesia de Efeso y los exhorta a abandonar el estilo de vida anterior y a que marcharan por el nuevo camino de la vida cristiana. Básicamente Pablo les está diciendo que debían “despojarse” de su vida antigua de la misma manera en que se despojarían de una prenda de vestir que no usarían más. El “viejo hombre”, al cual se refiere Pablo, describe al individuo antes de la conversión, el cual tenía el “entendimiento entenebrecido”, por lo que “se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza” (v.18-19). Ahora, después de haberse convertido, todo esto debía cambiar radicalmente, pues “el nuevo hombre es creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad”.

Por lo tanto, les dice Pablo, deben “desechar la mentira y hablar verdad cada uno con su prójimo”. O sea, el nuevo hombre debe vivir una vida de honestidad. La honestidad es la virtud por medio de la cual una persona actúa siempre con base en la verdad y en la auténtica justicia. Ser honesto es ser veraz, íntegro, justo. El hombre honesto es un verdadero imitador de Cristo en todos los aspectos. Lamentablemente, en el mundo en que vivimos, la honestidad está prácticamente desaparecida. Lo vemos en los políticos, en los hombres de negocio, en los atletas, en las autoridades, en los abogados, médicos, en los jueces (supuestamente encargados de impartir justicia), y hasta en la misma iglesia. Todo comenzó desde la caída del hombre y ha ido empeorando a través de los siglos.

Cuando Dios decidió destruir a Sodoma debido al pecado y la extrema corrupción a que había llegado, Abraham intercedió ante el Señor diciéndole: “¿Destruirás también al justo con el impío? Quizá haya cincuenta justos dentro de la ciudad” (Génesis 18:23). Dios le dijo que si hallaba cincuenta justos perdonaría la ciudad por amor a ellos. Entonces Abraham, temiendo que no hubiera ni siquiera cincuenta justos, bajó su apelación a cuarenta y cinco, y después a cuarenta, a treinta, y así sucesivamente hasta que llegó a diez. Y Dios le dijo: “No la destruiré por amor a los diez” (v.32). Finalmente Dios hizo llover azufre y fuego sobre Sodoma y Gomorra y ambas ciudades fueron destruidas. ¡Ni siquiera diez personas honestas pudo hallar el Señor!

Diógenes de Sínope fue un filósofo griego, nacido en el año 413 A.C. el cual es considerado como el más típico representante de la Escuela Cínica, por lo que muchos le conocen como Diógenes el Cínico. Se cuenta que en cierta ocasión, a plena luz del día, Diógenes recorría uno de los lugares más concurridos de su ciudad, con un farol encendido en la mano. Cuando le preguntaron cuál era el propósito de andar en pleno día con una lámpara prendida, él respondió: "Busco a un hombre honesto sobre la faz de la tierra". Con esto trataba de demostrar lo difícil que era encontrarlo. Eclesiastés 7:20 lo expresa de la siguiente manera: “Ciertamente no hay hombre justo en la tierra, que haga el bien y nunca peque”.

¡Qué triste es para Dios ver el estado a que ha llegado su Creación! Sin duda, en muchos aspectos, estamos igual o peor que Sodoma y Gomorra. Intercedamos ante el Señor, como lo hizo Abraham, para que tenga misericordia de este mundo corrupto. Y hagamos nuestra parte como cristianos, viviendo una vida de honestidad y santidad que glorifique a Dios y sea un testimonio para los que nos rodean. Esta debe ser la meta de todo creyente. Claro que no es tarea fácil, pues nuestra naturaleza carnal nos impulsa a hacer todo lo contrario. Por eso debemos aferrarnos al poder del Espíritu de Dios, buscando el rostro del Señor en oración cada día, leyendo su Palabra y meditando en ella. Es la única manera de vivir una vida de honestidad y santidad.

ORACIÓN:
Padre santo, yo anhelo vivir una vida de honestidad que glorifique tu nombre, pero reconozco que soy incapaz de hacerlo por mí mismo. Te ruego que me ayudes a rendirme a ti totalmente, y que tu Espíritu controle cada área de mi vida. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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