martes, 4 de diciembre de 2012

¿CUAL ES EL GRAN MANDAMIENTO EN LA LEY?



Mateo 22:36-39
"Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo".

Cuando un intérprete de la ley le preguntó a Jesús cuál era el principal mandamiento en la ley, él le respondió que amar a Dios por sobre todas las cosas, e inmediatamente después le dijo que el segundo mandamiento era semejante, es decir tan importante como el primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Para Dios es de suma importancia que nos amemos los unos a los otros. Tan importante como que le amemos a él. De hecho, el fundamento básico de la vida cristiana consiste en amar a Dios y al prójimo. Si no actuamos de esta manera algo anda mal, y la Biblia nos llama mentirosos. En 1 Juan 4:20 dice: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?”

El Espíritu Santo pone el amor de Dios en nuestros corazones. El apóstol Pablo dice en su carta a los Romanos: “Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5). Una vez que este amor ha sido derramado en nuestros corazones, deliberadamente comenzamos a identificarnos con los intereses y propósitos de Jesucristo en las vidas de otros. El resultado obvio de este proceso es sentir el deseo de obedecer los mandatos de Jesús. Y el Señor nos manda que nos amemos: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros” (Juan 13:34-35).

Pablo fue un hombre entregado totalmente al servicio del Señor, y por donde quiera que iba compartía con todos el amor que Dios había puesto en su corazón. En su carta a los Efesios, por ejemplo, los exhortó a que mostraran el amor de Dios “soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor, solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz” (Efesios 4:2-3). Los cristianos deberíamos siempre seguir su ejemplo, pero muchas veces nos concentramos sólo en nuestras propias metas, por lo que los demás no pueden ver reflejado en nosotros el amor de Dios, y el Señor no puede usarnos de la manera que él desea.

Tenemos que luchar contra la tendencia humana que nos impulsa a buscar las cosas cuyos beneficios son estrictamente materiales, y enfocarnos en las cosas espirituales que agradan al Señor. La comunión con Jesús implica más que ir los domingos a la iglesia o pasar un tiempo a solas con él. Es necesario que como resultado de este tiempo devocional, en nuestros corazones se produzca el deseo de mostrar la luz, la paz y el amor de Jesucristo al mundo que nos rodea, que tan necesitado está de la gracia de Dios.
A nuestro alrededor hay personas con necesidades de todo tipo. También en la televisión vemos casi a diario noticias de tragedias que ocurren alrededor de todo el mundo. Infelices víctimas de guerras, o terremotos, o grandes incendios, o inundaciones. Nuestro corazón se oprime ante tanta desgracia y sentimos lástima por ellos, pero, ¿hemos hecho algo por mostrarles el amor del Señor? No solamente debemos orar pidiendo a Dios que los ayude, sino también debemos mostrarle el amor de Cristo ayudándolos de alguna manera. Para aquellos que están lejos, podemos contribuir con ayuda material a través de las diferentes organizaciones que se encargan de llevarles un poco de alivio en medio de su dolor y sufrimiento. No importa si no puedes hacer una donación grande. Pero hazte el propósito de donar algo aunque te resulte un sacrificio hacerlo. Hazlo en el nombre del Señor, pues él no lo va a pasar por alto. Así dice la Biblia en Colosenses 3:23-24: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís”.

ORACIÓN:
Padre celestial, te doy gracias por el amor que has derramado en mi corazón por medio de tu Santo Espíritu. Por favor ayúdame a mostrarlo con hechos a aquellos que están en necesidad en estos momentos, para que tu nombre sea glorificado en mi vida. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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