martes, 24 de noviembre de 2015

“TODO AQUEL QUE PERMANECE EN ÉL, NO PECA”



“Todo aquel que permanece en Él, no peca”. El hijo de Dios, el verdadero Seguidor de Cristo, no practica el pecado, sino todo lo contrario, lo rechaza y lo rehúye. El pecador, el que NO es hijo de Dios, vive con toda naturalidad en el pecado, todo el tiempo, pero el hijo de Dios, el que ha nacido de nuevo, ha recibido una nueva naturaleza, y ya no puede, ni desea vivir una vida pecaminosa.

En la parábola del Hijo prodigo, hay una descripción muy clara, porque ahí nos dice que sólo los cerdos viven felices en las pocilgas, pero los hijos, como aquel hijo pródigo, abandonan esas circunstancias incompatibles con su nueva naturaleza, y regresan al hogar, junto al Padre Celestial. Los hijos de Dios pueden entrar en una pocilga, pero no desean permanecer en esa situación, porque se sentirán miserables, sucios, despreciables, porque como hijos de Dios conocieron la luz y la bondad del Padre.

Si todavía encontramos felicidad en el pecado, entonces aun no somos hijos de Dios, porque los hijos de Dios tienen la naturaleza del Padre.

Algunos creyentes que han tenido un problema derivado del pecado, se sienten miserables, desgraciados, y no tienen gozo, ni paz. Todo esto es comprensible. No hay ninguna duda de que un hijo de Dios pueda sentirse tentado y que caiga en una situación de pecado, pero, también debemos de tener la seguridad de que Dios puede librarnos de ese pecado, que Dios tiene poder y deseos de perdonarnos, si con arrepentimiento confesamos nuestro pecado y se lo pedimos con humildad, y de todo corazón. Nosotros podemos pedirle a Dios que restaure la paz y gozo que hemos perdido por habernos alejado de Él.

Si tu, amado hermano y hermana te encuentras en esta situación, entrégale a Dios el control de tu vida, y si tu eres un hijo o hija de Dios, entonces, nunca estarás satisfecho(a) y feliz cuando te encuentre alejado(a) de Dios.

Dios puede librarnos de caer en pecado. Él puede y desea librarnos, porque somos sus hijos amados, y eso es lo que nos está enseñando la Palabra de Dios aquí. Sólo tenemos que confesarle a Dios nuestra impotencia y derrota en la lucha contra el pecado que nos separa de la santidad de Dios, y Él se manifestará con Su poder en nuestra vida. ¡Amen!


¡Gracia y Paz!

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