viernes, 8 de agosto de 2014

¿ACOSTUMBRAS A JUZGAR SIN CONOCER?



¿ACOSTUMBRAS A JUZGAR SIN CONOCER?

Mateo 7:1-5
“No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? ¡Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano”

A la mayoría de nosotros nos resulta sumamente fácil criticar o juzgar a los demás, y muchas veces ni cuenta nos damos de que aquello que criticamos, nosotros lo hacemos igual o peor. En este pasaje, Jesús condena esta acción y hasta le llama “hipócrita” a todo aquel que no es capaz de ver sus propios defectos, y sin embargo juzga a otro por acciones de menor importancia que las que él ha cometido.

Muchas veces esta advertencia del Señor se interpreta como una total prohibición a emitir un juicio o una opinión sobre alguien, sin embargo Jesús mismo en Juan 7:24 se dirige a un grupo de judíos y les dice: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio”. Es decir, si vamos a juzgar a alguien debemos hacerlo justamente, de manera imparcial, no según las apariencias. Lamentablemente en nuestra condición de humanos somos incapaces de hacerlo. La Biblia dice claramente que “no hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). Ahora bien, si somos guiados por el Espíritu de Dios (quien es justo y es capaz de ver lo que hay en el corazón), podremos juzgar con justicia y no simplemente según las apariencias.

Jesús advierte en contra de que juzguemos a los demás de la manera en que lo hacían los fariseos, es decir asumiendo una actitud de superioridad, tratando de encontrar faltas ajenas mientras estaban totalmente ciegos en cuanto a sus propias faltas y defectos. Juzgar a los demás de esta manera traerá siempre malas consecuencias. El apóstol Pablo, en su carta a los romanos les previene acerca de esta actitud de la siguiente manera: “Por lo cual eres inexcusable, oh hombre, quienquiera que seas tú que juzgas; pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo. Más sabemos que el juicio de Dios contra los que practican tales cosas es según verdad. ¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás del juicio de Dios?” (Romanos 2:1-3).

Una pequeña historia dice así: “Una semillita cayó en el suelo, y al poco tiempo empezó a brotar. ¿Cuál de todas las flores seré? – se puso a meditar –­ No quiero ser una rosa porque tiene espinas. No me gustaría ser un lirio porque no tiene color. Y, desde luego, tampoco quiero ser una violeta porque es muy pequeña y crece muy cerca del suelo”. De esta manera continuó la semillita encontrando faltas en todas las flores. La historia concluye con este párrafo: “Así criticó a todas las flores la altanera semillita. Hasta que despertó una mañana, ¡y descubrió que era hierba mala!”

¡Cuántas veces hemos actuado como esta semillita de la historia! Simplemente porque nos creemos superiores a los demás y los subestimamos. La Santa Palabra de Dios nos advierte acerca de esta actitud en Filipenses 2:3: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo”. Pablo completa la idea con un magnífico consejo en Romanos 12:3: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”.

Cuando no seguimos estas instrucciones y empezamos a encontrar faltas en los demás, en realidad estamos sentando las bases para nuestro propio juicio y nos estamos condenando a nosotros mismos. Antes de emitir un juicio o criticar a alguien, debemos dedicar unos minutos a examinarnos a nosotros mismos, y pedirle a Dios que nos dé sabiduría y humildad para juzgar “con justo juicio”. Es muy probable que entonces desistamos de juzgar a esa persona.

ORACIÓN:
Padre Bueno, ayúdame a mantener mis pensamientos y mis acciones en relación a los demás conforme a lo que dice tu Bendita Palabra. Que al igual que tú amas a todos tus hijos sin favoritismo, yo pueda extender ese amor incondicional a todos los que me rodean, en lugar de emitir juicios y críticas a la ligera que no glorifican tu nombre. En el nombre de Jesús, Amén.


¡Gracia y Paz!

Dios te Habla

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