jueves, 3 de abril de 2014

“UN NEGOCIO TEÑIDO DE ROJO”


“UN NEGOCIO TEÑIDO DE ROJO”

Génesis 25:29-34
“Y guisó Jacob un potaje; y volviendo Esaú del campo, cansado, dijo a Jacob: Te ruego que me des a comer de ese guiso rojo, pues estoy muy cansado. Por tanto fue llamado su nombre Edom. Y Jacob respondió: Véndeme en este día tu primogenitura. Entonces dijo Esaú: He aquí yo me voy a morir; ¿para qué, pues, me servirá la primogenitura? Y dijo Jacob: Júramelo en este día. Y él le juró, y vendió a Jacob su primogenitura. Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura”.

Cierto día leí una anécdota muy interesante sobre un hombre de Dios que llegaba a tomar el cargo de una congregación a un pueblo y me llamó mucho la atención, es una anécdota muy interesante y sobre todo muy instructiva y quiero compartirla, dice así:

Hace años un predicador se mudó para Houston, Texas. Poco después, se subió en un autobús para ir al centro de la ciudad. Al sentarse, descubrió que el chofer le había dado una moneda de más en el cambio. Mientras consideraba que hacer, pensó para sí mismo, “Ah, olvídalo, es solo una moneda. ¿Quién se va a preocupar por tan poca cantidad? De todas formas la compañía de autobús recibe mucho de las tarifas y no la echarán de menos. Acéptalo como un regalo de Dios”. Pero cuando llegó a su parada, se detuvo y, pensando de nuevo, decidió darle la moneda al conductor diciéndole: “Tome, usted me dio esta moneda de más”. El conductor, con una sonrisa le respondió, “Se que eres el nuevo predicador del pueblo. He pensando regresar a la iglesia y quería ver que harías si yo te daba cambio de más”. Se bajó el predicador sacudido por dentro y dijo: “Oh Dios, por poco vendo a Tu Hijo por una moneda”.

Ésta anécdota me hizo pensar en la historia que narra Génesis 25:29-34, donde nos habla de dos hermanos mellizos conocidos como Esaú (el hermano mayor) y Jacob (el hermano menor), quienes hicieron un negocio que a ambos les cambió la vida para siempre. Ser el primogénito era muy importante para los hebreos, porque era quien sucedía al padre como cabeza de familia. Si era “unigénito”, heredaba todo, y si había otros hermanos, heredaba doble parte que los demás, por lo tanto era codiciable poder contar con el favor de la primogenitura. Esaú era mayor que Jacob por escasos minutos de diferencia, esto nos hace suponer que Jacob deseaba este privilegio por sentir que era muy poca la diferencia de edad entre ambos y que por lo tanto podía merecerla. Dice la Biblia que un día Jacob preparó un potaje [plato de verduras cocidas, un plato de lentejas rojizas, que probablemente contenía cebollas y ajos para darle buen sabor] y que regresando de una fuerte jornada de trabajo, Esaú hambriento pide a Jacob que le convide de lo cocinado. Su hermano le dice: primero véndeme tu primogenitura. Y sin pensar y sin darse cuenta de lo que están pidiéndole, sin detenerse por un momento Esaú responde: He aquí, estoy a punto de morir; ¿de qué me sirve, pues, la primogenitura? Una respuesta tan precipitada, tan poco inteligente, carente de razonamiento y sensibilidad, que conlleva a un error garrafal y que le cobraría a Esaú una factura muy grande.

En la anécdota el predicador meditó por un periodo de tiempo la decisión de, si se quedaba con la moneda o la devolvía, luego de establecer si era correcto o no, toma la mejor decisión y la devuelve. Por el contrario, Esaú prácticamente regala su primogenitura por un plato de lentejas, él ni siquiera escuchó las palabras de su hermano, pues estaba literalmente ciego por su interés en saciar su apetito voraz, su sed, su cansancio en lugar de detenerse a pensar en las consecuencias. El predicador valora su integridad, a Esaú le importa un comino su privilegio.

¿Será posible no valorar lo que poseemos? ¿Cuánto vale para un verdadero creyente una vida de santidad pura e integra? ¿Podremos manchar por una miseria nuestra relación con Jesús? ¿Cuánto vale Jesús para nosotros?

El mundo y sus placeres ponen a prueba, día con día, que tan buenos o malos negociantes podemos ser. Cada día el enemigo busca la manera de presentarnos un “plato de lentejas” que pueda seducirnos e invitarnos a satisfacer nuestros deseos carnales y tomar malas decisiones.

Vivimos en un mundo en el que la maldad impera y está a la orden del día. Existen tantas propagandas que minan nuestra mente, incitándonos, ya sea a beber licor, a ver pornografía, a tener relaciones sexuales, a visitar lugares que no podemos pagar, a gastar dinero que no tenemos, a arriesgar nuestra propia salud a cambio de tener un cuerpo escultural. Así mismo existen personas, en el trabajo, en la universidad, en la casa, en la calle, en todas partes, que continuamente están tratando de probarnos y ver que tan firmes estamos en nuestra búsqueda por una relación integra con nuestro señor Jesús.

En levítico 20:7 dice: “Santificaos, pues, y sed santos, porque yo soy el Señor vuestro Dios”. Es una orden directa y estricta de parte de Dios de cómo debe de ser nuestra actitud ante las tentaciones y el pecado. Por mas hambrientos de éxito que pudieramos estar, no debemos negociar nuestra integridad; por más cansados de las dificultades de la vida, no podemos negociar por una salida fácil; por más presionados que estemos por el mundo que nos provoca a tener sexo antes o fuera del matrimonio, no debemos arriesgar nuestra salvación por un simple “bocado de pan”. “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?” (1 Corintios 6:19).

No hay tregua para un verdadero hijo de Dios. La vida de santidad no es algo que podamos negociar con el diablo: No podemos correr riesgos tontos, porque los daños son crueles e irreversibles. Debemos de ser santos y conducirnos con temor reverente [a Dios] en esta vida (1 Pedro 1:17b), no exponiéndonos al pecado. No dejando que los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la vanagloria de la vida (1 Juan 2:16) dirijan nuestra forma de vivir.

Ante el acecho de quienes quieren que fallemos, la advertencia es: “Si los pecadores te quisieran engañar, no consientas” (Proverbios 1:10). Consentir es sinónimo de estar de acuerdo, es aceptar el engaño, entonces no estés de acuerdo con los pecadores. La vida de santidad es como un cheque protegido que dice: “NO NEGOCIABLE”.

Nuestro Padre celestial quiere que los Cristianos vivamos vidas que lo glorifiquen, y ¿de qué forma?, valorando nuestra vida espiritual, renovándola diariamente, alimentándonos con la Palabra de Dios todos los días, meditando siempre en el gran precio que Jesús pagó por nuestros pecados. No cambiemos nuestra salvacion por un “plato de lentejas”. Busquemos hacer la voluntad de Dios. Tomemos decisiones en todo cuanto hagamos, pidiendo siempre la guia del Espirítu Santo.

Recordemos que Jesucristo nos ha comprado, él pagó el precio y estuvo dispuesto a hacer UN NEGOCIO TEÑIDO DE ROJO, y a darnos el REGALO DE LA VIDA ETERNA, un regalo invaluable e incomparable. La salvación es un regalo tan grande que no debemos descuidar (Hebreos 2:3), y mucho menos… ¡NEGOCIAR! Una vida pecaminosa no vale nada. Hagamos lo imposible por vivir una vida de santidad como Dios quiere.

Romanos 8:38-39
“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro”.


“Gracia y Paz”

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