miércoles, 12 de febrero de 2014

¿SIENTES LA SEGURIDAD DE LA VIDA ETERNA?



1 Juan 1:5-8
“Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado. Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”.

Este pasaje es parte de una carta que el apóstol Juan escribió a las iglesias cercanas a la ciudad de Éfeso. El motivo fundamental de la epístola fue dar seguridad sobre la vida eterna a aquellos que se habían convertido al cristianismo. Había entre ellos incertidumbre acerca de su condición espiritual, la cual tenía su origen en falsas doctrinas que se estaban propagando en aquellos tiempos. Por eso les dice un poco más adelante: “Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que tenéis vida eterna, y para que creáis en el nombre del Hijo de Dios” (v.13).

Juan les dice que Dios “es luz, y no hay ningunas tinieblas en él”. Por lo tanto, para vivir en comunión con Dios tenemos que andar en luz. Sin embargo, no podemos decir que no tenemos pecado, pues “nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros”. La Biblia es muy clara al hablar de nuestra condición pecaminosa, la cual proviene de aquel primer pecado en el jardín del Edén, el cual pasó de generación en generación y llegó hasta nosotros (Romanos 5:12). Y en Romanos 3:23 dice: “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”. Esto significa separación de Dios por toda la eternidad, es decir “muerte espiritual”. Lo maravilloso es que Dios, en su infinita gracia y misericordia, envió a su Hijo Jesucristo para que él pagara por nuestra culpa en la cruz del Calvario, y de esta manera perdonarnos y justificarnos y darnos la entrada a su gloria. Romanos 6:23 dice que “la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”. Y este es precisamente el fundamento, el corazón, el fin principal del plan de salvación de Dios para la humanidad.

Cuando aceptamos a Jesucristo como salvador, somos “sellados con el Espíritu Santo de la promesa”, dice Efesios 1:13. Así que podemos tener la seguridad de que “ninguna cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:39). Ahora bien, Satanás no descansa en su guerra espiritual y persiste tratando de hacerte pecar, porque él quiere reducir tu efectividad y tu testimonio cristiano, y es su fin afectar tu comunión con tu Padre celestial. Tenemos que recordar que el pecado es tan poderoso que requirió la muerte y la resurrección de Cristo para ser derrotado. Por lo tanto somete tu vida a Dios y prepárate a resistir los ataques del enemigo. Así dice Santiago 4:7: “Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros”.

Es cierto que somos débiles y muchas veces no tenemos la fuerza para resistir. Pero en Dios siempre tendrás el poder para lograr la victoria. Reconoce tu debilidad y clama al Señor por ayuda, pues su poder “se perfecciona en la debilidad”, dice 2 Corintios 12:9. Y si algún día tropiezas y caes, ven delante del Señor con un corazón contrito y humillado, y confiesa tu pecado. Juan, un hombre que había experimentado una profunda experiencia espiritual a través de su vida, que conoció personalmente al Mesías, nos dice que: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

Reflexiona en esta enseñanza, ora y pide al Señor que la grabe en tu corazón. Así podrás entender que el plan de Dios para nuestra salvación es perfecto. Él dio a su Hijo unigénito para “que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16). Si tú has creído en Jesucristo de corazón y lo has confesado con tus labios, tienes la vida eterna, dice Romanos 10:9,10.

ORACIÓN:
Padre Santo, yo creo en Jesús tu Hijo. Creo firmemente en que su sacrificio en la cruz del calvario fue para redimirme de mi vida pecaminosa. Creo que solo Él tiene palabras de vida eterna. Gracias porque por medio de Él tu has provisto los medios para que yo salga victorioso ante la tentación y el pecado. Gracias por tu hermosa promesa de la vida eterna. Libérame de todo aquello que aún me ata al pecado y dame la fuerza que necesito para someterme a ti día con día y resistir los ataques del enemigo. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”

Dios te Habla

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