jueves, 10 de octubre de 2013

¿TIENES AFÁN DE GRANDEZA?



2 Crónicas 26:14-19
“Y Uzías preparó para todo el ejército escudos, lanzas, yelmos, coseletes, arcos, y hondas para tirar piedras. E hizo en Jerusalén máquinas inventadas por ingenieros, para que estuviesen en las torres y en los baluartes, para arrojar saetas y grandes piedras. Y su fama se extendió lejos, porque fue ayudado maravillosamente, hasta hacerse poderoso. Mas cuando ya era fuerte, su corazón se enalteció para su ruina; porque se rebeló contra Jehová su Dios, entrando en el templo de Jehová para quemar incienso en el altar del incienso. Y entró tras él el sacerdote Azarías, y con él ochenta sacerdotes de Jehová, varones valientes. Y se pusieron contra el rey Uzías, y le dijeron: No te corresponde a ti, oh Uzías, el quemar incienso a Jehová, sino a los sacerdotes hijos de Aarón, que son consagrados para quemarlo. Sal del santuario, porque has prevaricado, y no te será para gloria delante de Jehová Dios. Entonces Uzías, teniendo en la mano un incensario para ofrecer incienso, se llenó de ira; y en su ira contra los sacerdotes, la lepra le brotó en la frente, delante de los sacerdotes en la casa de Jehová, junto al altar del incienso”

El rey Uzías llegó al poder cuando tenía 16 años de edad y, al igual que su padre Amasías, “hizo lo recto ante los ojos de Jehová”, dice 2 Crónicas 26:4. Temía a Dios y condujo a la nación a una larga era de prosperidad. Su fama se difundió mucho, pero aparentemente prestó mucha atención a los que elogiaban su “grandeza”, y como consecuencia “su corazón se enalteció”, dice el pasaje de hoy. En su orgullo quiso asumir el papel de sacerdote, pero este puesto Dios lo había reservado para los descendientes de Aarón, y por ese acto de jactancia y autosuficiencia el Señor lo afligió con lepra, y fue leproso hasta el día de su muerte. Su afán de grandeza lo llevó a la ruina.

Durante la Segunda Guerra Mundial, Harry Truman se convirtió en presidente de los Estados Unidos cuando murió Franklin Delano Roosevelt. Truman dijo que se sentía como si le hubiera caído un gran peso encima, y pidió a todos que oraran por él. Sam Rayburn, un viejo amigo de Truman, conciente de la debilidad humana le dijo: “Te van a decir lo grande que eres, Harry, pero tú y yo sabemos que no lo eres”. Ciertamente no hay hombres ni mujeres que sean realmente grandes. Sólo hay un Dios grande y todopoderoso que permite a algunos sobresalir y ser líderes eficaces y exitosos. Estar concientes de esto impedirá que nos vanagloriemos si alguien nos alaba o nos dice lo “grandes” que somos. Sólo Dios es verdaderamente grande y digno de alabanza.

Cuando Jacobo y Juan (discípulos de Jesús), se acercaron al Señor pidiéndole que en su gloria les concediera sentarse uno a su derecha y el otro a su izquierda (Marcos 10:37), Jesús les dijo: “Cualquiera de vosotros que desee llegar a ser grande será vuestro servidor, y cualquiera de vosotros que desee ser el primero será siervo de todos. Porque ni aun el Hijo del Hombre vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”. Por eso después de su resurrección Dios le exaltó hasta lo sumo, dice Filipenses 2:9.

Es posible que deseemos en algún momento sobresalir por encima de los demás ya sea en los estudios, en el trabajo, en la iglesia o en cualquier otro grupo del que formemos parte. Y eso está muy bien, pues debemos buscar la excelencia en todo lo que hagamos. Pero no debemos olvidar que por nuestras propias fuerzas no obtendremos ningún éxito duradero, pues separados del Señor nada podemos hacer, afirma Jesús en Juan 15:5. Debemos buscar la ayuda del Señor en todo lo que hagamos y agradecerle a él por todo lo que logremos. Si no lo hacemos corremos el peligro de llenarnos de orgullo y enaltecernos a nosotros mismos, y esto puede traernos malas consecuencias. Por eso debemos reflexionar en la enseñanza de hoy y ponerla en práctica en nuestras vidas. Tengamos siempre presente la advertencia de Jesús en Mateo 23:12: “El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

ORACIÓN
Padre Santo, te ruego que no permitas que mi corazón se enaltezca ni haya en mí afán de grandeza. Por favor, pon en mí un espíritu de humildad y de servicio para agradarte en todo lo que yo haga y así experimentar la grandeza y la gloria que provienen de ti. En el nombre de Jesús, Amén.


“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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