martes, 8 de octubre de 2013

CUANDO DIOS ABRE UNA PUERTA, ¿ENTRAS TÚ POR ELLA?



1 Corintios 16:8-9
“Pero estaré en Efeso hasta Pentecostés; porque se me ha abierto puerta grande y eficaz, y muchos son los adversarios”.

En varias de sus epístolas, el apóstol Pablo se refiere a “las puertas abiertas” como una figura del lenguaje queriendo decir grandes oportunidades para predicar al mundo las buenas nuevas de salvación. En aquellos tiempos las limitaciones físicas y tecnológicas y las pésimas condiciones de los medios de transporte hacían sumamente difícil la expansión del Evangelio. Pero a Pablo no le importo ninguna de esas dificultades e inconvenientes, pues desde su conversión en el camino de Damasco su vida estuvo siempre dominada por una ardiente devoción a Cristo, quien se convirtió en el motivo, el objeto y la inspiración de su misión en la vida.

No le importo tampoco la cantidad de adversarios que se oponían a su predicación. Al principio de su ministerio encontró oposición entre los mismos cristianos que desconfiaban de él, pues le habían conocido como perseguidor incansable de todos los judíos que se habían convertido al cristianismo. Después fueron las autoridades políticas y religiosas quienes le atacaron sin misericordia, torturándolo, maltratándolo y metiéndolo a la cárcel, donde pasó mucho tiempo. Pero a pesar de todos estos inconvenientes, Pablo se mantuvo siempre firme en lo que se había convertido el motivo principal de su existencia: la predicación del evangelio de Cristo.

En la actualidad, los avances tecnológicos permiten llegar con facilidad a todos los países e impactar a todas las culturas. Preguntémonos, pues, dónde estamos situados personalmente dentro del plan de Dios. No podemos permitirnos cruzarnos de brazos y actuar como si esta tarea fuera solamente de pastores y misioneros. Podemos tener razones para pensar que no estamos calificados, pero es tiempo de que nos dejemos de tantas excusas y hagamos de nuestro servicio al Señor una prioridad en nuestras vidas. Podemos leer y estudiar la Biblia, y luego compartirla con los demás. Tú tienes un Salvador en quién creíste, y has recibido vida eterna de él. Por lo tanto, debes ser capaz de hablar de él a todos los que te rodean.

Puedes empezar en tu lugar de trabajo, o en tu barrio o entre tus amistades o familiares, pero tu vista debe estar enfocada más allá, siempre esperando las instrucciones del Señor. Antes de ascender al cielo, Jesús les dejó esta encomienda a sus discípulos: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.” (Hechos 1:8). El mismo Espíritu que capacitó a los discípulos, y al apóstol Pablo para ir por el mundo predicando el Evangelio, está dentro de ti si has aceptado a Jesucristo como Salvador. No te desestimes a ti mismo, ni te excluyas de esta encomienda del Señor.

Cada día vemos más señales que nos indican que el fin del mundo está cerca. Guerras por todas partes, especialmente en el medio Oriente y sus alrededores, terremotos cada vez más fuertes y más frecuentes, tsunamis, inundaciones y fenómenos naturales de todo tipo, plagas, enfermedades, la maldad multiplicándose como nunca antes. ¡Este es un tiempo magnífico para servir al Señor! Piensa en la incomparable puerta de oportunidad que está abierta de par en par frente a nosotros para alcanzar al mundo entero para Jesucristo. Es inmensamente motivador e inspirador poder participar en la entrega del evangelio a tantas personas que están perdidas. El apóstol Pablo debió de haber sentido lo mismo cuando, a pesar de los obstáculos e inconvenientes de su época, escribió a los corintios y les habló de la “puerta grande y eficaz” que el Señor le había abierto en Éfeso.

Como seguidores del Señor Jesús hemos recibido la tarea de llevar el evangelio a toda persona sobre la faz de la tierra y el Espíritu Santo nos capacita para llevarla a cabo. Los campos ya están blancos para la siega. Esa puerta es hoy más ancha que nunca. La pregunta es: ¿Deseas tú entrar por ella?

ORACIÓN:
Amante padre celestial, te ruego pongas en mí un ferviente deseo de aprovechar toda puerta que se abra para testificar de ti. Quita de mí todo miedo o timidez y que yo pueda hablar con denuedo tu palabra en todo momento y en todo lugar. En el nombre de Jesús, Amén.


“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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