sábado, 27 de abril de 2013

TODA UNA VIDA DE SANTIDAD



Romanos 12:1-3
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta. Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”.

Al poner nuestra fe en Jesucristo, los creyentes somos santificados, es decir, apartados para el propósito de Dios. A diferencia de la salvación, que se produce en un instante, la santificación es un proceso que dura toda una vida. Quienes hemos confiado en Cristo como Salvador, y permitido que su Santo Espíritu controle nuestras vidas, estamos siendo santificados en el presente, no importa lo que podamos sentir o cómo parezcan nuestras acciones a los demás. Estamos progresando en la madurez de nuestra fe.

Si estamos progresando en nuestra vida cristiana, entonces tenemos que estar avanzando hacia algo. El apóstol Pablo explicó la misión del cristiano de esta manera: “Porque a los que [Dios] antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29). El carácter, la conducta y la conversación de un creyente deben reflejar a Cristo.

Por nuestra propia cuenta, pondríamos demasiado énfasis en la conducta y quedaríamos atrapados por la obediencia a las reglas y a las ceremonias que parecen cristianas, pero que no reflejan en verdad a Cristo. Pero Dios nos ha dado a cada creyente su Espíritu para que nos enseñe y nos guíe. La obra del Espíritu Santo es transformar nuestras mentes y corazones para que nuestro carácter sea diferente al de las personas que no conocen a Cristo. Solo cuando estamos bajo el control del Espíritu podemos hablar y actuar de acuerdo con lo que somos realmente:  hijos de Dios.

Nuestro Padre celestial quiere que sus hijos seamos ejemplos vivos y un reflejo de lo que Él es. El Señor espera que busquemos la perfección de nosotros día con día; Él nos enseña a pensar y actuar para que podamos “[andar] como es digno de la vocación con que [fuimos] llamados” (Efesios 4:1).

“Gracia y Paz”
Meditación Diaria

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