jueves, 21 de febrero de 2013

¿PUEDES CONTROLAR TUS EMOCIONES?



Proverbios 16:32
“Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte; y el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad”.

La Biblia nos habla en Gálatas 5:22-23 acerca del fruto que produce el Espíritu Santo en el creyente. Y entre los atributos que provienen de este fruto menciona la mansedumbre. Esta palabra muchas veces se interpreta como la actitud de una persona que lo aguanta todo sin protestar, como que no tiene emociones, o no tiene voluntad. En realidad no es así. El Nuevo Testamento, en su idioma original (el griego), define al hombre manso como aquel que tiene bajo control cada instinto, cada emoción, cada acción de su mente, de su corazón, de su lengua y de sus deseos; sus reacciones todas están perfectamente controladas. Sin duda, Dios da mucho valor al dominio propio. El pasaje de hoy nos enseña que una persona que es capaz de controlar su ira es mejor que el que tiene mucha fuerza; y aquel cuyas emociones están bajo absoluto control tiene más mérito que un héroe conquistador. Claro que ningún ser humano puede tener un control tan perfecto de sus emociones a menos que esté totalmente controlado por el poder del Espíritu Santo.

En Mateo capítulo 21, Jesús nos da un precioso ejemplo de mansedumbre. Primero, se presenta ante él una situación que le hace sentir indignación. Un grupo de mercaderes estaban utilizando un área del templo para llevar a cabo sus negocios. Dicen los versículos 12-13: “Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está: Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de ladrones”. Jesús se encoleriza ante la actitud blasfema de aquellos mercaderes y sin ocultar su enojo los echa del templo (en Juan capítulo 2 dice que usó un azote de cuerdas). ¡Ciertamente estaba enojado Jesús! Sin embargo, veamos lo que nos dice el siguiente versículo (v.14): “Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó”. Inmediatamente después de haber echado a los mercaderes del templo, vinieron a Jesús ciegos y cojos, y él los sanó. Una vez mostró su enojo cuando había que enojarse, Jesús de inmediato está en control de sus emociones y dispuesto a mostrar su amor y su compasión por aquellos hombres que venían a él en busca de sanidad.

¿Qué haríamos nosotros en una situación similar? Quizás, en el mejor de los casos, diríamos: ¡Miren, ahora no puedo atenderlos, porque tengo un disgusto tan grande que hasta me duele la cabeza! O algo por el estilo. ¿Verdad que reaccionamos así? O quizás peor. ¡Qué maravilloso sería si nosotros pudiésemos llegar a ser mansos como Jesús! Si nosotros pudiéramos controlar nuestras reacciones de la manera en que él lo hizo, viviríamos en completa paz y descanso espiritual. Jesús lo asegura en Mateo 11:29 cuando dice: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas”.

Cuando el dirigente de un equipo universitario de béisbol se jubiló, un cronista deportivo destacó una increíble estadística. Este hombre ganó 1,466 juegos, 22 campeonatos y 2 títulos nacionales. ¡Verdaderamente impresionante! Pero aun más impresionante fue el hecho de que nunca fue expulsado de un juego por un árbitro. Un antiguo jugador de su equipo describió a su entrenador como “una leyenda, un ganador, pero sobre todo, un caballero, dentro y fuera del campo de juego”.

Si reflexionamos en nuestra propia conducta en el juego de la vida, en medio de las presiones y las confrontaciones diarias, ¿cómo reaccionamos con las personas en casa, en el trabajo o en medio del tráfico? ¿Reflejan nuestras palabras y acciones nuestra profesión de fe en Cristo? ¿Seremos capaces de manifestar el carácter de Jesús en todas las situaciones que se presenten ante nosotros?

Sólo podremos contestar afirmativamente cuando hayamos permitido al Espíritu Santo tomar control de nuestras emociones, de nuestra mente y de nuestro corazón.

ORACIÓN:
Amante Padre celestial, hoy quiero rendir a ti esas áreas de mi vida, esas emociones que tantas veces se manifiestan sin control alguno. Te ruego que tu Santo Espíritu tome control de ellas de manera que yo pueda manifestar en todo momento la mansedumbre que caracterizó a tu Hijo Jesucristo. En Su santo nombre te lo pido, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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