jueves, 31 de enero de 2013

¿CUÁL DE LOS DOS YUGOS PREFIERES?



Gálatas 5:1
“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud”.

Muchos cristianos no disfrutan la libertad espiritual que hemos recibido por medio del sacrificio de Cristo. Les pasa como a aquel hombre que estuvo preso 30 años, y al salir de la cárcel se encontró tantos cambios afuera que no pudo adaptarse a la vida de libertad y pidió que lo pusieran de nuevo en la cárcel. Por eso el apóstol Pablo, cuando se dio cuenta que esta situación existía en la iglesia de Galacia, les recordó que en realidad ellos eran libres de la esclavitud en que habían vivido, y les exhortó a que se mantuvieran firmes en la fe y el amor de Cristo, y no volvieran a someterse a los preceptos y tradiciones de la ley, es decir "al yugo de esclavitud".

Jesús vino a liberar a un pueblo que estaba esclavo de los reglamentos de la ley. Estaban cansados de tratar de cumplir algo que resultaba imposible de cumplir. Muchos desistían de tratar de “agradar” a Dios, pues no podían llevar a cabo los estatutos de la ley por mucho que se esforzaran. En ese tiempo vino Jesús al mundo. Dice Gálatas 4:4-5: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos”. Redimir significa “comprar la libertad de alguien pagando un precio”. Esto hizo Jesús en la cruz del Calvario. Con su sangre pagó por nuestra libertad del yugo de la ley y el pecado.

La ley se escribió para dar a conocer el pecado, no para librarnos del pecado, “ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). Es decir, la ley enseña lo que es bueno y lo que es malo delante de los ojos de Dios. El propósito de la ley era que el hombre reconociera que por sus propios esfuerzos no podían justificarse ante Dios y por lo tanto necesitaban un salvador. Pero muchos no entendían este principio y se empeñaban infructuosamente en tratar de cumplir la ley, permaneciendo esclavos del pecado.

Cuando aceptamos a Jesucristo como salvador somos liberados del yugo del pecado. Esto es un hecho. Pero debemos no solamente creerlo, sino actuar de acuerdo a nuestro nuevo estado de libertad. Esto es posible solamente cuando vivimos conforme al Espíritu. Andar conforme al Espíritu es pensar y actuar de acuerdo a la voluntad de Dios; es tener una permanente actitud de sumisión y obediencia a la Palabra de Dios. Jesús les dijo a un grupo de judíos que habían creído en él: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32).

Esta libertad es completa cuando no solamente dejamos de estar sometidos al yugo del pecado, sino cuando además nos sometemos al yugo de Jesús. El Señor nos hace la siguiente invitación: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas, porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mateo 11:28-30). Jesús dio su vida en la cruz para liberarnos del yugo de esclavitud del pecado. Y además nos ofrece que llevemos su yugo para guiarnos en nuestro camino y ayudarnos con nuestras cargas, de la misma manera que el buey experimentado actúa con el joven buey con el cual es enyugado.

En esta vida tenemos dos opciones: Servimos al mundo o servimos a Dios; nos sometemos al dominio del pecado o a la autoridad de la justicia divina. “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Romanos 6:16). El resultado del pecado es muerte y destrucción. El resultado de someternos a Dios es paz y victoria. Escoge tú cual de los dos yugos prefieres.

ORACIÓN:
Amante Padre celestial, te doy gracias por la libertad que me has dado a través de Jesucristo. Ayúdame a vivir de acuerdo a esa libertad, permaneciendo firmemente en tu Palabra y obedeciéndote cada día de mi vida. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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