sábado, 8 de septiembre de 2012

¿QUÉ HACES CON TU LIBERTAD?


Romanos 8:1-2
"Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte".

A todo ser humano le encanta la libertad. Pero la libertad es peligrosa en manos de los que no saben usarla. Por eso a los criminales se les encierra tras alambres de púas, barras de acero o muros de concreto. Lamentablemente hemos visto en muchas ocasiones que algunos de ellos han salido en libertad, y entonces han cometido crímenes aún mayores que los anteriores, y han tenido que regresar a la prisión. Estos no saben disfrutar de la libertad de la manera correcta, sino que actúan de tal manera que pierden sus beneficios, y vuelven otra vez a sufrir las consecuencias negativas de sus acciones.

En la vida espiritual sucede algo similar. El pasaje de hoy dice que aquellos que han aceptado a Jesucristo como su Salvador son libres de toda condenación y de la ley del pecado y de la muerte. Sin embargo, el apóstol Pablo, conociendo el peligro de usar esa independencia incorrectamente, en su carta a los gálatas los exhorta a que estén firmes en su libertad. En Gálatas 5:1 escribe: "Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud". Por medio del milagro de la resurrección, el temor, la ansiedad y la culpa han sido sustituidas por la fe, la paz, y el perdón. Esta es la libertad que recibimos a cambio del sacrificio de Cristo en la cruz del Calvario. ¿Qué libertad puede ser más profunda que la libertad del alma?

Ahora bien, tenemos que entender que Dios nos ha dado la libertad para que la usemos conforme a sus enseñanzas y estatutos, de manera que él pueda llevar a cabo sus planes en nuestras vidas. Si nos desviamos de sus caminos, y nos dedicamos a practicar el pecado usando como pretexto esta libertad, no vamos a recibir las bendiciones que el Señor tiene preparadas para nosotros, y sufriremos las consecuencias de nuestra desobediencia. Pablo se refiere a este punto en su carta a los Romanos cuando escribe: “¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera. ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Romanos 6:15-16).

Ciertamente somos esclavos de aquello que obedecemos. La diferencia estriba en que la obediencia al pecado trae miseria y desgracia a la persona que lo practica, a su familia y a aquellos que están a su alrededor, mientras que la obediencia a la palabra de Dios trae paz, gozo y victoria. El salmista escribió en el Salmo 119:44-45: “Guardaré tu ley siempre, para siempre y eternamente. Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos”. Esta es la verdadera libertad. Hemos sido llamados por Dios para ser libres, pero debemos usar siempre nuestra libertad para edificar, no para derribar; para glorificar el nombre de Dios, no para deshonrarlo. No para odiar, sino para perdonar y servir con amor a los demás. Así dice Gálatas 5:13: “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros”.

Un fuego extendiéndose por un bosque en medio de una gran sequía requiere ser controlado. Si se deja en libertad de continuar su rumbo se convertirá en un infierno abrasador. Al igual que un fuego incontenible, la libertad sin límites es peligrosa. Pero cuando se controla, es una bendición para todos. El mejor control que podemos tener sobre nuestras vidas es el control del Espíritu Santo y de la palabra de Dios, que es la espada del Espíritu. Sometámonos a este control de todo corazón, y disfrutaremos de las maravillas de la libertad de Dios.

Aférrate a esta enseñanza de todo corazón, pide al Señor que te de sabiduría para disfrutar plenamente de la libertad que él te ha dado, y úsala para la gloria y la honra de su nombre.

ORACIÓN:
Amante Padre celestial. Te doy gracias por la libertad que me has dado a través de Cristo Jesús. Te ruego que me ayudes a ser obediente a tu palabra y someterme al control de tu Santo Espíritu para disfrutar al máximo de tus bendiciones. En el nombre de Jesús. Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla

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