sábado, 12 de mayo de 2012



Salmo 119:27
“Hazme entender el camino de tus mandamientos, para que medite en tus maravillas”.

Salmo 119:148
“Se anticiparon mis ojos a las vigilias de la noche, para meditar en tus mandatos”.

El verbo «meditar» significa: «Aplicar con profunda atención el pensamiento a la consideración de una cosa» (Diccionario de la Real Academia Española). El creyente es invitado a meditar el texto de la Biblia a fin de que se deje impregnar por él y así saque un verdadero provecho para su vida diaria.

El término «meditación» es empleado por aquellos que se consagran a las religiones orientales y a prácticas como el yoga. En estas meditaciones el objetivo es tratar de llegar a no pensar en nada, a pesar de todos los peligros que esto conlleva.

Pero ésta no es la meditación cristiana, pues esta última es una verdadera reflexión libre que compromete nuestra inteligencia iluminada por el Espíritu de Dios. Es una meditación espiritual en la que nuestra mente se pone en relación con Dios por medio de su Palabra. Así es como escuchamos a Dios. Esta palabra viva, recibida por la fe (la confianza en Dios), hace que nos volvamos al Señor y nos lleva a rechazar el mal y a hacer el bien.

Nos conduce a adorar a Dios, al verdadero Dios, y no al dios de nuestra imaginación. Una meditación de ese tipo no nos vuelve exclusivamente hacia nosotros mismos, sino que dirige nuestra mirada y nuestros pensamientos hacia Jesucristo, quien nos trae “la gracia y la verdad” (Juan 1:17). Es una liberación y una apertura hacia una vida nueva con él.

“Gracia y paz”

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