¡Oh! Mujer cristiana cuan
hermosas recompensas te esperan en la gloria. Eres un lirio del alba donde el
rocío de la gracia divina brilla como cristalinas diademas y eres la tenue
brisa que refresca el mustio camino de este mundo.
Pero eres mucho más que una
compañera idónea, (Proverbios 14:1) eres la que con tus manos edificas la casa,
mientras que la necia con las suyas la derriba. El perfume embriagante de tu
presencia, llena de gracia y frescura el hogar.
Ese lugar que puede estar
adornado con los más exquisitos adornos que el dinero permite comprar, si no
estás tú, pasa a ser un frío y lúgubre mausoleo donde todo palidece. Y ese
modesto hogar donde el Soberano Dios te puso a ti, aún lo más simple brilla con
inusitada gracia y esplendor.
Dichoso el hombre que después de
una agotadora jornada pueda llegar a su hogar, y encontrar a su esposa afanada
en agradar a su amado y transformar ese lugar en un manantial, donde ella se
mueve como entre alelíes y las abejas revolotean con un beso de miel. Eres el
sol, la luz y el viento que vuelan por ese lírico paisaje de amor.
Pero eres mucho más, eres la
sabia administradora que puede multiplicar con gracia y sabiduría el escaso
presupuesto que dispones, en delicados manjares que llenan de satisfacción a
aquellos que con amor deseas agradar.
Eres la madre, y en esta
condición tan especial, me hundo en un mar profundo sin poder tocar fondo para
encontrar palabras y describir la grandeza de tu amor, lleno de un perfume
enervante de tu núbil candor.
Con cuanta dedicación y desvelos
cuidas a los retoños que Dios te da. Creo que no existe otra labor más
fatigante y abrumadora, que esa que el Creador te encomendó, de guiar a los
tuyos como un faro en medio del tortuoso mar.
No deja de maravillarme el hecho
que cuando rendida y extenuada caes en un sueño profundo, que ni el rugir de los
poderosos motores de un avión te pueden sacar, pero basta un simple quejido de
tu niño para levantarte de un brinco y correr a su lado para derramar en
libación tu amor.
Te admiro mujer, por tu fortaleza
y dedicación. Cuanta paciencia y consagración te ha otorgado el Creador, que
sabes sostener la arquitectura del silencio y del olvido en los agrestes
caminos de la ruta estival.
El mundo es un mercado donde los
hombres compran honores, voluntades y conciencias. Pero tú, mujer cristiana,
eres como un manantial de aguas cristalinas y espumeantes sobre los pedregales,
que se van suavizando en sus aristas con tu gracia tan especial.
Pero sabe que este mundo un día
estará en mies en un granero celestial. Y allí, cuando los ángeles recojan los
frutos de la cruz y el Señor nos traslade a Su gloria divinal.
Entonces muchos grandes
predicadores se apresurarán a buscar las mejores coronas que el Rey de reyes
repartirá. Pero seguramente escucharán avergonzados por su falta de humildad:
"No, ésta la más especial, es para la mujer que supo ser esposa, madre y
arquitecta de su propio hogar.
Sí, mujer cristiana, tú que has
llevado tu cruz en silencio y sin publicidad, te está aguardada una corona muy
especial.
Ya viene el día, porque el Señor
así lo prometió, que todas las cosas habrán de salir a la luz. Y tu abnegación,
consagración y santidad, no serán olvidadas por el Creador.
Tú que has sido bendecido con la
compañía de una esposa, regocíjate con ella en tu vejez, (Proverbios 5:19)
"como cierva amada y graciosa gacela. Sus caricias te satisfagan en todo
tiempo, y en su amor recréate siempre". Porque esto es lo que agrada al
Señor en verdad y eternamente.
“Gracia y Paz”
Verdadera Vida Cristiana
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