Salmo 31:19
“¡Cuán grande es tu bondad, que has guardado
para los que te temen, que has mostrado a los que esperan en ti, delante de los
hijos de los hombres!”
Muchas veces pensamos en Dios en términos de fortaleza y
poder, y aunque sabemos que es un Padre amoroso lleno de gracia y misericordia
olvidamos resaltar en nuestra relación con él su infinita bondad. En el pasaje
de hoy, el salmista hace énfasis en la grandeza de la bondad de Dios al decir:
“¡Cuán grande es tu bondad...!”
El Diccionario de la Real Academia Española define la
palabra “bondad” como “Disposición natural a hacer el bien”. Hacer el bien es
fácil cuando se trata de aquellos a los cuales amamos o a los que se han
portado bien con nosotros, pero es prácticamente imposible que hagamos bien a
los que nos han herido u ofendido de alguna manera. Sin embargo la bondad de
Dios se ha manifestado a través de los siglos aun en aquellos que le han dado
la espalda y le han ofendido. La expresión más grande de la bondad de Dios se
reveló en el sacrificio de su Hijo en la cruz del Calvario. En su justicia, él
miró a un mundo pecador y corrupto, el cual estaba condenado a muerte por causa
de sus pecados (Romanos 6:23), pero movido por su bondad y su amor infinito
colocó todos nuestros pecados sobre su Hijo unigénito, para que “todo aquel que
en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” (Juan 3:16).
Cuando la humanidad se encontraba sin esperanza, envuelta
en sus delitos y pecados, Dios abrió la puerta para la redención por medio de
la sangre de Jesucristo. Así lo expresó el apóstol Pablo en su epístola a su
hijo espiritual Tito: “Porque nosotros también éramos en otro tiempo
insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y deleites
diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a
otros. Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y su amor
para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros
hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la
regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo, el cual derramó en
nosotros abundantemente por Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados
por su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida
eterna” (Tito 3:3-7).
Cuando entendemos que la bondad es una expresión absoluta
del carácter y la naturaleza de Dios, entonces podemos confiar en que él
dispone todas las cosas (aún las que a nosotros no nos parecen buenas) para el
bien de quienes le aman, y podemos descansar tranquilamente en la certeza de su
bondad y su amor. Así lo dice en Romanos 8:28: “Y sabemos que a los que aman a
Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su
propósito son llamados” ¿Y quiénes son los que aman al Señor? Jesús nos dice en
Juan 14:21: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama;
y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él”.
Dios tiene planes en nuestras vidas, y éstos planes son
buenos, planes de paz y de bienestar, dice Jeremías 29:11. Para que estos
planes se lleven a cabo y la bondad de Dios se manifieste en nuestras vidas, es
necesario que guardemos sus mandamientos y permitamos que él dirija nuestros pasos.
La escritura de hoy nos afirma que Dios ha guardado su indescriptible bondad
para los que te temen y los que esperan en él. Habrá ocasiones en las que
tengamos que atravesar un desierto, quizás haya dificultades, escasez y
sinsabores, pero si depositamos nuestra confianza en el Señor, y esperamos en
él, podemos tener la absoluta seguridad que su bondad se manifestará sobre
nosotros y nuestros seres queridos.
En su carta a los romanos, Pablo les recuerda que “si
siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho
más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Romanos 5:10). Así es
que cualesquiera sean las circunstancias que te rodeen, mantén viva en tu
corazón una esperanza y una alabanza al Señor por su infinita bondad y
misericordia. Así nos exhorta 1 Crónicas 16:34: “Aclamad a Jehová, porque él es
bueno; porque su misericordia es eterna”
ORACIÓN:
Amante Padre celestial, te doy gracias de todo corazón
por tu amor y tu bondad. Ayúdame a ser obediente y a permanecer firme esperando
en ti, en todas las circunstancias, para que tu bondad se manifieste sobre mí y
yo pueda disfrutar de tus bendiciones. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla