Juan 5:39-44
“Escudriñad las Escrituras;
porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las
que dan testimonio de mí; y no queréis venir a mí para que tengáis vida. Gloria
de los hombres no recibo. Mas yo os conozco, que no tenéis amor de Dios en
vosotros. Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viniere
en su propio nombre, a ése recibiréis. ¿Cómo podéis vosotros creer, pues
recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que viene del Dios
único?".
En un programa radial estaban
entrevistando a un viejo actor de circo que en su juventud tenía uno de los
mejores números del espectáculo. Todos lo conocían como “Bola de Cañón”, su
actuación consistía en ser disparado de un cañón, viajando a gran velocidad hasta
una malla que lo recibía a unos cientos de pies de distancia. Durante su vida
fue disparado del cañón más de 1,200 veces. Cuando le preguntaron por qué lo
había hecho, él contestó: “¿Sabe lo que es sentir el aplauso de miles de
personas?” ¡Por eso lo hacía!
En el pasaje de hoy, Jesús se
dirige a un grupo de líderes religiosos judíos. A muchos de estos les encantaba
la aprobación de la multitud. Eran religiosos en apariencia y decían tener la
verdad pero rechazaban al Salvador. Mientras caminaban por el escenario de la
historia humana desfilaban vestidos de justicia propia y se negaban a creer en
Jesús y a honrarle como el Mesías que era. Estaban más preocupados por recibir
honor de los demás que de Dios. Por eso Jesús les dijo: “¿Cómo podéis vosotros
creer, pues recibís gloria los unos de los otros, y no buscáis la gloria que
viene del Dios único?”
Nosotros actuamos muchas veces
como esos líderes religiosos y como "Bola de Cañón". Nos esforzamos
por causar una buena impresión y nos agrada recibir halagos de los demás. Claro
que esto no tiene nada de malo, si lo que hacemos está motivado en primer lugar
por un deseo de honrar y glorificar a Dios. Cuando nuestras acciones resultan
de aplicar la palabra de Dios en nuestras vidas, aunque en ocasiones desagraden
a los que nos rodean, estas acciones serán agradables al Señor y de él
recibiremos la recompensa. Los demás reaccionarán después en la medida que sean
ministrados por el Espíritu Santo por medio de nuestro testimonio. Dice
Colosenses 3:23-24: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el
Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de
la herencia, porque a Cristo el Señor servís”. Por el contrario, cuando nuestro
enfoque está en impresionar a los demás tendremos que conformarnos, en el mejor
de los casos, con recibir de ellos alguna que otra palabra de halago. Nada más
podemos esperar. A esto se refiere Jesús en Mateo 6:5 cuando dice: “Y cuando
ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las
sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de
cierto os digo que ya tienen su recompensa”. En efecto, si lo que motiva tu
oración es el deseo de impresionar o sobresalir entre los que están alrededor,
no esperes recibir recompensa del cielo.
¿Cuánto influye en tu actitud “la
multitud” que te rodea, es decir tu familia, tus amigos del Facebook, tus
compañeros de trabajo? ¿Te interesa más encontrar aprobación en ellos que
agradar a Dios con tus acciones?
Reflexiona en tus motivaciones.
Es sumamente importante darle al Señor el primer lugar en todo, pues siempre
resultará en bendiciones para nuestras vidas. Si no lo estás haciendo, hazte el
propósito desde este momento de pensar antes de actuar, y asegurarte de que lo
que vas a hacer esté dirigido a agradar a tu Padre celestial antes que a nadie
más.
ORACIÓN:
Padre santo, te ruego me perdones
por las veces que he sido motivado por el deseo de recibir la aprobación de los
demás antes que recibir tu aprobación. Ayúdame a concentrar mis esfuerzos en
agradarte a ti en todo lo que yo haga. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla