Colosenses 4:6
“Sea vuestra palabra siempre con
gracia, sazonada con sal, para que sepáis cómo debéis responder a cada uno”.
El gran estadista francés
Richelieu (1585-1642) era conocido también como un hombre de gran cortesía. En
una ocasión, alguien le solicitó un trabajo sabiendo que no se lo daría. La
manera de hablar de Richelieu era tan cálida y expresaba tanta aceptación que
valía la pena que le negasen a uno una petición sólo para escuchar con cuánta
amabilidad se expresaba, aun cuando decía que no.
Todos podemos aprender de ese
ejemplo. Especialmente los cristianos, pues siendo seguidores de Cristo debemos
ser muy sensibles a las necesidades, al dolor y a las decepciones de los demás.
Por ello de nuestra boca no deben salir palabras duras ni nuestra voz debe
tener un tono áspero, ni siquiera cuando creemos que es necesario ser firmes.
Cristo mora dentro de nosotros y, si nos sometemos a su control y a su amor,
será evidente no sólo en lo que decimos, sino también en cómo lo decimos. Los
gestos del cuerpo, las expresiones de la cara, el tono de la voz muchas veces
dicen más que las palabras que salen por nuestras bocas.
Generalmente podemos tener una
buena idea de la madurez espiritual de una persona por la manera como habla o
actúa. Nunca debemos, con nuestras palabras o nuestros actos, subestimar a
otros ni hacerlos sentir que no son importantes. La Biblia dice en Filipenses
2:3: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando
cada uno a los demás como superiores a él mismo”. Nuestra naturaleza humana nos
empuja en sentido contrario a este consejo, pero el Espíritu Santo puede obrar
en nosotros de manera que lleguemos a tener la tendencia a ser amables y
considerados con los demás, aunque a veces tengamos que sacrificar nuestra
propia comodidad. La clave es esta: “Estimar a los demás como superiores a
nosotros mismos”. Si nos situamos en un nivel inferior no nos será difícil ser
corteses y amables con esa persona, hablando con gentileza y consideración.
Aún en las ocasiones en que
recibamos un mal trato, mostramos sabiduría cuando hablamos palabras suaves.
Dice Proverbios 15:1-2: “La blanda respuesta quita la ira; mas la palabra
áspera hace subir el furor. La lengua de los sabios adornará la sabiduría; mas
la boca de los necios hablará sandeces”. Muchas veces la diferencia entre ser
ofensivos o ser una bendición radica simplemente en la manera de hablar. La Biblia nos exhorta a
exponer nuestras convicciones con firmeza pero con gentileza. En su primera
carta el apóstol Pedro escribió: “Estad siempre preparados para presentar
defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la
esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15). La amabilidad y el respeto han
de caracterizar nuestro testimonio a un mundo incrédulo. No debemos transigir
en nuestro compromiso con Cristo, sino que hemos de estar preparados para
contestar a cualquiera que nos pregunte acerca de nuestra esperanza de la
manera más amable posible.
A veces, de manera inconciente,
expresamos nuestras opiniones con demasiado énfasis. En nuestro entusiasmo por
comunicar una idea quizás hablamos alto y gesticulando excesivamente. Como
resultado, a menudo damos la impresión de que estamos enojados cuando en
realidad no lo estamos. Debemos estar muy concientes de esto, y tratar, con la
ayuda del Señor, de mejorar en este aspecto. Y continuar mejorando cada vez más
hasta el punto de llegar a complacer el corazón de nuestro Padre celestial.
Dios nos habla hoy enseñándonos
que debemos ser cuidadosos al hablar, que nuestras palabras deben ser siempre
“sazonadas con sal”, es decir, agradables y corteses. ¿Cómo es tu manera de
hablar? ¿Crees que con ella glorificas el nombre de Dios? ¿O piensas que
necesitas algunos cambios en esta área, a la luz de esta enseñanza? Si es lo
último, y tu corazón está dispuesto a cambiar, el Señor puede ayudarte.
ORACIÓN:
Bendito Padre celestial, te ruego
me ayudes a ser un testimonio agradable a ti en mi manera de expresarme y actuar.
Que yo pueda tratar a los demás con amor y gentileza, y que mis palabras y mi
manera de hablar siempre te glorifiquen. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla