Salmo 14:1-3
“Dice el necio en su corazón: No
hay Dios. Se han corrompido, hacen obras abominables; No hay quien haga el
bien. Jehová miró desde los cielos sobre los hijos de los hombres, Para ver si
había algún entendido, Que buscara a Dios. Todos se desviaron, a una se han
corrompido; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno”.
Si queremos ser pueblo de Dios, y
andar con Dios, debemos estar de acuerdo con Él. En primer lugar debemos de
estar de acuerdo con Él respecto del pecado. Dios declara en forma inequívoca,
categórica, en las Sagradas Escrituras, que todos hemos pecado, que todos hemos
escogido nuestro propio camino.
Lo primero que nos dice Dios es
que nos arrepintamos, que cambiemos de dirección. Hemos estado andando en la
dirección equivocada, transitando por el camino del yo, del egoísmo. Debemos
virar y abandonar ese camino equivocado, confesar y abandonar nuestros pecados,
acudiendo al Señor, pidiéndole que nos perdone y nos de la libertad por amor de
Jesús.
Ahora bien, existe un
arrepentimiento que podríamos calificar de religioso y que solo busca eludir la
sanción, librarse del castigo. Pero debemos dar un paso más, hasta alcanzar lo
que podríamos llamar el arrepentimiento genuino, cristiano. Ese arrepentimiento
abarca no solamente el temor al castigo, sino una pena genuina por haber pecado
contra el amoroso Padre Celestial, un dolor piadoso porque hemos ofendido a
Aquel que nos amó e hizo provisión para que alcanzásemos el perdón y la
limpieza.
Debemos llegar a otro acuerdo si
andamos con Dios, un acuerdo respecto del señorío de Cristo. Indiscutiblemente
debemos considerarlo como nuestro Redentor Salvador. Con frecuencia leemos las
Sagradas Escrituras que “todo aquel que invocare el nombre del Señor, será
salvo” (Romanos 10:13). En esta oración resaltan dos palabras. Una de ellas
naturalmente es salvo, pero la otra palabra importante en este pasaje bíblico
es el vocablo Señor. Debemos ponernos de acuerdo con Dios respecto del Señorío
de Cristo. Si hemos sido perdonados, si hemos nacido de nuevo, no es para que
vivamos esta vida a nuestro antojo. Dios nos ha redimido y renovado para que
cumplamos Sus propósitos. El único descanso, paz y gozo verdaderos se sienten
al encontrar nuestro verdadero lugar con relación al Señorío de Jesucristo.
Las Sagradas Escrituras afirman
que Cristo cargó nuestros pecados en la cruz. “Quien llevó Él mismo nuestros
pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los
pecados, vivamos a la justicia…” (1 Pedro 2:24). Ahora bien, esta provisión se
hizo para todos, en todas partes, pero no nos beneficiaron hasta que sepamos de
ella y hagamos los ajustes morales y espirituales necesarios, es decir, la
confesión y el abandono de todo pecado, recibiendo a Jesucristo como Señor y
Salvador.
Las Sagradas Escrituras declaran
a sí mismo que Cristo no solamente cargó sobre sí nuestros pecados en la cruz,
sino que llevó los pecados de todos los hombres de todo el mundo, de toda la
raza humana en la cruz. Pero esto tampoco nos beneficia hasta que lo sepamos y
hasta que hagamos el necesario ajuste moral y espiritual, que significa una
rendición a Dios total, incondicional e irrevocable, Jesús nos dice que
equivale a tomar la cruz y seguirle. El apóstol Pablo, después de haber
experimentado esta entrega, declara: “Con Cristo estoy juntamente crucificado,
y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…” (Gálatas 2:20). Esta crucifixión
también está incluida en el andar de acuerdo con Dios.
Efesios 5:18 nos da otro
imperativo: “Sed llenos del Espíritu Santo”. El Espíritu habita en todos los
creyentes que han nacido del espíritu, pero necesitamos este revestimiento del
Espíritu Santo a fin de fortalecer nuestro carácter cristiano y ser como Cristo.
También el bautismo en el Espíritu Santo, que es una unción de poder, y que nos
da como resultado una vida fructífera.
Un estudio muy provechoso de la Biblia de parte de cada uno
de nosotros sería la búsqueda de otras formas en virtud de las cuales es de
necesidad imperativa que estemos de acuerdo con Dios, a fin de que en forma
inequívoca, podamos andar con Él. Amén.
“Gracia y Paz”
Impacto Evangelístico