¿HAY EN TU VIDA ALTIVEZ Y ARROGANCIA?
2 Crónicas 7:14, 15
“Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi
nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus
malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y
sanaré su tierra. Ahora estarán abiertos mis ojos y atentos mis oídos a la
oración en este lugar”.
La palabra “humillación” generalmente causa un efecto
negativo en nosotros. A todos nos molesta enormemente ser humillados sobre todo
si estamos frente a un grupo de personas. “¡Qué vergüenza! ¡Cómo han podido
hacerme esto a mí! ¡Me han herido! ¡Me han ofendido!”, exclamamos con dolor y
muchas veces con coraje. En mayor o menor grado todos reaccionamos de esta
manera. Es lo común en los seres humanos. Sin embargo, Dios nos pide que nos
humillemos como requisito para escuchar nuestras oraciones y perdonar nuestros
pecados y sanar nuestra tierra. ¿Acaso Dios quiere herirnos u ofendernos?
¡Desde luego que no! Él nos ama con amor eterno, y sólo quiere lo mejor para
nosotros. Esto nos dice su palabra.
Para entender el propósito que Dios tiene cuando requiere
que nos humillemos delante de él, es necesario remontarnos al principio de la
creación cuando Adán y Eva vivían en constante comunión con su Creador. Eran
tiempos felices, y Adán y Eva recibían día tras día todo lo que necesitaban
física, material, emocional y espiritualmente en el huerto del Edén, conforme a
lo que Dios les había prometido. Pero también el Señor les había advertido que
del árbol de la ciencia del bien y del mal no debían comer, "porque el día
que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17). Desde un principio
Dios estableció que la relación entre él y el hombre sería una relación de amor
mutuo. Él les mostraría su amor a ellos bendiciéndolos y supliendo todas sus
necesidades, y ellos corresponderían a su amor por medio de la obediencia. Así
dijo Jesús en Juan 14:21: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es
el que me ama”.
Además, Adán y Eva no tenían conocimiento del bien o del
mal, por lo tanto en cada decisión que tomaban dependían totalmente de Dios.
Era una relación perfecta, planeada por Dios. Por eso el Señor les prohibió que
comieran del árbol de la ciencia del bien y del mal. Pero la serpiente
(Satanás) era muy astuta, y se las ingenió para interrumpir el plan de Dios. Sutilmente
engañó a Eva y esta comió del fruto prohibido, y dio a Adán, el cual también
comió. Al comer de la fruta prohibida, Adán y Eva desobedecieron a Dios creando
una separación con aquel que se los había dado todo, y rompiendo la dependencia
que tenían de él.
Desde ese momento un espíritu de arrogancia y de soberbia
se apoderó de ellos, y se consideraron a sí mismos como dioses capaces de
dirigir sus vidas y tomar sus propias decisiones. Ese espíritu de orgullo ha
pasado de generación en generación hasta nuestros días, y constituye un
obstáculo en nuestra relación con Dios. Nos consideramos autosuficientes, no
consultamos con nuestro Padre celestial antes de tomar decisiones, no
dependemos de él en la manera en que él desea que lo hagamos con el fin de
bendecirnos abundantemente.
Es necesario deshacernos de ese espíritu, es
imprescindible que bajemos de ese pedestal que se creó aquel nefasto día en que
la desobediencia apareció en el Edén. Se requiere que reconozcamos nuestra
soberbia y vengamos arrepentidos delante del Señor. Eso es “humillarse”,
simplemente bajar al nivel que nos corresponde, reconociendo nuestra miseria y
bajeza ante la infinita santidad y majestuosidad del Rey del Universo. Eso es
todo lo que Dios requiere para perdonar nuestros pecados, que seamos humildes,
nos arrepintamos y busquemos su dirección dependiendo de él como al principio
de la Creación. Para mantener este comportamiento y por lo tanto una íntima
comunión con el Señor, es necesario que cada día de tu vida busques su rostro
en oración, leas su santa palabra y medites en ella.
ORACIÓN:
Padre santo, reconozco que he sido altivo y arrogante y
me he considerado autosuficiente al punto de ignorarte al tomar decisiones por
mi propia cuenta. Te ruego me perdones y arranques de mí todo vestigio de soberbia.
Ayúdame a humillarme delante de ti y reconocer que para vivir en victoria tengo
que depender totalmente de ti. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla