Juan 3:1-7
“Había un hombre de los fariseos
que se llamaba Nicodemo, un principal entre los judíos. Este vino a Jesús de
noche, y le dijo: Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro; porque
nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él. Respondió
Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo,
no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer
siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y
nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de
agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de
la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es. No te maravilles
de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo”.
Jesús le dice a Nicodemo que para
ver el reino de Dios, "es necesario nacer de nuevo.” Y aquel que era
fariseo, maestro de Israel y principal entre los judíos no entendió lo que el
Señor quiso decirle. Realmente no es fácil entender la frase “nacer de nuevo”.
No se trata de que en nuestras vidas se lleve a cabo un cambio cuando entramos
en una relación con Cristo; es algo mucho más profundo. Se trata de que nuestra
vieja manera de vivir termina y comienza una nueva vida en el Espíritu que es
completamente distinta a la anterior.
Agustín de Hipona fue un hombre
nacido en el norte de Africa a mediados del siglo IV. Durante su juventud vivió
una vida lujuriosa e inmoral, la cual narra con vergüenza en su libro
“Confesiones”. En su libro, Agustín cuenta que en medio de aquella vida de
placeres sexuales y codicia había un constante vacío imposible de llenar. Un
día conoció a Jesús, abrió a él su corazón y su vida cambió totalmente. Después
de su conversión, Agustín renunció a todas sus posesiones, fundó un monasterio
y se retiró por tres años a orar y meditar en la Palabra de Dios, y allí
escribió varios libros y poemas. Agustín de Hipona dedicó el resto de su nueva
vida a servir al Señor.
Harold Hughes fue un conocido
político norteamericano, quien después de prestar servicio como gobernador del
estado de Iowa fue elegido al Senado de los Estados Unidos. En su
autobiografía, Hughes confiesa tristemente que en sus años de juventud fue
“borracho, mentiroso y tramposo”. Después de tocar fondo, en medio de su
vergüenza y desesperación, decidió cometer suicidio. Sin embargo, justo antes
de apretar el gatillo de su pistola sucedió algo milagroso. Así lo describió
Hughes: “Igual que un niño herido perdido en la tormenta, de repente había
caído en los calurosos brazos de mi Padre” Y al experimentar la gracia
perdonadora de Dios prometió: “Señor, haré lo que me pidas”. Ese fue el
comienzo de una nueva vida para Harold Hughes, una vida que sí valía la pena
vivir.
Saulo de Tarso tuvo una
experiencia similar cuando se dirigía a la ciudad de Damasco en gestiones para
continuar su persecución de los cristianos. Allí en el camino se le apareció
Jesús, y le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (Hechos 9:4). Entonces
Saulo cayó rendido de rodillas, y “temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué
quieres que yo haga?” Desde ese instante la vieja vida de Saulo de Tarso dejó
de existir, y en su lugar surgió la nueva vida de quien más tarde llegaría a
hacer el gran apóstol Pablo, el cual escribió: “De modo que si alguno está en
Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas
nuevas” (2 Corintios 5:17).
Pablo también dijo en su carta a
los Gálatas: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas
vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo
de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20). Este es
el nuevo nacimiento del cual le habló Jesús a Nicodemo: morir a la vida
pecaminosa de nuestra naturaleza carnal y comenzar a vivir la vida abundante
que Jesucristo vino a ofrecernos. Cualquier persona, por muy derrotada y
quebrantada que esté, puede experimentar este nuevo nacimiento creyendo
sinceramente en Jesucristo y abriendo a él su corazón en fe. Si no lo has
hecho, y deseas comenzar una vida que valga la pena vivir, abre tu corazón a
Jesús ahora mismo e invítalo a entrar.
ORACIÓN:
Querido Padre celestial, gracias por el milagro del nuevo nacimiento a
través de la muerte y resurrección de tu Hijo Jesús. Ayúdame a morir a la vida
de pecado y comenzar a vivir esa vida abundante que tu amado Hijo vino a
traernos. En su santo nombre, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla