Si sacáramos de contexto lo que Jesús nos dice en la
escritura de hoy (Mateo 7:7-12), muchos pensarían que estas palabras son como
un “cheque al portador”, es decir, que los creyentes podríamos recibir todo lo que pidamos, sin embargo, esto
no es cierto. Primero debemos de poner en práctica la enseñanza que nos dice la
Biblia acerca de la oración. El apóstol Santiago afirma: “Pedís, y no recibís,
porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites” (Santiago 4:3). Dios jamás va
a complacer a quien pide para su propia satisfacción, sin tener en cuenta Su
voluntad. Él tiene planes para cada uno de nosotros, y estos planes son buenos,
para darnos un futuro de “paz, y no de mal” (Jeremías 29:11). Y para que estos
planes se hagan realidad debemos ser obedientes a nuestro Padre celestial.
Orar es más que presentar peticiones a Dios. La oración es
para obtener dirección divina que nos ayude a discernir lo que nuestro Padre quiere
para nosotros. Jesús prometió que recibiremos, que hallaremos y que Dios abrirá
la puerta. Tenemos la garantía de que Dios nos oirá si pedimos en el nombre de
Jesús, conforme a sus enseñanzas. Así dijo el Señor: “Y todo lo que pidiereis
al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo”
(Juan 14:13). Pedir en el nombre de Jesús implica estar conscientes de la
voluntad de Dios en cuanto a lo que estamos pidiendo, de la misma manera que lo
hizo Jesús mientras estuvo aquí en la tierra. Entonces nuestro Padre nos
contestará de acuerdo a sus planes y no a los nuestros.
El principal objetivo de Dios es que nosotros tengamos
una relación íntima con Él. Este ha sido su objetivo desde el principio de la
creación. En el huerto del Edén Dios preparó todas las condiciones de manera
perfecta, después creó al hombre y la mujer, y les dio posesión de todo lo que
había creado. Desde ese momento se estableció una relación entre ellos, pues
Adán y Eva dependían de Dios en todos los aspectos y él les proveía para todas sus necesidades. Mientras esta
relación existió todo marchó bien para la primera pareja, pues no carecieron de
nada y vivían en paz, felices y contentos. Hasta que apareció el pecado a
través de la desobediencia. Entonces se rompió aquella relación y cayó la
desgracia sobre la raza humana.
El sacrificio de Jesús en la cruz del Calvario
restableció la relación original con Dios que se perdió en el huerto del Edén.
Jesús fue un perfecto ejemplo de íntima relación con Dios (Juan 17:22). Jesús
exhortó a sus discípulos a buscar esa misma relación con Dios y los enseñó a
orar (Mateo capítulo 6), alentándolos a que se dirigieran a Dios diciéndole
“Padre nuestro”, como señal de confianza, de intimidad y de dependencia. El
privilegio de la oración se basa en nuestra relación con Dios a través de su
Hijo Jesucristo. Sólo quienes hemos recibido a Cristo podemos afirmar que Dios
es nuestro Padre (Juan 1:12), y podemos contar con su promesa de oír nuestras oraciones.
Dios cumple siempre sus promesas, pero él está atento no sólo a los deseos de
nuestro corazón, sino también a nuestra actitud y nuestro comportamiento.
Oración:
Amado Padre Celestial, te doy gracias porque a través de Jesucristo
puedo llegarme confiadamente a tu trono de gracia. Por favor te pido me des discernimiento
espiritual para pedirte de acuerdo a tu voluntad, y no a la mía. Dame sabiduría
para entender que tú sabes que es lo mejor para mi vida. En el nombre de Jesús,
Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla