Daniel 3:13-18
“Entonces
Nabucodonosor dijo con ira y con enojo que trajesen a Sadrac, Mesac y
Abed-nego. Al instante fueron traídos estos varones delante del rey. Habló Nabucodonosor
y les dijo: ¿Es verdad, Sadrac, Mesac y Abed-nego, que vosotros no honráis a mi
dios, ni adoráis la estatua de oro que he levantado? Ahora, pues, ¿estáis
dispuestos para que al oír el son de la bocina, de la flauta, del tamboril, del
arpa, del salterio, de la zampoña y de todo instrumento de música, os postréis
y adoréis la estatua que he hecho? Porque si no la adorareis, en la misma hora
seréis echados en medio de un horno de fuego ardiendo; ¿y qué dios será aquel
que os libre de mis manos? Sadrac, Mesac y Abed-nego respondieron al rey
Nabucodonosor, diciendo: No es necesario que te respondamos sobre este asunto.
He aquí nuestro Dios a quien servimos puede librarnos del horno de fuego
ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si no, sepas, oh rey, que no
serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la estatua que has levantado”.
El rey
Nabucodonosor había mandado a construir una enorme estatua de oro con el fin de
que todo el pueblo la adorara. Y todo aquel que no la adorara sería “echado
dentro de un horno de fuego ardiendo”, dice el versículo 6 de este capítulo.
Había tres jóvenes judíos, fieles servidores de Dios, que se negaron a adorar
la estatua, los cuales fueron acusados y el rey los mandó a buscar. Sin duda
una situación extremadamente difícil para aquellos jóvenes. Pero ¿cómo
respondieron ellos a las amenazas del rey Nabucodonosor?
Mostrando un
valor extraordinario le dijeron: “He aquí nuestro Dios a quien servimos puede
librarnos del horno de fuego ardiendo; y de tu mano, oh rey, nos librará. Y si
no, sepas, oh rey, que no serviremos a tus dioses, ni tampoco adoraremos la
estatua que has levantado”. En otras palabras: “Sabemos que nuestro Dios tiene
el poder para librarnos de tu mano, pero si no lo hiciera sería porque tiene
mejores planes para nosotros. Por lo tanto le seremos fieles a él, y no
adoraremos tu estatua”. Sadrac, Mesac y Abed-nego creían de todo corazón que
Dios podía librarlos del horno de fuego, si era esa su voluntad, y si no, algo
mejor tendría para ellos. Por eso depositaron en él toda su confianza y se
enfrentaron a la terrible amenaza sin temor. Y cuenta la Biblia que el rey “ordenó
que el horno se calentase siete veces más de lo acostumbrado”. Y seguidamente
los jóvenes fueron atados y echados dentro del horno. Es imposible siquiera
pensar que esto no fuera el final de las vidas de aquellos jóvenes. Sin embargo
algo absolutamente sobrenatural ocurrió. Cuando el rey y sus oficiales se
asomaron al horno, en lugar de tres varones vieron a cuatro, “y el aspecto del
cuarto es semejante a hijo de los dioses”, dijo Nabucodonosor. Muchos
comentaristas bíblicos están de acuerdo en que era verdaderamente el Hijo de
Dios. Y aquellos jóvenes judíos salieron ilesos del horno. “El fuego no había tenido
poder alguno sobre sus cuerpos, ni aun el cabello de sus cabezas se había
quemado; sus ropas estaban intactas, y ni siquiera olor de fuego tenían”
(v.27).
El primer paso
de todo creyente hacia una vida de victoria es creer de todo corazón que nuestro
Dios es todopoderoso, que todo lo puede, aún aquello que para nosotros es
totalmente imposible. Y que nos ama tanto que o nos libra de las tribulaciones,
o está con nosotros cuando las atravesamos. La fe de Sadrac, Mesac y Abed-nego
fue más allá de la seguridad de que Dios tenía el poder de librarlos del horno
de fuego. Ellos sabían que el Señor podía tener otros planes para sus vidas, y
estaban dispuestos a aceptarlos.
Esta es la
verdadera fe, la que espera que se haga la voluntad de Dios sabiendo que es lo
mejor que puede pasar aunque no lo entendamos. Así escribió el apóstol Pablo en
Efesios 3:20-21: “Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho
más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en
nosotros, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades,
por los siglos de los siglos. Amén”.
ORACIÓN:
Padre santo, te
ruego que aumentes mi fe, para que en momentos difíciles de mi vida yo pueda
echar fuera toda duda y creer de todo corazón que para ti nada es imposible, y
que tú puedes resolver mi problema conforme a tu perfecta voluntad. En el
nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla