2 Timoteo 1:8-10
“Por tanto, no te avergüences de dar
testimonio de nuestro Señor, ni de mí, preso suyo, sino participa de las
aflicciones por el evangelio según el poder de Dios, quien nos salvó y llamó
con llamamiento santo, no conforme a nuestras obras, sino según el propósito
suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los
siglos, pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador
Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por
el evangelio”.
Un “testimonio” es una declaración en la que alguien
revela algo de lo cual ha sido testigo. Por ejemplo, cuando se está llevando a
cabo un juicio en la Corte se escucha el testimonio de las personas que
presenciaron los hechos que se atribuyen a la persona que juzgan. Basados en
este testimonio el jurado llega a una conclusión y entonces actúa.
Cuando se trata del aspecto espiritual, el “testimonio”
es la manifestación evidente de la obra de Dios en una persona a través de su
comportamiento. Cuando hemos establecido una estrecha relación con el Señor,
nuestra conducta debe reflejar a todos los que nos rodean lo que él ha hecho en
nuestras vidas. Lo que hagamos testificará de la grandeza de Dios o de nuestra
propia hipocresía, si proclamamos el nombre de Jesús con nuestros labios pero
mostramos muy poca evidencia de su presencia en nuestras vidas. Jesús,
refiriéndose a los falsos profetas, dijo a sus discípulos: “Por sus frutos los
conoceréis” (Mateo 7:16). O sea, sus acciones mostrarán lo que hay en sus
corazones. Y en su segunda carta a los Corintios, el apóstol Pablo escribió:
“Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y
leídas por todos los hombres” (2 Corintios 3:2). Ciertamente somos cartas
abiertas, y quien menos nos imaginamos puede estarlas leyendo en un cierto
momento.
También testificamos con nuestras conversaciones. Las
cosas que decimos sobre cualquier tema que estamos tratando muestran a los
demás una imagen clara de nuestra fe y nuestra relación con el Señor. Las
palabras que pronunciamos pueden tener un impacto muy grande en la vida de una
persona, ya sea para bien o para mal. En Mateo 12:37, Jesús les dice a un grupo
de fariseos: “Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras
serás condenado”. ¿Las palabras que salen de tu boca, alaban y glorifican el
nombre de Dios, o todo lo contrario?
Los discípulos de Jesús fueron testigos de los milagros y
las maravillas hechas por el Señor durante su ministerio en la tierra. Después
de su resurrección, justo antes de ascender al cielo, Jesús les dejó la
encomienda de testificar al mundo lo que ellos habían visto y oído durante los
tres años que anduvieron con él. Allí les dijo: “Vosotros sois testigos de
estas cosas” (Lucas 24:48). Tiempo después, Pedro y Juan fueron encarcelados, y
después los llevaron ante el concilio y el sumo sacerdote. Allí les advirtieron
que no continuaran hablando ni enseñando en el nombre de Jesús. Y ellos
respondieron: “Juzgad si es justo delante de Dios obedecer a vosotros antes que
a Dios; porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído” (Hechos
4:19:20).
Ahora, nosotros tenemos el maravilloso privilegio de
continuar con esa encomienda dada a los apóstoles, compartiendo nuestro
testimonio y predicando el evangelio a otras personas. Nuestras experiencias
personales no pueden ser rebatidas, porque nosotros sabemos mejor que nadie lo
que hemos pasado en la vida, y la manera en que Dios se ha manifestado en
nuestros momentos difíciles. Esto significa que cada creyente tiene un arma muy
poderosa en su arsenal espiritual. Cuando tú compartes lo que Cristo ha hecho
en tu vida, nadie puede decirte: “Eso no es así” o “Eso no sucedió en
realidad”. Nuestro testimonio de fe es la narración genuina e innegable del
poder y el amor de Dios en acción. No debemos avergonzarnos de compartirlo con
los demás. Dios puede usar nuestra experiencia para tocar el corazón de ellos,
y quizás moverlos a aceptar a Jesucristo como su salvador.
Oración:
Amoroso Padre Celestial, te doy gracias por lo que tú estás
haciendo en todos los aspectos de mi vida. Te ruego me ayudes a dar al mundo un
testimonio que honre y glorifique tu nombre, y que sirva para que otros vengan
al conocimiento de tu Hijo Jesucristo. En su santo nombre te lo pido, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla