Efesios 4:26, 27
“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol
sobre vuestro enojo, ni deis lugar al diablo”.
En relación a la ira, un artículo de una importante revista dice: “La ira puede mover las pasiones contra el mal y
operar con la fuerza y la eficacia de un instinto si está asociada con un
carácter santo. En este caso es buena y es eficaz, pero si está relacionada con
la maldad se vuelve pecaminosa. Bajo la inspiración de una naturaleza santa
puede brillar con una potencia maravillosa contra el mal, la falsedad y el
deshonor; pero bajo el control de un espíritu malvado puede llegar a causar
daños irreparables en muchas vidas”. La ira es, sin duda, un sentimiento que
puede ser un arma de doble filo.
La escritura de hoy establece claramente que, en ciertas
circunstancias, la ira tiene un lugar en la vida del cristiano. De hecho, la
falta de ira podría ser una indicación de debilidad espiritual. La Biblia nos
dice en el Salmo 145:8: “Clemente y misericordioso es el Señor, lento para la
ira, y grande en misericordia”. El salmista afirma que aunque la bondad y la
misericordia de Dios retardan la manifestación de su ira, llega un momento en
que el Señor expresa su coraje ante la maldad, la injusticia y el pecado del
hombre. El Salmo 106 nos habla acerca de la rebeldía del pueblo de Israel. Dice
el versículo 29 que ellos “provocaron la ira de Dios con sus obras, y se
desarrolló la mortandad entre ellos”.
También Jesús, en ocasiones se llenó de ira. Por ejemplo,
en Mateo 21:12-13 dice: “Y entró Jesús en el templo de Dios, y echó fuera a
todos los que vendían y compraban en el templo, y volcó las mesas de los
cambistas, y las sillas de los que vendían palomas; y les dijo: Escrito está:
Mi casa, casa de oración será llamada; mas vosotros la habéis hecho cueva de
ladrones”. Jesús se encoleriza ante la actitud blasfema de aquellos mercaderes
y sin ocultar su ira los echa del templo (en Juan capítulo 2 dice que usó un
azote de cuerdas). ¡Sin duda Jesús estaba muy molesto! Sin embargo, el
versículo siguiente dice: “Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los
sanó”. Es decir, inmediatamente después de haberse airado, y habiendo echado a
los mercaderes del templo, vinieron a Jesús unos ciegos y unos cojos, y él los
sanó. Una vez mostró su ira cuando había que enojarse, Jesús de inmediato está
en control de sus emociones y dispuesto a mostrar su amor y su compasión por
aquellos que venían a él en busca de sanidad.
Una ira santa producida por injusticia o maldad,
acompañada de un deseo sincero de que se haga la voluntad de Dios es tanto sana
como efectiva. Pero airarse contra alguien por un resentimiento personal o
envidia constituye un pecado. Y puede traer muy malas consecuencias. Por eso no
debemos permitir que se acumulen en nuestro corazón resentimientos contra
alguien que nos ha ofendido, los cuales pueden crear raíces de amargura que
afectan nuestro comportamiento hacia los que nos rodean. La Biblia nos alerta
acerca de esto en Hebreos 12:15: “Mirad bien, no sea que alguno deje de
alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y
por ella muchos sean contaminados”. Para evitar esto, el pasaje de hoy nos
aconseja: “No se ponga el sol sobre vuestro enojo”. Es decir, antes que termine
el día debemos deshacernos de todo sentimiento de enojo.
Si no puedes controlar tus emociones y sientes que la ira
te está empujando a pecar, arrodíllate y clama al Señor buscando su fortaleza y
el dominio propio que viene de su Santo Espíritu. Recuerda: “No des lugar al
diablo”. Dios tomará control de la situación, llenándote de su paz y su gozo,
mientras se encarga de aquellos que conspiran para hacerte daño. Así lo expresa
Romanos 12:19: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a
la ira de Dios; porque escrito está: Mía es la venganza, yo pagaré, dice el
Señor”.
ORACIÓN:
Padre santo, reconozco que muchas veces no puedo
controlar mis emociones y me dejo invadir por sentimientos de ira que no
glorifica tu nombre. Te ruego arranques de mi corazón todo enojo o rencor y me
llenes con tu paz y tu amor, para que mi testimonio glorifique tu santo nombre.
En Cristo Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla