Romanos 7:15-23
“Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no
hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Y si lo que no quiero,
esto hago, apruebo que la ley es buena. De manera que ya no soy yo quien hace
aquello, sino el pecado que mora en mí. Y yo sé que en mí, esto es, en mi
carne, no mora el bien; porque el querer el bien está en mí, pero no el
hacerlo. Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso
hago. Y si hago lo que no quiero, ya no lo hago yo, sino el pecado que mora en
mí. Así que, queriendo yo hacer el bien, hallo esta ley: que el mal está en mí.
Porque según el hombre interior, me deleito en la ley de Dios; pero veo otra
ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente, y que me lleva
cautivo a la ley del pecado que está en mis miembros”.
Cuando aceptamos a Jesucristo como nuestro Salvador, el
Espíritu Santo viene a morar en nosotros; entonces ya no es solamente una
fuerza la que controla nuestras acciones, sino que ahora existe otra fuerza que
se opone a los impulsos de la naturaleza carnal, y por lo tanto se establece
una guerra por el poder. Según el diccionario, “Guerra” es “el conflicto que
ocurre cuando una parte intenta obtener por la fuerza algo que la otra no
quiere conceder voluntariamente, o cuando ambas partes desean poseer algo que
no pueden compartir”. La guerra espiritual es la batalla continua entre los
deseos de la carne apoyados por las fuerzas del diablo, y el hombre interior
respaldado por los ejércitos de Dios.
En el pasaje de hoy, las palabras del apóstol Pablo
describen una verdadera batalla dentro de él. Por un lado, "el hombre
interior" que se deleita obedeciendo la palabra de Dios; por otro lado la
naturaleza carnal pecaminosa que lo empuja hacia el pecado. Y no se trata
solamente de pecado relativo al aspecto sexual como muchos piensan, sino que
puede ser cualquier pecado, como ofender o hacerle daño a una persona, mentir,
sentir envidia, o ira, o soberbia, o avaricia, etc., etc. También es pecado no
hacer algo que debíamos hacer por obediencia al Señor. El que esta lucha se
incline a un lado o a otro depende de la voluntad humana, de nuestra decisión
de aceptar o rechazar el poder de Dios, de creer o de ignorar la gracia divina.
La Biblia nos dice que en la cruz del Calvario Jesús triunfó sobre Satanás,
dejando establecida la superioridad de su poder y poniéndola a disposición de
todos los que creen en él y le siguen (Colosenses 2:15). Es, por lo tanto,
responsabilidad nuestra usar ese extraordinario poder que está a nuestra
disposición por medio del Espíritu Santo.
Un punto muy importante en esta guerra, al igual que en
cualquier guerra, es estar alertas de manera que el enemigo no nos sorprenda
con sus ataques. El apóstol Pedro escribió en su primera carta: “Sed sobrios y
velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor
buscando a quien devorar” (1 Pedro 5:8). Y en Mateo 26:41, Jesús les aconseja a
sus discípulos: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a
la verdad está dispuesto, pero la carne es débil”. Debemos estar conscientes de
que la intención de nuestro enemigo el diablo es destruirnos, y con ese fin él
usa los deseos de la carne. Él conoce nuestras debilidades y pone tentaciones
delante de nosotros. Este es el momento en el que debemos acudir a la ayuda de
nuestro Padre celestial y postrarnos en oración, clamando por su fortaleza y
sometiéndonos a la dirección de su Santo Espíritu. Entonces el diablo no tiene
otra alternativa que huir. Así dice Santiago 4:7: “Someteos, pues, a Dios; resistid
al diablo, y huirá de vosotros”.
¿Quieres ganar esta batalla espiritual y vivir una vida
de santidad y de victoria? Dedica tiempo diariamente a orar y a leer la Biblia.
Medita en ella, reflexiona y aplícala a tu vida diaria. De esta manera
adquieres conocimiento de la Palabra de Dios, lo cual es sumamente importante
en la guerra espiritual. Dios dice en Oseas 4:6: “Mi pueblo fue destruido,
porque le faltó conocimiento”. Este tiempo diario de comunión fortalece tu fe y
te acerca más al Señor, a su protección y al cuidado y la dirección de su Santo
Espíritu.
Oración:
Amado Padre, en medio de esta guerra espiritual clamo a
ti en busca de tu poder. Por favor ayúdame a someterme totalmente a la
autoridad de tu Santo Espíritu, para que tú pelees por mí y yo pueda vivir en
santidad y en victoria, como es tu voluntad. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla