¿Es Cristo
realmente tu Señor?
Hechos 9:1-9
“Saulo, respirando aún amenazas y muerte
contra los discípulos del Señor, vino al sumo sacerdote, y le pidió cartas para
las sinagogas de Damasco, a fin de que si hallase algunos hombres o mujeres de
este Camino, los trajese presos a Jerusalén. Mas yendo por el camino, aconteció
que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz
del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por
qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien
tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. El, temblando y
temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate
y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer. Y los hombres que iban
con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, mas sin ver a nadie.
Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así
que, llevándole por la mano, le metieron en Damasco, donde estuvo tres días sin
ver, y no comió ni bebió”.
Este pasaje nos describe la que se conoce como la
conversión más famosa de la historia de la humanidad. Pero en realidad lo que
se llevó a cabo allí en el camino a Damasco no fue solamente una conversión,
sino también una rendición instantánea. Normalmente, una conversión genuina
debe llevar a una rendición o entrega al Señor, pero primero tiene que haber
cambios internos; esto es un proceso más o menos largo. Después resulta la
entrega total, ésta es una decisión personal. Cuando se efectuó este encuentro
de Saulo de Tarso con Jesús, ya se estaba llevando a cabo en la vida de Saulo
un proceso que había comenzado poco tiempo antes.
Leemos en Hechos 7:54-60 que Esteban, uno de los diáconos
elegidos por los apóstoles, les estaba diciendo unas cuantas verdades a un
grupo de judíos, los cuales se enfurecieron y arremetieron contra él y le
apedrearon. Esteban era “varón lleno de fe y del Espíritu Santo”, afirma Hechos
6:5. Y allí, en medio del dolor de las pedradas, puesto de rodillas, clamó a
gran voz: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Y habiendo dicho esto,
durmió” (Hechos 7:60). La presencia y el poder del Espíritu Santo se
manifestaron en aquel lugar de manera muy clara. Y Saulo de Tarso fue testigo
presencial de todo lo sucedido. Y dice la Biblia que “Saulo consentía en su
muerte” (Hechos 8:1). Con toda seguridad, la escena de la muerte de Esteban
permanecía en la memoria de Saulo y muchas preguntas venían a su mente. ¿Cómo
entender aquella paz inefable reflejada en el rostro de aquel hombre mientras
sufría el terrible dolor de las pedradas? ¿Cómo era posible que pidiera perdón
para los que le estaban matando? Y una expresión dicha por aquel joven
persistía en su mente: “Señor Jesús, recibe mi espíritu” (Hechos 7:59).
Ahora, cuando Saulo cayó a tierra cegado por el
resplandor, oyó la voz de Jesús que le decía: “Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?” Y Saulo le dijo: “¿Quién eres, Señor?” Esta es la primera señal de
que la batalla estaba llegando a su final. “Yo soy Jesús, a quien tú persigues”.
Finalmente Saulo, “temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo
haga?” Y en ese momento finalizó la batalla y Saulo se rindió a Cristo.
“Levántate, y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer”, le dijo
Jesús. Hasta aquel momento, Saulo había estado haciendo lo que él quería. Desde
ese momento en adelante se le diría lo que tenía que hacer. Este es el
verdadero discípulo de Cristo, aquel que ha dejado de hacer lo que él deseaba
hacer y ha comenzado a hacer lo que el Señor quiere que haga.
Sabemos que aquella fue una genuina y sincera entrega
porque conocemos el resto de la vida de aquel que después se convirtió en el
apóstol Pablo, y la manera en que sirvió a su Señor hasta que murió. Pero,
¿cómo puede una persona entregarse de tal manera a Cristo que pueda llamarle
genuinamente Señor? La Biblia dice que “nadie puede llamar a Jesús Señor, sino
por el Espíritu Santo” (1 Corintios 12:3). Es decir, es el Espíritu Santo quien
obra en nosotros redarguyéndonos, exhortándonos, convenciéndonos de pecado y
llamándonos a una entrega total al Señor. Pero la decisión final corresponde a
cada uno de nosotros. Piensa un momento: ¿Es Cristo realmente tu Señor?
ORACION:
Padre santo, anhelo rendirme a la autoridad y la
dirección de tu Hijo Jesucristo. Por favor, ayúdame a ceder mi voluntad a tu
voluntad. En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla