jueves, 11 de abril de 2013

EL CIELO: NUESTRO HOGAR ETERNO



Apocalipsis 21:1-6
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existía más. Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido. Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas. Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas. Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida”.

Una persona sabia se preparará para lo inevitable. Y lo más inevitable en el mundo es nuestro fallecimiento físico. No fuimos creados para vivir para siempre en nuestros cuerpos terrenales; somos seres eternos con propósitos eternos. Con un resultado tan seguro, sería sabio pasar el tiempo en la Tierra preparándonos para el futuro en la eternidad.

¿Has puesto tu fe en Jesucristo como tu Salvador? Si es así, entonces puedes estar seguro de que pasarás la eternidad con Él en el cielo. Sin embargo, ¿qué haremos cuando lleguemos allá?” A pesar de las descripciones habituales de la vida venidera, no estaremos sentados en las nubes tocando arpas, pues nos aguarda un futuro emocionante.

Alabaremos a Dios. Si tu estuviste alguna vez enamorado apasionadamente de alguien, probablemente recordarás lo difícil que le era pensar en alguna otra cosa. En cierto modo, así es como veremos a Dios en el cielo: como nuestra máxima fuente de amor y compañía. Nuestra relación con Él superará cualquier “sentimiento” de amor que hayamos experimentado jamás. Mucho más que un simple sentimiento, será el fruto de una unión totalmente perfecta con nuestro Padre celestial.

Brillaremos para Dios. En el cielo, las limitaciones terrenales serán eliminadas, permitiendo que la gloria de Dios brille en cada creyente (Mt 13.43).

Reinaremos con Dios. ¿Entiendes cuán valioso eres tu para tu Creador? Romanos 8:16, 17 nos dice que no solo somos hijos de Dios, sino también coherederos con Cristo. Esto significa que seremos parte de todo lo que el Padre ha designado para su Hijo.

El cielo es una realidad, y en Juan 14:6, Jesús dijo que solamente hay una manera de llegar allá: Por medio de Él.

“Gracia y Paz”
Meditación Diaria

¿DICES QUE SI YO DECRETO, TODO LO QUE QUIERA ME SERÁ DADO?




2 Timoteo 3:16-17
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.

Hebreos 12:14
“Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”.

“Gracia y Paz”

ORACIÓN




Padre de amor y de misericordia, Dios de toda consolación, hazme un instrumento tuyo, oh Señor, para llevar a aquellos que sufren el aliento y el consuelo que sólo tú puedes dar. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”

¿TE HAS ARREPENTIDO SINCERAMENTE?



Mateo 3:1-3
“En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado. Pues éste es aquel de quien habló el profeta Isaías, cuando dijo: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas”.

Poco tiempo antes de que Jesús comenzara su ministerio aquí en la tierra, hizo su aparición en el desierto de Judea Juan el Bautista, quien predicaba diciendo: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado...” De esta manera se cumplió lo escrito por el profeta Isaías unos ocho siglos antes. “Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:14-15).

Para los judíos no era nuevo escuchar acerca de la necesidad de arrepentirse. En el Antiguo Testamento Dios les dijo: “Si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Crónicas 7:14). Pasaron varios siglos, y ahora Jesús les dice: “El tiempo se ha cumplido” Por lo tanto había una mayor urgencia en esta exhortación al arrepentimiento.

¿Y qué es el arrepentimiento? La palabra griega que se traduce como “arrepentimiento” en el Nuevo Testamento es “metanoeó”, que significa “cambiar de pensamiento”. Por lo tanto, el arrepentimiento es el acto de cambiar nuestra manera de pensar. El verdadero arrepentimiento consiste en cambiar nuestro enfoque de las cosas terrenales a las cosas del cielo, abandonando las cosas del mundo y volviéndonos a Dios. Es renunciar a un pecado no por un tiempo, sino rechazándolo completamente y para siempre. Es un cambio total de dirección en la vida, similar a una “vuelta en U” cuando conducimos el auto.

“Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9-10). Esta confesión implica el reconocimiento de que somos pecadores, que estamos arrepentidos y que Jesús es el Señor, quien dio su vida para pagar la deuda que teníamos con Dios. Al aceptar ese sacrificio y confesarlo con nuestros labios somos justificados y tenemos salvación y vida eterna.

Una vez aceptamos a Jesucristo como salvador, comienza en nosotros el proceso de santificación por medio del Espíritu Santo. Durante este proceso de crecimiento espiritual, irremediablemente caeremos en pecado ocasionalmente, y con este fin Dios ha provisto un medio de restaurarnos y levantarnos, el cual requiere también arrepentimiento y confesión de pecados. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Esto sólo se aplica a aquellos que hemos sido salvos. Cuando nos sentimos tristes por haber pecado contra nuestro Padre celestial, venimos ante él y confesamos nuestro pecado y le pedimos perdón. Los que no han sido salvos necesitan seguir las instrucciones de Romanos 10:9-10. Pero tanto en un caso como en el otro se requiere un verdadero arrepentimiento. Dios conoce cada corazón, y sabe quien es genuino y quien no lo es.

Pedro negó a Jesús, y cuando se dio cuenta de su error “lloró amargamente”. Su arrepentimiento fue verdadero y Pedro fue perdonado. Después fue un siervo fiel del Señor hasta su muerte. Judas Iscariote entregó a Jesús, y cuando se dio cuenta de su pecado, dice la Biblia, “devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes”. Pero después salió, y se ahorcó. Sin duda su arrepentimiento no fue genuino, y tuvo que pagar las consecuencias de tan horrible pecado.

Ya sea que aun no eres salvo o que siendo salvo has caído en pecado, necesitas arrepentirte de corazón y acercarte humildemente a Dios en busca de su perdón para la salvación de tu alma, o para reconciliarte con tu Padre celestial.

ORACIÓN:
Mi amante Padre celestial, hoy me acerco a ti sinceramente arrepentido de haberte fallado, y haber entristecido tu Santo Espíritu. Te ruego me perdones y me limpies de toda mi maldad. En el nombre de Jesús, Amén.

“Gracia y Paz”
Dios te Habla