Jeremías 18:1-6
“Palabra de Jehová que vino a Jeremías,
diciendo: Levántate y vete a casa del alfarero, y allí te haré oír mis
palabras. Y descendí a casa del alfarero, y he aquí que él trabajaba sobre la
rueda. Y la vasija de barro que él hacía se echó a perder en su mano; y volvió
y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. Entonces vino a mí
palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré yo hacer de vosotros como este alfarero,
oh casa de Israel? dice Jehová. He aquí que como el barro en la mano del
alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel”
En este pasaje Dios le da una lección a su siervo el
profeta Jeremías. El pueblo de Israel se había desviado de los caminos trazados
por Dios. Entonces el Señor llama a Jeremías y le dice que vaya a casa del
alfarero para que observara como éste trabajaba con el barro haciendo vasijas,
desechando aquellas que se echaban a perder, y continuando en su labor hasta
quedar satisfecho con el resultado final. Después le expresa sus propios deseos
acerca del pueblo de Israel diciendo: “¿No podré yo hacer de vosotros como este
alfarero, oh casa de Israel?"
Los que hemos aceptado a Jesucristo como nuestro
salvador hemos sido hechos “hijos de Dios” (Juan 1:12). Es decir, ya formamos parte
del pueblo de Dios, y por lo tanto la enseñanza del pasaje de hoy se aplica
directamente a nosotros. Dioa nos dice que va a tratar con nosotros de la misma
manera que un alfarero trabaja con el barro, moldeándonos hasta lograr que seamos “conforme a la imagen de su Hijo” (Romanos 8:29). En
su condición de alfarero, Dios elimina aquellas cosas de nuestras vidas que no
le agradan, de la misma manera en que se eliminan las irregularidades o las
protuberancias del barro. En ocasiones el Señor aumenta la velocidad de “la
rueda”, lo cual probablemente nos hará sentir bajo una fuerte presión e
incomodidad. Y habrá veces en las que él considere necesario quebrantarnos y
hacernos de nuevo, cambiando nuestros patrones y actitudes con el fin de
llevarnos en una dirección totalmente diferente a la que llevábamos.
Como barro que somos, nuestra parte consiste en
someternos totalmente al propósito del Gran Alfarero. Nuestra responsabilidad
es aceptar todos los cambios planeados por Dios, creyendo de todo corazón que
sus planes son siempre para nuestro bien (Jeremías 29:11). Esto podemos hacerlo
confiadamente pues estamos en las manos de Dios, las cuales son manos poderosas
que rescataron al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto, manos creativas
que formaron el Universo, manos cuidadosas que nos protegen de todo mal, manos
proveedoras que suplen todas nuestras necesidades, manos amorosas que enjugan
toda lágrima de los ojos de sus hijos, manos que fueron atravesadas por clavos
para que nosotros pudiésemos ser justificados y hechos nuevos.
A medida que nuestro Padre celestial nos va moldeando a
cada uno de nosotros, nos iremos pareciendo cada vez más a Jesús y sentiremos
en nuestros corazones el deseo de imitar su comportamiento mientras estuvo aquí
en la tierra siendo ejemplos con nuestro testimonio para aquellos que se mueven
a nuestro alrededor, trayendo bendiciones sobre ellos y sobre nosotros y
nuestras familias. Por el contrario, cuando ignoramos los preceptos divinos y
permitimos que el mundo nos moldee a su manera, conforme a sus principios y
conceptos, entonces el resultado es siempre desastroso.
Un antiguo corito dice así:
♫“Yo
quiero ser, Señor amante, ♪como el barro en las manos del alfarero. ♫Rompe mi vida, y hazla de nuevo♪. Yo quiero
ser, ♫yo quiero ser... un
vaso nuevo”♪.
Créelo con todo tu corazón y repítelo como una súplica al
Gran Alfarero, rindiendo a él tu vida para que sea moldeada de acuerdo a los
planes que él tiene para ti, cuyo propósito final es hacerte conforme a la
imagen de su Hijo Jesucristo.
ORACIÓN:
Padre celestial, bendito alfarero de mi vida, me postro
ante tu trono de gracia para rogarte que me moldees conforme a los planes que
tú tienes para mí. Ayúdame a ser dócil y maleable para que puedas llevar a cabo
tu obra en mí sin que yo sea un obstáculo. En el nombre de Jesús, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla