lunes, 9 de junio de 2014
¿LLORAS CON LOS QUE LLORAN?
¿Lloras con los
que lloran?
Romanos 12:9-15
“El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo
malo, seguid lo bueno. Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto
a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. En lo que requiere diligencia, no
perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza;
sufridos en la tribulación; constantes en la oración; compartiendo para las
necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os
persiguen; bendecid, y no maldigáis. Gozaos con los que se gozan; llorad con
los que lloran”.
En este pasaje, el apóstol Pablo menciona una lista de
deberes que todo cristiano debía tratar de cumplir. Nos habla de amarnos unos a
los otros con amor fraternal, sin fingimiento. Nos exhorta a ser constantes en
la oración, a ser fervientes en espíritu, a servir al Señor, a bendecir a los
que nos persiguen; a gozarnos con los que se gozan y a llorar con los que
lloran. ¡Qué maravilloso sería que pudiésemos cumplir a cabalidad todos estos
deberes! Nuestro testimonio ante el mundo que nos rodea sería verdaderamente
impactante y el nombre de nuestro Padre celestial sería glorificado donde
quiera que estuviésemos. Lamentablemente nuestra naturaleza carnal nos impulsa
a hacer lo contrario, y se requiere un esfuerzo de nuestra parte, un fuerte
deseo en nuestros corazones de actuar conforme a lo que nos dice la palabra de
Dios. También debemos estar consientes de que por nuestras propias fuerzas no
podremos hacerlo, sino que necesitamos la ayuda del Espíritu Santo.
Hay ocasiones en que tenemos la oportunidad de confortar
a alguien, ya sea un familiar, o una amistad o un hermano de la iglesia, que
está pasando por una situación dolorosa. Por regla general intentamos
consolarlo con palabras de aliento, tratando de levantar su ánimo. Sin embargo,
el pasaje de hoy dice simplemente: “Llorad con los que lloran”. Realmente, en
muchos casos, una de las maneras más efectivas en la que podemos ayudar a
aquellos que están sufriendo es “llorando con ellos”. Jesús nos dio el ejemplo
cuando visitó a María y a Marta después de la muerte de Lázaro. Sintiendo el
dolor de ambas hermanas y de los amigos que las acompañaban, el Señor compartió
sus lágrimas con ellos. Dice Juan 11:33-36: “Jesús entonces, al verla llorando,
y a los judíos que la acompañaban, también llorando, se estremeció en espíritu
y se conmovió, y dijo: ¿Dónde le pusisteis? Le dijeron: Señor, ven y ve. Jesús
lloró. Dijeron entonces los judíos: Mirad cómo le amaba”.
Una pequeña historia nos cuenta de un niño que tenía un
gran corazón. Al lado de su casa vivía un señor mayor cuya esposa había muerto
hacía poco tiempo. Un día, el anciano lloraba sentado en el portal de su casa.
El niño lo vio y se acercó a él, se subió a sus piernas y se quedó allí sentado
en silencio por largo rato. Más tarde, su mamá le preguntó: “¿Qué le dijiste al
señor?” Y el niño le contestó: “Nada, solamente lo ayudé a llorar”. A veces
esto es lo mejor que podemos hacer por aquellos que están pasando por una
profunda tristeza. A menudo, nuestros intentos de decir algo sabio y útil
causan más bien el efecto contrario. Muchas veces transmitimos mucho más apoyo
y comprensión si simplemente les damos un abrazo o nos sentarnos a su lado, los
tomamos de la mano y lloramos con ellos.
Jesús comenzó el Sermón del Monte (Mateo capítulos 5, 6 y
7) con las “Bienaventuranzas” (llamadas así porque cada frase comienza con la
palabra “Bienaventurados”, es decir “Felices son aquellos que…”). La segunda
bienaventuranza que el Señor menciona dice: “Bienaventurados los que lloran,
porque ellos recibirán consolación” (Mateo 5:4). Algunos comentaristas bíblicos
coinciden en que el verdadero significado de esta expresión es: “Felices son
aquellos que sufren por el sufrimiento del mundo y de los que les rodean,
porque es a partir de este sufrimiento que encontrarán el consuelo y el gozo de
Dios”. Ciertamente no le agrada al Señor que permanezcamos indiferentes ante el
sufrimiento de los demás.
Sé tú un instrumento del Señor consolando a los que
lloran, compartiendo tus lágrimas con ellos, mientras en silencio oras pidiendo
que la paz de Dios se manifieste en sus corazones.
ORACIÓN:
Padre santo, te ruego pongas amor y compasión en mi
corazón, para poder ser un instrumento tuyo consolando a aquellos que están
pasando por un período de dolor y sufrimiento. En el nombre de Jesús te lo
pido, Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
¿HASTA CUÁNDO, DIOS MÍO?
¿HASTA CUÁNDO, DIOS MÍO?
Habacuc 2:1-3
“Sobre mi guarda estaré, y sobre la
fortaleza afirmaré el pie, y velaré para ver lo que se me dirá, y qué he de
responder tocante a mi queja. Y Yahweh me respondió, y dijo: Escribe la visión,
y declárala en tablas, para que corra el que leyere en ella. Aunque la visión
tardará aún por un tiempo, mas se apresura hacia el fin, y no mentirá; aunque
tardare, espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará”.
El profeta Habacuc estaba profundamente abatido por las
condiciones morales y espirituales que le rodeaban, mayormente causadas por el
culto que rendía su pueblo a Baal y Astarot. La injusticia estaba a la orden
del día y la corrupción iba en constante aumento (algo así como el mundo en el
que vivimos actualmente). Habacuc anhelaba ver la justicia de Dios caer sobre
los impíos, los cuales continuaban quebrantando las leyes de Dios. Por todo
esto, de lo profundo de su angustia brotaba esta pregunta: “¿Hasta cuándo, oh
Yahweh, clamaré, y no oirás?” (Habacuc 1:2). En el pasaje de hoy, Habacuc se
retira a su torre vigía para esperar por la respuesta de Dios. Y allí escuchó
del Señor: “Escribe la visión”. Así todo aquel que la leyera podría correr a
dar a conocer a todos la buena noticia.
Al igual que Habacuc, cada uno de nosotros en algún
momento ha lamentado una cierta situación en nuestras vidas. Nos hemos quejado,
y hemos concebido la esperanza de un futuro mejor. En mayor o menor grado hemos
tenido una visión, es decir un sueño o un anhelo que esperamos se convierta en
realidad. Quizás esa visión está centrada en una mejor situación económica, o
en alcanzar el éxito en los negocios, o en gozar de buena salud, o una carrera
universitaria, o un matrimonio feliz, o quizás servir al Señor de alguna
manera. Cuando el tiempo pasa y no llega lo que se espera, muchas personas se
desesperan y tratan de lograr el cumplimiento de sus anhelos por medio de sus
propios esfuerzos, o quizás se apoyan en la “suerte” para lograrlo. Otros, sin
embargo, esperan confiadamente en el Señor la realización de la visión que él
tiene para ellos. Para éstos, las palabras de Dios al profeta Habacuc tienen un
significado extraordinario: “Espéralo, porque sin duda vendrá, no tardará”.
David era un “varón conforme al corazón de Dios”, según
dice 1 Samuel 13:14. Era también David un siervo fiel del Señor. Sin embargo
hubo situaciones en su vida en la que se sintió desamparado, frustrado y hasta
abandonado por Dios. Por ejemplo, mientras era perseguido por el rey Saúl que
lo buscaba para matarlo, David escribió el Salmo 13, el cual comienza de esta
manera (V.1-2): “¿Hasta cuándo, Yahweh? ¿Me olvidarás para siempre? ¿Hasta
cuándo esconderás tu rostro de mí? ¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma,
con tristezas en mi corazón cada día? ¿Hasta cuándo será enaltecido mi enemigo
sobre mí?” Estas y muchas otras preguntas se agolpaban en la mente de David
mientras esperaba la acción de su Dios, la cual parecía no llegar nunca. Sin
embargo, en este mismo Salmo, él encuentra ánimo al recordar el amor y la
inmensa misericordia de Dios, y en el versículo 5 dice: “Mas yo en tu
misericordia he confiado; mi corazón se alegrará en tu salvación”. David pasó
aquella dura etapa de su vida, y llegó ser el rey de Israel, donde reinó
durante cuarenta años de prosperidad económica y victorias militares, siempre
bajo la dirección del Señor. David aprendió a confiar y a esperar en Dios, y
siendo un anciano escribió en Salmo 37:7: “Guarda silencio ante Yahweh, y
espera en él”.
Dios quiere que nosotros, sus hijos, nos realicemos en la
vida conforme a lo que él nos ha llamado a hacer. Dios está interesado en
definir y concretar aquellas visiones de sus hijos obedientes. Quizás tú estás
pensando hoy que la visión que tienes, al no verla cumplida aún, nunca será una
realidad. Esta enseñanza debe fortalecer tu fe y animarte a no bajar los
brazos. Nunca olvides que si tu anhelo está en el corazón de Dios, sin duda se
cumplirá, a su debido tiempo. Dios está llevando a cabo sus planes en tu vida.
Él está preparando todas las circunstancias para convertir tu visión en una
preciosa realidad. Sólo tienes que orar y esperar.
ORACIÓN:
Padre, gracias por la bendición que me has dado de poder,
junto contigo, anhelar una visión para mi vida. Te pido que vayas delante de mí
con la visión que tú me has dado, para que se realice en el momento escogido
por ti. Dame paciencia y fe para esperar el tiempo indicado. Por Cristo Jesús,
Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla
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