2 Timoteo 2:3
“Tú, pues, sufre penalidades como
buen soldado de Jesucristo”.
A lo largo del Nuevo Testamento
se confirma el hecho de que aunque seamos creyentes habremos de sufrir. No se
ve lo que muchos pregonan, cuando dicen que cuando una persona viene a Cristo,
todos sus problemas serán solucionados. En la Biblia se ve algo distinto a esto, se ve lo
contrario, se ve algo diferente; no podemos compartir ese tipo de “evangelio”.
En realidad el verdadero Evangelio le asegura al creyente cierta dosis de
sufrimiento, este es el Evangelio de Jesucristo.
El pasaje en la segunda epístola
dirigida a Timoteo es categórica: “Tú, pues…” lo hace algo individual, de
aplicación personal. Claro que fue dirigida a Timoteo, pero es aplicable a cada
uno de nosotros. Haz lo tuyo, piensa que el apóstol se dirige a ti. Luego te
dice: “SUFRE”. Si notamos, no lo está dando como algo que probablemente llegue
a sucedernos, sino que lo da por seguro. El cristiano habrá de sufrir. Pablo
incluso, como que hasta lo demanda de nosotros: Sufre, le dice a Timoteo. Como
que incluso, él mismo, tiene que estar dispuesto a hacerlo. Hoy en día, ¿quién
es el que busca sufrir? Definitivamente, nadie lo hace; pero según Pablo es lo que deberíamos de hacer.
El sufrimiento puede ser muy
diferente de uno a otro. Algunos pueden sufrir una enfermedad, otros pueden
sufrir por problemas, otros por enemistad contra él… y así podemos anotar un
grande etcétera. Pero el sufrir mencionado por Pablo es muy singular: Sufrir
penalidad a causa de Cristo! Es decir, pasar penas, por amor a lo que Cristo
hizo con nosotros. ¡Aleluya! Quien este dispuesto a hacer esto por Cristo, en
verdad hace manifiesto su amor por su Señor. Y tengo que reconocer, que este no
es el tipo de evangelio popular que se esta predicando a las masas.
Pablo compara las penalidades que
sufre el soldado con las penas que puede sufrir un cristiano. Pensemos entonces
en las penas que puede pasar alguien que se enlista en la milicia, pero no en
las penas dentro del cuartel, sino en las penas allá en el frente de batalla,
en la línea de fuego, enfrentando un ejército enemigo, en el campo de combate,
en la línea de acción cuerpo a cuerpo. Esto es realmente extremo. Si más bien
hoy en día los creyentes piden a Dios que sean resueltos todos sus conflictos,
que se puede esperar de asegurarle a alguien que tenga que sufrir a semejanza
de las penas que pasa un soldado en guerra.
El cuadro que el apóstol Pablo le
quiere pintar a Timoteo es serio, aún preocupante debido a lo que se pudiese
llegar a esperar. Normalmente todo mundo, incluyendo los “cristianos” quieren
vivir en confort, lo mejor que el dinero pueda llegar a alcanzar, mientras más,
mejor. Vidas cómodas, atesorando, acumulando, comprando, invirtiendo,
produciendo, ganando, gozando de lo mejor de lo mejor, viajando, visitando,
conociendo, siendo servidos, mandando, disfrutando. Se nos ha llenado la cabeza
de humo, de pensamientos que distan del mensaje del Evangelio y queremos vivir
vidas placenteras y creemos que ese es el sendero que conduce a las mansiones
eternas. ¡Qué ilusos hemos sido, no te parece! Creo que es tiempo ya de
despertar de ese ensueño en el que hemos caído, poner los pies sobre la tierra
y no dejarnos sorprender si el día de mañana (por mandato divino) las penas, el
sufrimiento o el dolor nos sacan súbitamente de nuestra zona de confort para
llevarnos al frente de batalla.
Miremos a Pedro, consideremos
cómo vivió, cómo padeció y lo que sufrió, incluso en su misma muerte glorificó
a Cristo (según cuenta la tradición murió también en una cruz al ser
ajusticiado por causa de la predicación del evangelio, nada más que él pidió
ser crucificado de manera invertida, pues llegó a considerarse indigno de morir
a semejanza de su Señor y Salvador), qué ejemplo, qué vida. Consideremos
también a Pablo, desde su conversión sufre el desprecio de los mismos
cristianos, no le creían que su conversión hubiese sido cierta. Luego él
describe en 2 Corintios 6:4, 5, 10 que estuvo “en tribulaciones, en
necesidades, en angustias; en azotes, en cárceles, en tumultos, en trabajos, en
desvelos, en ayunos… como entristecidos… como pobres… como no teniendo nada”, ¡¡que
penas!! Y yo le puedo decir que hoy por hoy este tipo de testimonios son muy
escasos. Hoy se predica de la “grandeza” que el creyente puede llegar a ser en
Dios. Todo se centra en “confesión positiva” y “prosperidad”; en la riqueza que
puede llegar a poseer, de las fórmulas para alcanzar el éxito, para tener dinero
mediante “pactos”, de la gran vida que puede tener “ya…”; pero ¿quién le dice al
creyente sobre las penas que debe pasar como buen soldado de Cristo que se
supone que es?
Y por último, consideremos a Jesucristo
mismo. Si alguien tuvo que tener que vivir como rey en la tierra, era él. Si
alguien no tuvo por qué haber sufrido en vida también fue él. Pero vemos todo
lo contrario, vino a servir, vino a sufrir, vino a pasar penas, vino a
ofrecerse como sacrificio voluntario, ¡¡¡él vino a morir por nosotros!!! Esto
tiene que hacernos pensar, tiene que sacudirnos, llevarnos al punto de caer de
rodillas ante el Señor, y decirle: “Perdóname, porque he pecado contra ti,
deseando pasarla muy bien en la tierra y
pretender que ese es el camino al cielo”.
En el deseo que pongamos los pies
sobre la tierra, que seamos sensatos y que no nos sorprenda el sufrimiento que nos
pueda sobrevenir, pensemos que el camino al cielo no está cubierto de pétalos
de rosas nada más, como que también de cuando en cuando vamos a tener que pisar
con nuestros pies descalzos muchas espinas dejadas en nuestro sendero.
“Gracia y Paz”
Aprendiendo la Sana Doctrina