Juan 5:18
Jesús dijo: “yo y el Padre uno
somos” (Juan 10:30) y también la
Escritura dice: “Por esto los judíos aun más procuraban
matarle, porque… decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios”.
Esas declaraciones de Jesús, nos
enseñan es que Jesús es el Padre Eterno, el único Dios manifestado en carne.
Cuando Jesús hizo esas
afirmaciones, la gran mayoría de judíos presentes estallaron de ira y tomaron
piedras para matarlo acusándolo de blasfemia. La blasfemia en el mundo judío
consistía en:
1. No dar a Dios la gloria debida
a su ser.
2. Apropiarse de la gloria o
atributos de Dios.
3. Dar tal gloria o atributos a una criatura.
Es evidente que los líderes
religiosos judíos estaban furiosos porque Jesús había sanado al paralítico de
Betesda en un día de de reposo (Juan 5:18), pero su mayor molestia consistía en
que Jesús se hacía igual a Dios. A un pueblo estrictamente monoteísta “Jesús
les respondió: Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Juan 5:17). Ningún
judío de esa época se refería a Dios mediante la expresión “mi Padre” y en caso
de que lo hicieran le agregaban las palabras “que está en los cielos”; pero
Jesús dijo “mi Padre” no “nuestro Padre” o “mi Padre que está en los cielos”.
Más aún, agregó: “hasta ahora trabaja y yo trabajo”. Con esas dos afirmaciones,
Jesús estaba manifestando que él es Dios y que obra como Dios, pues nadie puede
ser igual a Dios, tener el completo carácter de Dios, sin ser el único Dios. Si
Jesús es igual a Dios es porque él es el Dios único.
De igual manera, cuando Jesús
afirmó: “yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30), había declarado previamente que
él era el Cristo (Juan 10:24-25) y había manifestado que ninguno podrá
arrebatar a sus ovejas de su mano (Juan 10:28); pero a renglón seguido afirma
que nadie las podrá arrebatar de la mano del Padre (Juan 10:29). De manera
indirecta Jesús declaró que él es el mismo Padre, pero no contento con eso pasó
a afirmarlo explícitamente al decir: “yo y el Padre uno somos” (Juan 10:30).
Fue tanta la ira que inspiraron estas palabras en los judíos, que ellos
nuevamente tomaron piedras para asesinarlo, acusándolo de haber cometido
blasfemia, porque decían que siendo hombre se hacía Dios (Juan 10:31-33).
La palabra griega que en Juan
10:30 traduce uno, es “hen”. Esta palabra es de género neutro e indica que se
trata de uno en esencia y naturaleza. Una traducción más literal sería: “El
Padre y yo somos lo mismo”. La ira de los judíos no se hizo esperar cuando
Jesús dijo que él era el Padre.
En otras muchas ocasiones Jesús
afirmó que él era el Padre. Una vez que los fariseos le preguntaron: ¿Dónde
está tu Padre? La respuesta de Jesús fue: “ni a mí me conocéis, ni a mi Padre;
si a mi me conocieseis también a mi Padre conoceríais” (Juan 8:19). Un poco más
adelante el Señor les dijo: “si no creéis que Yo Soy en vuestros pecados
moriréis” (Juan 8:24), Entonces ellos le preguntaron “¿Tú quién eres?, y Jesús
les dijo: Lo que desde el principio os he dicho”. Jesús en realidad les estaba
diciendo que él es el Gran Yo Soy (Éxodo 3:14), el único Dios de Israel, pero
ellos no entendieron y por eso le preguntaron ¿quién eres? Ellos no entendieron
que les hablaba del Padre (Juan 8:27).
El que aborrece al Hijo también
aborrece al Padre (Juan 15:23); todo lo que el Padre hace lo hace el Hijo
igualmente (Juan 5:19); todos deben honrar al Hijo como honran al Padre (Juan
5:23), y el que ve a Jesús, en realidad ve al Padre (Juan 12:45, 14:9), porque
el Hijo es el Padre manifestado en carne. Por esta razón el Padre está en el
Hijo y el Hijo está en el Padre (Juan 10:38, 14:11).
Dios fue manifestado en carne (1
Timoteo 3:16), pero Jesucristo es quien ha venido en carne (1 Juan 4:2).
Algunas citas de la
Escritura nos enseñan que Jesucristo, nuestra vida, se
manifestará en su segunda venida (Colosenses 3:4, 2; Tesalonicenses 1:7; 1 Juan
2:28), pero Juan escribe que quien se manifestará será el Padre, y afirma que
“cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como
él es” (1 Juan 3:1-2). Por supuesto, seremos semejantes a él pero en su
perfecta humanidad (no en su Deidad) y tendremos cuerpos gloriosos tal como el
de Cristo glorificado. Para poder salvarnos, Dios se hizo semejante a nosotros,
y para que nosotros seamos salvos debemos anhelar ser semejantes al Cristo
resucitado (Efesios 4:13), pues Dios nos predestinó para que fuésemos hechos
conforme a la imagen de su Hijo (Romanos 8:29).
Jesús afirmó que todas nuestras
oraciones deben ser realizadas en su nombre (Juan 16:24), por eso todo lo que
pidamos al Padre será atendido por Jesús, porque Jesús es el Padre manifestado
en carne como el Hijo, y por eso el Padre es glorificado en el Hijo (Juan
14:13-14).
El Padre es el que nos santifica
(Judas 1:1), pero nuestro santificador es Cristo (Efesios 5:25-26). Dios
levantó a Cristo de entre los muertos (Hechos 2:24), pero Jesucristo profetizó
que él se resucitaría a sí mismo (Juan 2:19-21). El Padre es quien envía su
Espíritu Santo a nuestras vidas (Juan 14:26), pero Jesucristo es el que bautiza
con el Espíritu Santo (Mateo 3:11, Marcos 1:8, Lucas 3:16), es quien envía su
Espíritu consolador (Juan 16:7) y es el Espíritu Santo (2 Corintios 3:17). Dios
el Padre da vida a los muertos (Romanos 4:17) y nos levantará con su poder (1
Corintios 6:14), pero Jesucristo es el que nos resucitará en el día postrero (Juan
6:40).
“Gracia y Paz”
Aprendiendo la Sana Doctrina