Salmo 51:6-12
“He aquí, tú amas la verdad en lo
íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría. Purifícame con
hisopo, y seré limpio; lávame, y seré más blanco que la nieve. Hazme oír gozo y
alegría, y se recrearán los huesos que has abatido. Esconde tu rostro de mis
pecados, y borra todas mis maldades. Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y
renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no
quites de mí tu santo Espíritu. Vuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu
noble me sustente”.
Este Salmo lo escribió el rey
David después de haber sido confrontado por el profeta Natán en relación al
adulterio cometido con Betsabé, y el posterior plan de eliminar a su esposo (2
Samuel capítulo 12). Aquí David expresa su dolor al reconocer que había pecado
contra Dios, y entonces derrama su corazón quebrantado y arrepentido. El pasaje
de hoy es una súplica al Señor por un corazón limpio y un espíritu recto.
Cuando recibimos a Jesucristo
como nuestro Salvador personal, nuestros pecados son lavados por la sangre
derramada en la cruz, y somos justificados y tenemos salvación y vida eterna.
Pero mientras andamos en este mundo vamos a estar en contacto con la suciedad y
la corrupción, y de una manera u otra nos vamos a “contaminar”. Durante el
transcurso del día cualquiera podemos albergar en nuestras mentes pensamientos
pecaminosos, o hacer comentarios que puedan herir, o podemos actuar de forma
inapropiada en algún momento. Es decir, aún siendo salvos no estamos exentos de
contaminarnos con la suciedad que nos rodea, y caer en pecado.
Cuando Jesús decidió lavar los
pies a sus discípulos (Juan capitulo 13), inicialmente Pedro se negó a aceptar
que el Maestro lavara sus pies, y el Señor le dijo: “Si no te lavare, no
tendrás parte conmigo”. No quiso decir Jesús que Pedro no podía ser salvo si él
no le lavaba sus pies, sino que la comunión con el Señor sólo podía ser
mantenida con la acción continuada de purificación de su vida por la Palabra de Dios. Por eso,
cuando Pedro obedeció accediendo a que Jesús le lavara los pies, el Señor le
dijo: “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo
limpio; y vosotros limpios estáis, aunque no todos”. Es decir, “el que está
lavado”, el que ha sido regenerado, sólo necesita “lavarse los pies”, o sea
sólo tiene que lavarse de la contaminación del pecado. Todos los discípulos,
excepto Judas, habían tomado el baño de la regeneración espiritual, ahora
solamente necesitaban ser obedientes a las Escrituras para mantener su comunión
con Dios.
Dios nos ha dado un manual de
instrucciones cuyo fin es mantenernos limpios, revelándonos nuestros
pensamientos o nuestra manera de actuar que no están de acuerdo a su voluntad.
Cuando esta revelación viene a nuestras vidas, como fue el caso de David a
través de la palabra del profeta, y reconocemos nuestros pecados y nos
arrepentimos y los confesamos, entonces la limpieza se manifiesta en nuestros
corazones, como nos dice 1 Juan 1:9: “Si confesamos nuestros pecados, él es
fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”.
Cuando hacemos un hábito de la
lectura de la Biblia
y tenemos un tiempo de oración diariamente; cuando confesamos nuestros pecados
y obedecemos las instrucciones del Señor, tendremos un corazón limpio, y sus
bendiciones se derramarán sobre nuestras vidas. Así dice Proverbios 22:11: “El
que ama la limpieza de corazón, por la gracia de sus labios tendrá la amistad
del rey”.
ORACIÓN:
Amante padre celestial, una vez más te doy gracias por el sacrificio de
tu Hijo, cuya sangre me ha limpiado de todo pecado. Revélame todo aquello que
no está de acuerdo a tu voluntad en mi vida, y dame las fuerzas para rechazar
todo lo que impida que yo tenga un corazón limpio y dispuesto a servirte. En el
nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla