2 Timoteo 2:23-26
“Pero desecha las cuestiones
necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas. Porque el siervo del
Señor no debe ser contencioso, sino amable para con todos, apto para enseñar,
sufrido; que con mansedumbre corrija a los que se oponen, por si quizá Dios les
conceda que se arrepientan para conocer la verdad, y escapen del lazo del
diablo, en que están cautivos a voluntad de él”.
El mundo en que vivimos es cada
vez más corrupto, la maldad se multiplica por día, la hostilidad hacia todo lo
que se relaciona con Dios aumenta constantemente. Sin embargo, aun en medio de
todas estas circunstancias negativas, las mismas reglas y principios que debían
caracterizar a un siervo del Señor en los tiempos del apóstol Pablo se
mantienen en la actualidad. En el pasaje de hoy, Pablo exhorta a su hijo
espiritual Timoteo a que sea amable con todos, pero firme en sus principios
cristianos. Que corrija con mansedumbre a los que se oponen, y que no sea
contencioso, sino más bien que esté listo para enseñar a los demás. Esta debe
ser nuestra manera de actuar. La amabilidad y el respeto deben definir nuestro
testimonio a un mundo incrédulo.
Cuando, por orden del rey
Nabucodonosor, el joven Daniel y otros jóvenes israelitas fueron llevados a
Babilonia para ser entrenados en “las letras y la lengua de los caldeos”
(Daniel capítulo 1), se les designó “ración para cada día, de la provisión de
la comida del rey, y del vino que él bebía.” (v.5). Y dice la Biblia que “Daniel propuso
en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el
vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le
obligase a contaminarse”. Daniel defendió sus principios en medio de una
cultura pagana, y decidió no contaminarse con comida y bebida que Dios había
dicho estaban prohibidas para los judíos. Por eso pidió a sus aprehensores otro
menú para él y sus amigos. En vez de mostrar intransigencia y negarse a comer,
Daniel pidió permiso para adoptar otra dieta. Al negarse el oficial en
principio, Daniel prosiguió hacia su meta haciendo una petición amable al jefe
de los eunucos: “Te ruego que hagas la prueba con tus siervos por diez días, y
nos den legumbres a comer, y agua a beber. Compara luego nuestros rostros con
los rostros de los muchachos que comen de la ración de la comida del rey, y haz
después con tus siervos según veas”. Así les fue concedido, y “al cabo de los
diez días pareció el rostro de ellos mejor y más robusto que el de los otros
muchachos que comían de la porción de la comida del rey” (v.15). Podemos
aprender del ejemplo de Daniel, el cual adoptó una posición osada para honrar a
Dios, pero actuó con amabilidad y prudencia en vez de asumir una actitud
negativa y contenciosa.
También el apóstol Pedro en su
primera carta hace énfasis en estos principios. El escribió: “Estad siempre
preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que
os demande razón de la esperanza que hay en vosotros” (1 Pedro 3:15). Debemos
estar siempre preparados para defender la razón de nuestra esperanza, es decir
la palabra de Dios, el evangelio de Jesucristo. Hablemos de la única verdad con
firmeza y autoridad, pero a la vez con humildad, con amabilidad y con
reverencia. No hemos de transigir en nuestro compromiso con Cristo, sino que
hemos de estar siempre dispuestos para contestar a cualquiera que nos pregunte
acerca de la base de nuestra esperanza. Pero no olvidemos actuar amablemente de
manera que honremos al Señor con nuestro testimonio.
Busca diariamente el rostro del
Señor en oración, escudriña su Palabra y medita en ella. Pide a Dios que llene
tu corazón de su amor y que te de discernimiento y sabiduría espiritual para
hablar a los demás de la manera que enseña su Palabra.
ORACIÓN:
Mi bendito Dios y Señor, te ruego me des sabiduría para testificar de
ti, y llenes mi corazón de tu amor y tu bondad para poder hacerlo con
amabilidad y mansedumbre, de manera que tu nombre sea glorificado. Por Cristo
Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla