Mateo 7:15-20
“Guardaos de los falsos profetas,
que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos
rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos,
o higos de los abrojos? Así, todo buen árbol da buenos frutos, pero el árbol
malo da frutos malos. No puede el buen árbol dar malos frutos, ni el árbol malo
dar frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y echado en el
fuego. Así que, por sus frutos los conoceréis”.
El pasaje de hoy nos enseña que,
al igual que los árboles, algunas personas dan malos frutos mientras que otras
dan buenos frutos. Algunos usan sus dones para servir a Dios, y predican el
evangelio de Cristo y lo ponen en práctica en todo lo que hacen. Otros fingen
ser fieles y mansas ovejas, pero en realidad son lobos rapaces que buscan su
propio beneficio. Y Jesús advierte a sus discípulos: "Por sus frutos los
conoceréis”.
El apóstol Pablo, en su primera
carta a su hijo espiritual Timoteo, le aconseja lo siguiente: “Entre tanto que
voy, ocúpate en la lectura, la exhortación y la enseñanza…” (1 Timoteo 4:13).
Es decir si queremos producir buen fruto, tenemos que preparar nuestros
espíritus dedicando tiempo a leer la Biblia. Entonces
el Espíritu Santo nos capacitará para exhortar y enseñar a otros las buenas
nuevas del evangelio. En el v.6 de este capítulo, Pablo le dice a Timoteo que
debe nutrirse “con las palabras de la fe y de la buena doctrina que has seguido”.
Una buena semilla, producirá buen fruto, de lo contrario, de una mala semilla
saldrán malos frutos. En otras palabras, nuestros frutos serán de acuerdo a lo
que sembremos en nuestros corazones y nuestras mentes. Si permanecemos en la
lectura de la palabra de Dios, en la oración, en la exhortación y en la
enseñanza; si persistimos en observar y practicar la sana doctrina, nuestros
frutos afectarán positivamente a todos los que están a nuestro alrededor, así
como a nosotros mismos.
No es posible producir este tipo
de frutos si no permanecemos en una íntima comunión con el Señor. Jesús dijo a
sus discípulos: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí,
y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer”
(Juan 15:5). La presencia del Espíritu Santo es esencial para vivir una vida
cristiana fructífera. Sin él, no podemos producir buenos frutos, porque nuestra
naturaleza pecaminosa tiende a producir malos frutos. La Biblia dice que los frutos
de la carne son: “adulterio, fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría,
hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones,
herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a
estas... Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad,
bondad, fe, mansedumbre, templanza” (Gálatas 5:19-23). Este es el fruto que
Dios espera de sus hijos.
Pero si bien la semilla es muy
importante, así como la presencia del Espíritu Santo, que es el que da el
crecimiento, el terreno donde cae esa semilla es también de vital importancia.
De acuerdo a la parábola del sembrador que Jesús contó a sus discípulos, en la
humanidad hay cuatro tipos de terrenos, y de ellos hay tres tipos en los que la
buena semilla no da frutos; sólo uno es capaz de producir buenos frutos. Dice
Mateo 13:23: “Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende
la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno”. Sé
obediente a la Palabra
de Dios, de manera que tu corazón sea esa buena tierra a la que se refirió
Jesús.
Se estima que en el mundo hay más
de dos mil millones de cristianos. La pregunta es: ¿Están todos estos
cristianos dando frutos? Y si están dando frutos, ¿qué clase de frutos? Si
solamente cada uno de ellos produjera “a treinta por uno”, la humanidad entera
conocería a Cristo como salvador, y el mundo en que vivimos sería una
maravilla. Pero lamentablemente es todo lo contrario.
¿Y tú, qué frutos estás
produciendo? Aplica esta enseñanza a tu vida. Si no estás dando los frutos que
Dios espera de ti, hazte el propósito de hacer los cambios necesarios en tu
vida, para que produzcas “a ciento, a sesenta, y a treinta por uno”.
ORACIÓN:
Bendito Dios y Señor, te ruego que hagas de mi corazón un terreno
fértil que produzca una cosecha abundante de frutos que sean agradables a ti.
En el nombre de Jesús, Amén.
“Gracia y Paz”
Dios te Habla