Leer las Santas Escrituras a muchos les puede parecer aburrido
e infructuoso. Leer
la Palabra de Dios no es como leer un libro cualquiera, o tomar un curso o seguir
una carrera secular, sintiendo que es un deber que debemos de cumplir.
No debemos leer, debemos de estudiar la Biblia para develar
los misterios encubiertos y sacar a la luz el tesoro espiritual oculto en las
profundidades de su texto. Debemos apasionarnos como Sherlock Holmes en la
escena del crimen, buscando huellas, indagando con los involucrados, haciendo pesquisas,
enlazando evidencias, etc., para poder, al final del proceso, llegar a una
conclusión.
Tampoco la debemos de leer como si quisiéramos calmar
nuestra conciencia llena de pecado. Nuestro interés debe estar motivado por la
pasión genuina de comprender no sólo las Palabras de Dios, sino también para
entender las inquietudes que han afligido a los hombres a lo largo de miles de
años. Quizás, una de las partes más apasionantes del estudio de la Biblia sea
el poder identificarnos con las preguntas desafiantes de Job, con la
indignación perturbadora de Habacuc, o con la tristeza agónica de Jeremías.
Cada uno de ellos nos traerá a colación una pregunta, una interrogante que queramos
plantear delante de Dios: ¿Por qué el sufrimiento del justo? ¿En quien confiar
cuando todas las certezas nos han abandonado? o ¿cómo escapar de la seducción
que nos provocan los placeres del mundo?
Estudiar la Biblia nos permitirá adentrarnos, no sólo en
el plan de Dios sino en la mente y el corazón humanos; nos permitirá conocer
nuestra propia angustia, nuestro propio dolor y, más aún, la esperanza dormida que
muchos tenemos en nuestro corazón, de que Cristo cumplirá fielmente su promesa.
Cristo volverá por nosotros sus fieles.
Estudiar la Biblia nos llevará hasta las entrañas de
nuestra propia existencia y le dará sentido a nuestra vida. Estudiemos la
Biblia, pues en ella hay palabras de vida eterna…
Juan 5:36
“Escudriñad las Escrituras, porque á
vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan
testimonio de mí”.
¡Gracia y Paz!