jueves, 23 de abril de 2015

¿ALGUNA VEZ HAS SENTIDO SED DE DIOS?



¿ALGUNA VEZ HAS SENTIDO SED DE DIOS?

Salmo 42:1-2
“Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?”

¿Alguna vez has sentido sed de Dios? ¿Entiendes lo que David sentía cuando en el pasaje de hoy escribió: “Mi alma tiene sed de Dios”? En realidad cada uno de nosotros, en el transcurso de nuestras vidas, sentirá en diferentes ocasiones “sed” y también “hambre” de muchas cosas, es decir “necesidad urgente” de algo. Muchos estudios demuestran que además de las necesidades físicas de agua, comida y otras cosas los seres humanos experimentan también necesidades espirituales y emocionales, como amor, aceptación, paz y seguridad, entre ellas.

Es muy común que una persona pase años buscando alguien o algo que satisfaga sus necesidades de todo tipo. Y en medio de esa búsqueda puede encontrar fracaso tras fracaso, golpe tras golpe que dejan en su vida huellas imborrables. Lo peor de todo es que, generalmente, no es capaz de entender que la única fuente de verdadera y máxima satisfacción es Dios. En él, y solamente en él está la aceptación, la seguridad, el amor, el gozo y la paz que tanto anhela el ser humano. Cuando entendemos esto profundamente, y nos acercamos al Señor de todo corazón estableciendo una íntima comunión con él, nos sentiremos satisfechos en el aspecto espiritual, emocional y hasta físicamente, y por añadidura nuestras necesidades materiales serán también suplidas, de acuerdo a la promesa de Filipenses 4:19: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”.

David era un hombre “conforme al corazón de Dios”, dice 1 Samuel 13:14. Su constante anhelo era estar cerca del Señor y disfrutar plenamente de la paz y el gozo que sólo se encuentran en su presencia. Así lo manifiesta en el pasaje de hoy, y también en el Salmo 63 cuando estando escondido en el desierto de Judá, huyendo del rey Saúl y su ejército, escribió: “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela”. Allí en medio de terribles circunstancias, David satisfizo su sed y hambre de Dios y encontró paz y consuelo en su santa presencia.

Al igual que David, nosotros podemos satisfacer nuestra sed espiritual bebiendo de la fuente inagotable que es nuestro Señor Jesucristo. Recordemos lo que dijo Jesús a la mujer samaritana junto al pozo de Jacob: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (Juan 4:13-14). Él es el único que puede llenar totalmente cualquier necesidad nuestra. Cuando estés totalmente convencido de esta realidad, y tomes la decisión de buscar en el Señor la satisfacción de todas tus necesidades, el Espíritu Santo pondrá en ti esa sed de Dios que te hará desearlo intensamente, y en la medida que busques su rostro, él te llenará más y más y tu comunión con el Señor será cada vez más íntima. Así tu corazón se llenará del gozo y la paz de Dios.

Hazte el propósito de pasar un tiempo cada día en la presencia de Dios. Lee la Biblia, medita en sus enseñanzas, ora, adora y alaba al Señor. Si persistes en esta rutina diaria, el Espíritu Santo te llenará de tal paz y gozo, que empezarás a sentir un deseo intenso de disfrutar plenamente de ese tiempo, y anhelarás estar siempre en la presencia de Dios. Y al igual que David podrás declarar “Dios mío, mi alma tiene sed de ti”.

ORACIÓN:
Querido Padre celestial, te suplico que pongas en mi corazón una sed profunda de ti, de manera que yo sienta la necesidad de buscarte cada día y disfrutar de tu santa presencia. En el nombre de Jesús, Amén.

¡Gracia y Paz!

Dios te Habla

Una Hija de Dios


Salmo 124:1-8



Salmo 124:1-8

“A no haber estado Jehová por nosotros, Diga ahora Israel; A no haber estado Jehová por nosotros, Cuando se levantaron contra nosotros los hombres, Vivos nos habrían tragado entonces, Cuando se encendió su furor contra nosotros. Entonces nos habrían inundado las aguas; Sobre nuestra alma hubiera pasado el torrente; Hubieran entonces pasado sobre nuestra alma las aguas impetuosas. Bendito sea Jehová, Que no nos dio por presa a los dientes de ellos. Nuestra alma escapó cual ave del lazo de los cazadores; Se rompió el lazo, y escapamos nosotros. Nuestro socorro está en el nombre de Jehová, Que hizo el cielo y la tierra”.

Salmo 37:4-5