¿ALGUNA VEZ HAS SENTIDO SED DE DIOS?
Salmo 42:1-2
“Como el ciervo brama por las corrientes de
las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios,
del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de Dios?”
¿Alguna vez has sentido sed de Dios? ¿Entiendes lo que
David sentía cuando en el pasaje de hoy escribió: “Mi alma tiene sed de Dios”?
En realidad cada uno de nosotros, en el transcurso de nuestras vidas, sentirá
en diferentes ocasiones “sed” y también “hambre” de muchas cosas, es decir
“necesidad urgente” de algo. Muchos estudios demuestran que además de las
necesidades físicas de agua, comida y otras cosas los seres humanos
experimentan también necesidades espirituales y emocionales, como amor,
aceptación, paz y seguridad, entre ellas.
Es muy común que una persona pase años buscando alguien o
algo que satisfaga sus necesidades de todo tipo. Y en medio de esa búsqueda
puede encontrar fracaso tras fracaso, golpe tras golpe que dejan en su vida
huellas imborrables. Lo peor de todo es que, generalmente, no es capaz de
entender que la única fuente de verdadera y máxima satisfacción es Dios. En él,
y solamente en él está la aceptación, la seguridad, el amor, el gozo y la paz
que tanto anhela el ser humano. Cuando entendemos esto profundamente, y nos
acercamos al Señor de todo corazón estableciendo una íntima comunión con él,
nos sentiremos satisfechos en el aspecto espiritual, emocional y hasta
físicamente, y por añadidura nuestras necesidades materiales serán también suplidas,
de acuerdo a la promesa de Filipenses 4:19: “Mi Dios, pues, suplirá todo lo que
os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús”.
David era un hombre “conforme al corazón de Dios”, dice 1
Samuel 13:14. Su constante anhelo era estar cerca del Señor y disfrutar
plenamente de la paz y el gozo que sólo se encuentran en su presencia. Así lo
manifiesta en el pasaje de hoy, y también en el Salmo 63 cuando estando
escondido en el desierto de Judá, huyendo del rey Saúl y su ejército, escribió:
“Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de ti, mi
carne te anhela”. Allí en medio de terribles circunstancias, David satisfizo su
sed y hambre de Dios y encontró paz y consuelo en su santa presencia.
Al igual que David, nosotros podemos satisfacer nuestra
sed espiritual bebiendo de la fuente inagotable que es nuestro Señor
Jesucristo. Recordemos lo que dijo Jesús a la mujer samaritana junto al pozo de
Jacob: “Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el que
bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás” (Juan 4:13-14). Él es el
único que puede llenar totalmente cualquier necesidad nuestra. Cuando estés
totalmente convencido de esta realidad, y tomes la decisión de buscar en el
Señor la satisfacción de todas tus necesidades, el Espíritu Santo pondrá en ti
esa sed de Dios que te hará desearlo intensamente, y en la medida que busques
su rostro, él te llenará más y más y tu comunión con el Señor será cada vez más
íntima. Así tu corazón se llenará del gozo y la paz de Dios.
Hazte el propósito de pasar un tiempo cada día en la
presencia de Dios. Lee la Biblia, medita en sus enseñanzas, ora, adora y alaba
al Señor. Si persistes en esta rutina diaria, el Espíritu Santo te llenará de
tal paz y gozo, que empezarás a sentir un deseo intenso de disfrutar plenamente
de ese tiempo, y anhelarás estar siempre en la presencia de Dios. Y al igual
que David podrás declarar “Dios mío, mi alma tiene sed de ti”.
ORACIÓN:
Querido Padre celestial, te suplico que pongas en mi
corazón una sed profunda de ti, de manera que yo sienta la necesidad de
buscarte cada día y disfrutar de tu santa presencia. En el nombre de Jesús,
Amén.
¡Gracia y Paz!
Dios te Habla